Fotos: Néstor Soto
El maestro Luis Szarán habla con Augusto dos Santos para el programa “Expresso”, del canal GEN, y cuenta sobre su vida, sus sueños, proyectos y frustraciones. Desde cómo decidió ser maestro de orquesta a pesar de que su madre no quería hasta los motivos que encuentra aún para motivar a la juventud a que encuentre en la música la manera de inspirarse para cambiar las cosas.
ADS: Maestro, los periodistas y músicos tenemos algo en común, solo que nosotros lo tenemos muy descuidado, como es el oído, porque hablamos mucho y escuchamos poco, pero qué herramienta fundamental, ¿no?
–El oído sí. Yo tengo una experiencia que creo que hasta Dios me puso en el camino, cuando era estudiante y tenía 17 años. Vino a Asunción un musicólogo francés, que resultó ser uno de los más famosos del mundo, que donó 11 mil grabaciones de cantos de aves de todo el mundo. Vino a la Alianza Francesa y necesitaba un ayudante. Él iba a las cataratas del Iguazú a grabar. Mi maestro me recomendó porque a veces no le podía ni pagar la cuota de estudio, y bueno, no sabía que tenía que llevar esos antiguos equipos por los bosques... y un día me dijo, te voy a enseñar un secreto que te va a ser útil para toda la vida. Y me dice, escuchá ese pájaro ahí, me dice. Y le digo no, escucho el ruido de la cascada. No, no, no, el oído se sintoniza como una radio que sintonizás. Me dice respirá, sintonizá y vas a ver que detrás del ruido de la cascada hay un canto. Y fue una experiencia única, empecé a escuchar voces, fue increíble.
–ADS: ¿Una de las apreciaciones que tenía José Luis Miranda sobre tus cualidades era que tenías muy buen oído para llegar donde llegaste, ¿no?
–Sí, exactamente. Y eso tiene que ver con la formación de un músico. Nosotros estudiamos lo que es el contrapunto, que en la música son voces que van al mismo tiempo, tienen vida propia y vida en el conjunto. El maestro máximo es Bach, donde vos seguís a la flauta y tiene una riqueza que parece independiente del resto y escuchás abajo el violonchelo y tiene esa riqueza. Se estudiaba en Roma eso y nuestro maestro nos decía, esto desarrolla la capacidad de poder reescuchar muchas cosas en el mismo momento. Y poder entender las dos cosas. Y recuerden que las mujeres son las especialistas en eso, nos decía.
–ADS: A mí me fascina la relación que tiene tu historia con la música, no solamente con la música en sí, sino con lo que iba a pasar después. El hecho por ejemplo de nacer en la vecindad de unas ruinas jesuíticas. ¿Cómo fue tu niñez?
–Mi padre fue polaco, inmigrante. Nací en una reducción, que fue de Itapúa. Y en esa época todavía estaban los túneles de los jesuitas. Yo nací en Yuty y también en Encarnación, los dos pueblos se pelean por mi nacimiento porque ninguno se quiere hacer responsable. Mi infancia pasé en Encarnación y nos pasábamos en esos túneles. Se decía que los jesuitas todavía se escondían por ahí y que se escuchaban sus voces. Hasta que le pregunté a una profesora quiénes eran los jesuitas y me dijo que eran personas que crearon ruinas.
–ADS: ¿Y cómo fue que te encontraste con todo eso?
–Eso fue realmente fascinante para mí. Yo tenía 8 años y como era el más pequeño de la clase, hasta que llegó a mi clase el maestro Cayo Sila Godoy, y entraba a cada aula y tocaba dos músicas, para motivarnos, nos daba una charla. Yo me volví loco. Dije cómo por un pedazo de madera, de unas cuerdas, puede salir algo tan perfecto, tan maravilloso. Así que al salir de la escuela, salí corriendo y llegué a la casa. Era el menor de los ocho hermanos. En casa mi mamá estaba guerreando en la cocina y le digo, mamá, mamá, ya sé lo que quiero ser en la vida. Y me alzó, me miró, y le dije: Mamá, ¡quiero ser músico! ¡Qué! ¡Estás completamente loco!, me dijo. Y vos sabés que me siguió toda la vida por eso. Incluso ya cuando era famoso, recorriendo el mundo. Ella me quería ver sentado en un banco, contando dinero ajeno. Yo estudié desde los 8 años hasta 12 años de forma clandestina con un vecino, el doctor Otazú, que venía a enseñar al hijo de un vecino que no tenía mucho interés en aprender, pero yo sí y aprovechaba. Y mi hermana mayor era un poco la cómplice, ¿no? Después se fue a Encarnación, a quien le debo mi carrera, el maestro José Luis Miranda, él tenía una novia que era mi vecina en ese tiempo y él iba una vez al mes a visitarla, y mientras ella se preparaba para salir, me enchufaba a mí para que toque. Ya tocaba en ese momento guitarra clásica, compuse ya algunas piezas, leía partituras...
