Un buen estadista debe saber mirar hacia atrás para conocer la historia que le antecede y así evitar los tropiezos de sus antecesores. Y debe saber mirar hacia adelante para trazar un camino propio mirando al horizonte y dejando de lado las miserias del pasado. Para los votantes, cada elección es el principio de una esperanza, pero puede convertirse en una decepción. Es por eso que los pasos que dé en sus comienzos pueden ser auspiciosos o decepcionantes, y eso va a marcar definitivamente la relación con esa poderosa fuerza que es la opinión pública, un monstruo con muchas cabezas que elige y soporta a los gobernantes y a los referentes públicos, pero que con la misma volátil unanimidad con la que eligieron al gobernante, líder o mandatario pueden darle la espalda. Dicen los memoriosos que el caso más ilustrativo de la historia fue el de Julio César, que pese al gran poder que acumuló no le sirvió para ver el desenlace de su historia y solo alcanzó a expresar una frase histórica e ilustrativa: “Tú también, hijo mío”, traducida al decálogo de la política como que hasta los hijos pueden darse vuelta. Los votantes suelen ser más feroces que los aliados y que los hijos.
Valga la reflexión de la historia y parte del decálogo de gobernantes y príncipes para entender el efecto feroz que produjo el mal chiste del presidente Mario Abdo en Ciudad del Este, con el corolario de una grotesca carcajada que solo despertó una indignación generalizada, salvo, claro está, la complicidad de los aduladores. El 3 de febrero es una fecha auspiciosa para el Paraguay porque gracias a ella los paraguayos podemos vivir, como cantaba Carlos Miguel Jiménez, “sin guerra entre hermanos” y, muy especialmente, sin tiranos que han inundado de sangre la historia paraguaya. El 3 de febrero no es solo una fecha que tiene que ver con el derrocamiento de la dictadura, condenada mundialmente por sus abusos como ocurre hoy con Maduro en Venezuela, también, pese a que la resistencia no fue mucha –ni aparecieron las bombas coloradas ni los macheteros colorados–, porque la mayoría de los estronistas ostentosos salieron rajando, fue triste, aunque hubo pocos muertos y heridos paraguayos.
Y ya que el chiste que desató la carcajada fue la celebración del nombre de la ciudad, vale la pena recordar que fue la ciudadanía esteña la que, democráticamente, votó por el nombre actual que lleva, Ciudad del Este, en contraste con el nombre derrocado con el golpe de Estado, puesto por los trepadores del momento, Ciudad Stroessner, olvidado también con el dictador. Tuvo un fuerte simbolismo porque comenzó a romper el imperio de los chupamedias y adulones.
El presidente que fue rajado sin pena ni gloria, para ponerlo en términos actuales, tenía más o menos las mismas manías y ejercía los mismos abusos y violaciones antidemocráticas que hoy se denuncian contra Maduro y, sobre todo, su antecesor, Chaves: politizar al ejército con pañuelos colorados al cuello y otras tantas consecuencias. Las dictaduras se parecen y se identifican en el totalitarismo. De no haberse derrocado al “Tiranosaurio”, más tarde o más temprano el Paraguay hubiera estado al borde de una guerra civil, como sucede hoy en Venezuela, entre un ejército “gansterizado” y represor y un pueblo oprimido.
Gracias a aquella madrugada se madrugó al dictador. Hasta hoy, aunque los cambios no han sido suficientes y se sigue sufriendo y soportando a una clase política corrupta y saqueadora de las arcas públicas, estamos en procesos en los que la ciudadanía existe y el derecho a la protesta y al voto permite que no vivamos una realidad “venezolana” con guerra entre hermanos.
Por eso el mal chiste y la risotada sonaron tan grotescos e indignantes. Y agravado por el hecho de que el Presidente ha sido elegido por el voto popular en una sociedad democrática, en la que las nostalgias de la dictadura de quienes se beneficiaron y enriquecieron con el uso y abuso de poder en forma dictatorial a costa de la voluntad de la mayoría y en contra de los intereses de la mayoría están presentes.
Desde luego que, si bien ha sorprendido a muchos, no es extraño que el Presidente, quien ha elogiado públicamente a sangrientos tiranos como Stroessner y Pinochet, derrape de pronto hacia ciertos gestos totalitarios.
Valga cerrar la reflexión como fue comenzada recordando a Julio César, cuando el poder se vuelve totalitario, como garantiza nuestra Constitución, el pueblo tiene derecho a rebelarse.