EL PODER DE LA CONCIENCIA
- Por Alex Noguera
- Periodista
- alex.noguera@nacionmedia.com
Como un dulce helado en un tórrido día de verano, la Semana Santa 2025 se derritió casi sin darnos cuenta ni valorarla como corresponde. No hubo tiempo de comentar sobre las aventuras vividas durante esos días santos, ni de quejarnos por los precios de los huevos para elaborar la chipa, mucho menos en lo caro que estaban los de chocolate, hechos por los laboriosos conejos de Pascua.
Cuando ese domingo todos evocábamos la resurrección de Jesucristo, alentados por la alegría de saber que el papa Francisco no solo había saludado a los presentes desde su ventana en el Vaticano, sino que tomó su papamóvil y dio una vuelta mezclándose con los peregrinos que acudieron a la Santa Sede para ser parte de la añeja tradición católica.
Ya desde tempranas horas de ese domingo, los miles de fieles presentes en la plaza de San Pedro se preguntaban si Francisco estaría en condiciones de saludar o guardaría reposo. Y él no los defraudó, aún convaleciente tuvo la fuerza para dar su último paseo terrenal, como un capricho de última voluntad, aunque nadie, ni él mismo lo supiese.
Así como Jesús, Francisco “resucitó” del hospital luego de 38 días de internación y fue el vivo ejemplo de su prédica de salvación; y también, así como hace más de dos mil años, en la madrugada del lunes, en completa paz, Francisco subió al cielo a ocupar el lugar que le corresponde.
Pocas veces el mundo ha sentido tan profunda y sincera tristeza por un fallecimiento. Las manifestaciones de dolor y respeto se vienen reiterando día tras día en el Vaticano y donde hoy se prevé la presencia de más de 130 delegaciones de dirigentes mundiales y de la realeza, que acompañarán al papa hasta su definitivo lugar de descanso.
Aunque sin quererlo, estos días de la semana que termina fueron, además de congoja, también de profunda reflexión. La muerte de Francisco nos recuerda lo efímera que es la vida: un día celebrábamos la Pascua y al siguiente la Parca tocaba el timbre y entraba sin ser invitada. Entonces, pensamos en que deberíamos aprovechar más la vida y no desperdiciarla en ilusiones, maldades o buscando bienes.
Esa precisamente es la segunda lección que nos dejó la partida de Su Santidad. A pesar de poder contar con un “sueldo” de 384 mil dólares anuales que la Iglesia católica le brindaba, Francisco los rechazó y murió con apenas cien dólares en los bolsillos. Sin cuentas bancarias, sin terrenos, sin inversiones. Cumplió lo que pregonaba en vida, que la felicidad se encontraba en la sencillez. Su propia vida fue ejemplo. De antemano aprendió que nada material se llevaría de esta tierra.
Hoy los paraguayos se sienten huérfanos. Nunca en la historia un Santo Padre demostró tanto amor hacia nuestro país y sobre todo enalteció a la “gloriosa mujer paraguaya”. Se siente como un gran vacío y las anécdotas perdurarán en el tiempo con orgullo al recordar la reacción del papa Francisco cada vez que veía una bandera paraguaya envuelta en el cuerpo de algún visitante en la plaza de San Pedro. O su pícara pregunta de “¿me trajiste chipa?”, una frase que quedará marcada en el corazón de cada compatriota. O como esa otra que pronunciara el 11 de julio de 2015 durante su visita a Paraguay: “Qué mentiroso que sos”.
El mundo convulsionado de guerras y tecnología, en el que como el mismo Francisco advirtiera sobre el peligro de la inteligencia artificial, se queda si un guerrero. Durante días las redes se saturan con internautas que se creen visionarios y mencionan las predicciones de san Malaquías sobre la lista de 112 papas, el último que sería Francisco, el papa Negro, el fin de los tiempos y la llegada del anticristo, sembrando la angustia miedo por placer.
Una vez más, como en cada fatídica ocasión, también mencionan al famoso episodio olvidado de los Simpson, que cada vez compiten con mayor fuerza con el mismísimo Nostradamus o Parravicini o Baba Vanga. Es de justos reconocer que lo efímero nos rodea, estamos expuestos más que nunca a las mentiras y a ser manipulados, pero la realidad es que nadie sabe lo que nos depara el futuro. Eso sí, como recomienda Mateo en 24:42-44, debemos “mantenernos despiertos”, porque “el Hijo del Hombre vendrá cuando menos lo esperen”.
Nada podemos hacer ante lo inevitable, pero sí cumplir el pedido de “recen por mí”, que tantas veces expresara como un vaticinio el querido Francisco.