–ADS: ¿Cuántos años tenías?
–12...
–ADS: A los 12 ya leías partituras, ya eras músico... y fue tu segundo gran encuentro.
–Sí, y Miranda vio talento. Y le dijo a mi hermana que si me enviaba a Asunción, me iba a dar una beca de por vida. Y con 12 años dejé todo. Vine solito a Asunción y ahí vivía prácticamente en la casa de él. Y después ya tiempo después me dijo que hasta aquí te puedo enseñar y luego como que ya viajábamos juntos, crecíamos juntos. Íbamos a Buenos Aires.
–ADS: ¿Cuál fue el primer instrumento que adoptaste?
–La guitarra clásica. Y después pasé al piano, que era necesario para las dos carreras que me interesaban, que era la composición y la dirección de orquesta. Yo tenía 17 cuando se estrenaba mi primera obra. Fue en 1971. Invité a todos mis parientes, a mis vecinos, a mis amigos. Y como era un muchacho pobre, la gente y la música no le dio mucha importancia. Y la verdad que fue una catástrofe. La orquesta se perdió, fue cualquier cosa. Alguna gente ya estaba riéndose. Me fui al baño a llorar y ahí me hice un juramento: que iba a ser director de orquesta para tocar con respeto las obras. Y hasta ahora yo creo que tengo más potencial como compositor que como director de orquesta. Después conseguí que mamá venga para un segundo concierto ya de música contemporánea, vino con todo eso de que ya no quería saber nada. Mis hermanas le convencieron. Salimos a comer, yo estaba orgulloso del estreno de mi obra. Y mi mamá no me dijo nada. Mis hermanas sí, seguí adelante, seguí así, cosas de esas. Y nos fuimos y no dijo nada. A la mañana siguiente, en el desayuno, me dice: Te quiero dar un consejo. Por qué estos días no te quedás nomás en casa, no vayas a salir, hasta que la gente se olvide de tu obra.. porque no le gustó.
–ADS: Después llegó un momento crucial en tu vida cuando te llamaron de Europa, fuiste allá. Y creo que empezaste por Francia.
–No, fue en Italia. Conseguí una beca del gobierno italiano. Me fui a Roma y era un momento muy difícil en Europa, las brigadas rojas, el eurocomunismo, yo por ejemplo tenía derecho a un alojamiento en el campus universitario que estaba todo tomado. Estuve ahí desde el 75 hasta el 79. Pero siempre hay paraguayo por algún lugar y yo conocí a gente maravillosa por allá. Un exfutbolista convertido a músico, José Bortolini, que hizo varias bandas sonoras para Morricone (Ennio) y acá no es conocido. Él me ayudó mucho. También el profesor Blas Servín, que era secretario de la embajada en el Vaticano también me alentaba. Y completaba mi estudio trabajando en una Trattoria los fines de semana, que ahí incursioné en el mundo de la cocina, que después estudié también. Por eso mis enemigos dicen que tengo más título de cocina que de músico. Y tienen razón.
–ADS: ¿Lo que fuiste a buscar fue la técnica que faltaba para ser director de orquesta?
–Sí, y ahí también fue eso de ir a hacerme solo. Tenía 23 años y una madrina me había regalado el pasaje y entonces yo me tuve que arreglar de diferentes maneras. Y yo sabía que tenía que irme afuera. Sabía que lo más fácil podría ser ir a Estados Unidos o Buenos Aires o Brasil. Pero Europa te da un sello, verdad. De ahí nace la tradición.
–ADS: ¿Cuándo termina ese proceso?
–En el 79. Ahí tuve la gran suerte, que es lo que te dan también estos países, que son los contactos. Mis ex compañeros de estudio después estaban dirigiendo en París, en Hamburgo, y eso me dio la posibilidad de hacer una carrera en Europa con más de 400 conciertos dirigidos en diferentes países. Y de ahí volví aquí, realmente quería otra cosa. Yo tuve un romance antes de venir, con una francesa, y estuve viviendo en París.
–ADS: ¿Cuánto tiempo?
