La administración de Eduardo Petta San Martín en estos siete meses de gestión ya ha registrado más turbulencias como ningún otro secretario de esta cartera en todos estos años de democracia que tiene la República. En primer lugar, es un funcionario que no tiene la competencia ni la preparación necesarias para ocupar la titularidad de un ministerio tan sensible y de interés vital para el futuro del país. El citado funcionario pudo haber tenido una gestión honesta y activa durante sus años como agente del Ministerio Público, pero esos pergaminos no acreditan que sea el más idóneo para asumir el cargo.
Partiendo de ese error original, Petta se ha desempeñado capitaneando el navío que surca las aguas turbias de las rencillas internas, palpables en su recordada disputa con su viceministra; su notable parquedad para la toma de decisiones en asuntos clave y la falta de previsiones en temas esenciales como la jubilación de docentes, ese recambio cíclico y constante en una cartera tan grande como el MEC.
Ante esta falta de gestión, de “cintura gerencial” para administrar su despacho, es que se ha generado esta crisis, que por sus características es diferente a casos anteriores porque en la presente administración hay una manifiesta imprevisión de las autoridades.
Esa imprevisión hoy está privando a más de 40 mil alumnos del país contar con maestros en las aulas, unos 500 maestros que se requieren para completar decenas de horas cátedras. Como era de esperarse, los estamentos afectados, docentes y directores, se han manifestado –a su modo– para repudiar esta negligencia de las autoridades de Educación. Los directores han pedido la interpelación del ministro Petta, mientras que los alumnos de distintos colegios de Asunción, del Área Metropolitana y de varios departamentos del interior han salido a las calles para marchar y repudiar la actual gestión.
El problema de la educación es mayúsculo. Nobleza obliga, es un problema que se arrastra desde hace tiempo, es una herencia perversa que recibe cada gobierno. Los problemas de infraestructura no surgieron hoy, la preparación adecuada de los docentes no surgieron el 15 de agosto pasado; el bajísimo nivel de los estudiantes, uno de los más bajos de la región, tampoco es un asunto inédito. La cuestión se circunscribe, entonces, a que la imprevisión y la falta de decisiones tan habituales en la actual administración siguen postergando la solución de estos graves problemas que arrastra la educación paraguaya.
Pero no solo en el campo de la educación, propiamente, Petta se ha circunscrito a sus distintas peleas. También los ha tenido en el plano político, donde hoy muchos de sus ex colegas de la Cámara Alta cuestionan su idoneidad para el ejercicio del cargo y ya hasta analizan decidir sobre una posible interpelación en la sesión de la próxima semana, para que el ministro se presente ante los legisladores para exponer los problemas apremiantes de su cartera.
La defensa de la figura del secretario de Estado es incómoda. Lo es para los referentes del oficialismo, algunos con nombres de fuste como Silvio Ovelar o Blanca Ovelar, quienes mantienen por distintos motivos una inocultable antipatía con el ex senador, y hasta para los más cercanos colaboradores del secretario de Estado.
Sin embargo, este parece no ser un problema para el presidente de la República, Mario Abdo Benítez, que de manera persistente e inexplicable insiste en otorgarle su apoyo irrestricto. Así lo señaló el día jueves cuando inspeccionó brevemente la asistencia a las miles de familias damnificadas por las inundaciones del río Paraguay en Asunción.
Este respaldo total a su ministro hace oído sordos al reclamo de miles de estudiantes y docentes, pero también envía un poderoso mensaje a la interna de Añetete, de que Abdo Benítez no aceptará los reclamos hacia su gran aliado.