Un informe de la Contraloría General recientemente difundido señala que desde el 2013 hasta hoy cerca de G. 16.000 millones transferidos por el Fondo Nacional de Inversión Pública y Desarrollo (Fonacide) a gobernaciones y municipios sencillamente se esfumaron. No hace falta demasiado análisis para percatarse que estos recursos fueron dilapidados. Basta con recorrer escuelas y colegios de toda la República para notar que ese dinero –que según la ley debía emplearse en infraestructura y equipamiento educativo– fue a parar sabe Dios adónde. Casi con total seguridad a los bolsillos de autoridades, operadores políticos y cómplices de toda calaña que se enriquecieron con fondos que supuestamente estaban “blindados” para ser utilizados en la educación de niños y jóvenes.
Las aulas derruidas, la ausencia total de inversión en colegios y centros de educación, las quejas por la falta de equipamientos e insumos son la prueba palpable de que solo las monedas llegaron al destino previsto. En Paraguay, donde han literalmente desaparecido préstamos millonarios y donde los gastos rígidos del Estado alcanzan casi el 95% del Presupuesto General de la Nación, nunca serán excesivos los mecanismos que garanticen la transparencia de la gestión de recursos. Lo cierto es que este desenlace era previsible y no fueron pocas las voces que en su momento advirtieron que este desorden –en el mejor de los casos– en la administración de los recursos del Fonacide era poco menos que inevitable. Fueron las cúpulas partidarias las que forzaron la intervención de las municipalidades y gobernaciones cuando se definió la ley de Fonacide.
La intención era proveer de jugosos fondos a los caciques y caudillos locales, con miras a mantener bien nutrida la clientela político partidaria y fortalecer el esquema prebendario que beneficia y eterniza en el poder a esas mismas cúpulas. La fuerte inyección de dinero de Itaipú, que bien empleado podría ser una verdadera palanca de desarrollo, acabó alimentando a la maquinaria burocrática y clientelista y a los corruptos de siempre.
Una consecuencia igualmente indeseable del manejo desprolijo –en el mejor de los casos– de los fondos para la educación es el duro golpe que representa para la descentralización política y administrativa. En principio es inobjetable la idea de canalizar las inversiones a través de los municipios y gobernaciones. Con gobiernos locales y regionales fuertes y eficientes se logrará por fin abolir aquello tan repetido de “ausencia del Estado” en muchas zonas olvidadas de nuestro país. Además, nadie mejor que las autoridades locales para saber las necesidades de la población y definir las prioridades.
Por estar más cerca de la ciudadanía se podría suponer además que el control social sobre la utilización de estos recursos sería más efectivo. A juzgar por el informe de la Contraloría los hechos sucedieron de forma muy distinta. Una vez más parece que prevalecieron los arraigados vicios de nuestra clase política.
Es urgente una profunda revisión de la Ley del Fonacide, de manera de aumentar el control social sobre la utilización de esos ingentes recursos. Existen condiciones tecnológicas para que toda la información relacionada a este dinero sea accesible para toda la ciudadanía. Quizás con estas medidas se logre finalmente que esos fondos que pertenecen a todos los paraguayos se usen para atender las necesidades apremiantes de la educación.