–Seis meses. La familia me quería mucho. La familia tenía mucho dinero. Yo le había rescatado prácticamente a esa mujer de una vida difícil que llevaba y entonces la familia me adoraba. Y hasta quería financiarme una carrera.
–ADS: ¿En Francia fue tu encuentro con Roa Bastos, ¿no?
–Sí, a eso iba a llegar. Ahí lo empecé a frecuentar a Augusto, cuando eso yo estaba en Toulouse, en la universidad, y justo estaba saliendo de una relación y comenzaba con otra. Me utilizaba a mí de pretexto para salir a caminar por el parque... y me dejaba a mí en el parque y él se iba a otra parte. Hablábamos de tantas cosas. Yo tenía un carteo muy lindo con él. Estuve en el lanzamiento de la primera edición de “Yo el Supremo”. Esos carteos con él me ayudó a aprender a leer “Yo el Supremo” y superar las primeras diez páginas que todos leen y luego dejan. Él me decía, tenés que irte a Paraguay. Acá está todo hecho. Podés ser famoso, ganar dinero. Pero vos tenés que generar un cambio, ayudar a que Paraguay salga. Y vos sabés que me convenció, sobre todo en este campo de la cultura. Vine y le traje a la chica y no aguantó los mosquitos, el calor, pobrecita, estuvo seis meses y volvió. Yo me quedé, pero también sentía la asfixia, eran los años también duros de la dictadura, y estuve, aguanté un año y medio. Luego conseguí una pasantía de media jornada de trabajo en el teatro Colón de Buenos Aires.
–ADS: Te quiero pedir reflexiones sobre dos figuras que acabás de mencionar y cómo las caracterizás para la historia de Paraguay: Cayo Sila Godoy y José Luis Miranda.
–Cayo Sila Godoy me influenció mucho. Es lo que se llama el músico intelectual. Nosotros tenemos en nuestro campo muchos buenos intérpretes y compositores, pero sin una formación en el campo de la literatura, de la filosofía, esas ramas. Muy concentrados en la música estamos. Pero Sila tenía eso. Podía hablar de los grandes filósofos de la historia y sus reflexiones apuntaban a eso. Y todo lo que hacía tenía un sustento. Miranda es el modelo de docente por experiencia. Tenía una cualidad, con dos o tres cosas te hace entender y esa misma fórmula aplicás en otros conocimientos para saber todo lo demás. Te mostraba otros caminos.
–ADS: ¿Cómo estás viendo hoy a la escuela de música?
–Aquí estamos viviendo en estos momentos cinco años atrás o quizás un poco más, el dorado de la música. Hay una oferta tremenda en todos los campos que mires. El folclore, el rock, el pop, jazz, música clásica. Jóvenes que realmente tienen un potencial, están creando música, nuevas propuestas. De lo que yo recuerde de mi vida, no tenemos un momento como este. Y tenemos mejores instituciones, más afianzadas. Antes no existía una licenciatura, para tener más de cuatro o cinco lugares para hacer esa oportunidad. Y la música en la universidad, en los conservatorios, el Conservatorio Nacional tiene más de mil alumnos. Y eso está asegurado.
–ADS: Quiero ubicarme en un momento glorioso de tu vida y para la cultura paraguaya. ¿Cómo fue tu encuentro o el descubrimiento de la partitura de Domenico Zipoli?, ¿podés hablarnos de ese tiempo?
–Antes te quiero contar que Helio Vera, nuestro gran amigo en común, que era siempre así, muy especial en sus observaciones, y él decía siempre como que yo ya no tenía propuestas musicales, entonces inventé que me tropecé con un takuru y que ahí encontré un manuscrito de un tipo que no existe.
–ADS: La maldad de Helio... pero es impresionante cómo cambió todo.
–Sí. Realmente aquí se había encontrado un manuscrito, por un norteamericano, que era el único fragmento que se tenía. Hasta que un arquitecto encuentra en Bolivia 5.500 páginas de hojas de música, que eran las mismas que se tocaban aquí, que eran producidas en lo que hoy era Córdoba, Argentina, porque ahí estaba Zipoli y de ahí se mandaban copias a todos los pueblos jesuitas que tenían sus orquestas, sus coros y por un milagro él encontró y no encontró nadie que se interesara por él durante diez años. Hasta los comienzos de los años 80. Ese dato me pasó un padre jesuita, Clemente Mac Naspy, un musicólogo, a quien Enio Murricone, autor de la banda sonora de “La Misión”, le había escrito para pedirle cómo se hacía o cómo era la música para tomar como referencia. Viste que es una película histórica. Así fue que Murricone hace esa música. Y así Mac Naspy se entera de que había ese lote y yo fui el primero en llegar. Me fui, me encerré e hice fotocopias de unas 800 páginas de lo que estaba mejor conservado y ahí apareció el nombre de Domenico Zipoli. Hicimos entonces el primer concierto en las propias ruinas, en la de Trinidad, donde están los ángeles tallados en piedra. Recuerdo que Alfredo Seiferheld escribió un artículo muy lindo para la agencia donde él era el corresponsal. Se publicó en 1.500 periódicos de todo el mundo; se llamaba la nota “Las piedras volvieron a cantar”.
–ADS: O sea, toda la historia jesuítica tuvo música a partir de entonces. Y esa fue una obra tuya y se convirtió en universal.
–Y se publicó en todos lados. Alemania, Italia, España. Durante 15 años dirigí un grupo en Venecia especializado en esa música. Imaginate hoy ese estilo barroco que trajeron los jesuitas, adaptado al mundo guaranítico te diría, verdad, que hay un estudio que hizo el organista del papa, hizo un estudio a partir de un libro mío sobre Domenico Zipoli, para demostrar la riqueza mayor que tiene este barroco de las reducciones por la simplicidad y sinceridad con dar énfasis al mensaje que al lucimiento del artista.
–ADS: Otro elemento que te ha convertido como una figura eterna para el Paraguay es el proyecto Sonidos de la Tierra. ¿Cómo nació eso?
–Yo llegué a un punto y creo que le pasa a todos, ¿no? Yo así, sin recursos, siempre hubo manos generosas que me ayudaron mucho. Hice una carrera desde muy joven, viajé por todo el mundo y gané el dinero que quería, pero el dinero nunca fue mi objetivo, salvo ganar lo básico para estar bien. Conocí tanta gente, porque para mí la mayor riqueza que encuentro en mi vida es esa, mi fuente de felicidad es mirarle a alguien a los ojos, leer su alma, valorarlo, conocer, eso no tiene precio. Gente humilde y gente de digamos de diferentes estratos sociales. La vida me dio esa posibilidad de enriquecerme con esas experiencias. Y llegó un momento que dije que tengo que devolver esto que recibí. Y esto me hacía recordar también, cuando se creó el Viceministerio de la Juventud. Enrique Riera, de quien soy amigo de esa época, me llama y me dice, veníamos de la dictadura, pensá en algo para levantar a la juventud. Y mandó a hacer un estudio, del 92 o 93, cuáles eran las expectativas y sueños de los jóvenes paraguayos. Ese estudio no se animó a publicar. Para el 90% de los jóvenes paraguayos, el sueño de su vida era llegar a ser ricos sin que importaran los medios. Eso se instaló acá. Producto de la dictadura fue eso.
–ADS: Había que trabajar de abajo...
–Sí, la ética, la honestidad, las actitudes democráticas. Hasta ahora no sabemos discutir, somos de una intolerancia que está en un punto extremo de intolerancia. A mí el tema que más me preocupa, dentro de lo que es la convivencia de nuestra sociedad. Entonces me quedó rondando en la cabeza. Después escuché la historia de un ingeniero que construyó una usina electrónica en Colombia, al lado de una comunidad indígena. Ellos lograron ahí armonizar y al terminar la obra le llaman al cacique, les había sobrado un dinero y le dicen a él gracias por tolerarnos y vemos que no tienen agua potable, no tienen escuelas ni hospitales, y queremos donarles algo. Dígannos qué. Y el cacique le dice que iba a consultar con su gente. Hace su asamblea, vuelve y le dice: Queremos instrumentos musicales. ¿Cómo? Se sorprenden. Sí, nosotros somos la escuela de nuestros hijos. Ellos aprenden con nosotros. Nosotros no nos enfermamos, porque llevamos una vida sana. Sin embargo, todas las noches nos reunimos a cantar. Y la música nos inspira para encontrar solución a los problemas que vamos teniendo. Y ahí yo me dije el potencial que tengo. Así empecé. Arranqué ayudando en algunos lugares, luego trabajé también en Brasil en varios proyectos sociales, sacando a niños que vivían en las calles. Ahí ya visualicé la cuestión, el problema. Y bueno, de ahí trabajamos y salió el modelo de Sonidos de mi Tierra, algo que se mantenga en el tiempo.
–ADS: ¿Tenés idea de cuántos niños y niñas ya se formaron?
–Más de 22 mil.
–ADS: ¿22 mil músicos se formaron?
–Músicos y no músicos. Nosotros lo que buscamos es transformar socialmente a través de la música en lugar de formar música. Pero salen del programa sabiendo tocar algún instrumento, hacen lo básico. Pero los que siguen carrera, le dan un tratamiento especial. La semana pasada aquí tocó conmigo un chico que salió de Paraguarí, un porotito, ¿verdad? Y tenía el perfil de genio desde chico. Y se le apoyó con becas. Hasta que llegó por su propio medio a la escuela de música Reina Sofía de Madrid, de donde egresó como uno de los mejores alumnos.
–ADS: Es inconmensurable el factor de la oportunidad. En una entrevista dijiste que te detenés en el entusiasmo de los niños. Seguramente ahí ves la semilla.
–Sí, absolutamente.
–ADS: No me imagino las veces que te habrán preguntado si vos no tocás luego nada...
–Sí, sí, hasta mi hija. Tengo una hija de ocho años que me dice, papá, vos te pasás espantando mosquitos, me dice. Esta profesión es fascinante. A mí me encanta hablar de mi profesión. Primero que es la única profesión en donde uno le da la espalda a sus clientes. Cuando te das al vuelta te aplauden a rabiar, sos el más felicitado del grupo. Pero lo más maravilloso, aparte de que vos sumás lo que aporta cada uno, la riqueza personal de cada uno, tenés que ser como un mago para unir esas voluntades, y convertirla en una obra perfecta, o aproximada, y el sonido que te viene al cuerpo. Es una cosa visceral. Pero lo que más me encanta es que, por ejemplo, viste un equipo de fútbol. Más o menos se trabaja como un equipo de fútbol en el ensayo. Si va perdiendo ese equipo, si las cosas salen mal, ¿qué pasa?
–ADS: ¿Cambian de estrategia?
–Le echan al director técnico. En mi profesión, si algo sale mal se le culpa a los músicos, nunca al director.
–ADS: ¿Qué es lo más catastrófico que te pasó en esa relación director- músicos?
–Sucedió aquí. Cuando llegué tenía la presentación de ser un director joven, manejaba bien el tema del marketing, había que mover esto. Un tiempo incluso traía hasta militares para hacer de público. Y bueno, estaba repleto el teatro. Y estaba un viejo músico que estaba con su trago y se pasó de copas. Se sentó en la primera fila. Y él tan eufórico, salta y viene hacia mí después de una de las obras, y viene y me da un beso directo a la boca, y me dice “te amo, maestro, te amo”, frente a toda la gente. Y así hay muchos, muchos casos acá, en Europa, pasé de todo.
–ADS: ¿Cómo te relacionás con los estilos?
–Una de las fortunas que tengo es que soy musicólogo, soy uno de los 25 directores del diccionario de música más grande del mundo. Trabajamos durante 10 años y se editó en España. Hice cursos durante varios tiempos para formarnos y armar ese proyecto. Y ahí es como que se te amplía el horizonte. Empezás a entender que cada expresión es válida en sí misma. Hasta aquellas que nos parecen repugnantes. El entender por qué y entender esa lectura. Te abre el oído, la mente, a entender y a apreciar. Que aunque no te guste, es la expresión de una clase social, cuyo códigos de sonidos son esos. Sufro porque cuando toca, aunque toque la Filarmónica de Berlín, siento que van a llegar a un pasaje que es complicado y que le va a poner en aprietos y me paso calculando como si estuviera trabajando. Me gusta la música de África, de India, el folclore paraguayo.
–ADS: En estos días se dio un caso policial relacionado con músicos, donde estuvo un actor universal, el Stradivarius. ¿Cuál es la historia del Stradivarius con el Paraguay?
–En esta sala, sonaron Stradivarius diferentes, en diferentes momentos. Uno del primer violinista de la orquesta de Francia, que vino como invitado hace unos quince años. Y él según me decía, vivía encadenado con su instrumento, pidió que no cuente que tenía el instrumento. El de él estaba alrededor de tres millones de dólares, que le donó una fundación japonesa. Tocó solo y por supuesto fue una maravilla. Hace tres años vino una suiza, que es una de las mejores de ese país, que también tiene ese instrumento. Esa fue peor, porque se alojó en un hotel cerca y venía caminando por la calle con su Stradivarius.
–ADS: Dos palabras, maestro, para los chicos que quieren acercarse a la música.
–Que se acerquen, les va a inspirar, va a ser una luz para alumbrar el camino que quieran tomar.