El lunes pasado desnudábamos en este espacio la operación corporativa mediática y política desarrollada por el Grupo Zuccolillo. La misma consiste en enmarcar a sus empresas como una “causa nacional”. Cuando el banco Atlas le debe a itti alrededor de setenta millones de dólares por el mal uso fehacientemente comprobado del software que el segundo le provee a la entidad bancaria –algo que si se no se tratase de una de las empresas del Grupo Zuccolillo– debería de dirimirse entre partes privadas sin salir del mundo de los negocios, la negociación o en última instancia en la Justicia; se lleva a las tapas del diario Abc, con ríos de tinta en sus páginas, minutos y minutos en su canal de TV y horas y horas en su radio AM, termina siendo parte de debates en el Congreso e intentando vincular al propio presidente de la República. Sencilla y llanamente porque no se quiere pagar una cuenta.

En Paraguay existen al menos otros cuatro o cinco grupos corporativos con similar poder de fuego mediático; sin embargo, ningún otro recurre a prácticas de tan baja calaña. Un modus operandi heredado y que si se hace una línea de tiempo fue el método para acumular poder utilizado ya por quien fuera el fundador del medio amarillo.

Ellos durante todo este tiempo (a excepción de los cinco años de la administración Cartes) han definido qué obra pública debe hacerse o no, dónde debe construirse y dónde no, qué programa social debe llevarse a cabo y cuál es puro populismo, qué cuentas están bien que adquiera o pague el Estado y cuáles son un malgasto, qué rubros agrícolas deben ser apoyados y cuáles dejar de lado, qué zonas del país deben desarrollarse para que las propiedades tengan más valor y cuáles deben pasar al olvido o qué medios son merecedores de recibir pauta pública. Se puede seguir con miles de otros ejemplos de áreas donde el grupo de referencia tiene intereses y cómo fue moldeando el país a su gusto y paladar. Siempre con la complicidad de políticos y gobiernos que no se animaron a plantarse.

El Paraguay no aguanta más la desinformación, las noticias falsas y la extorsión con base en los intereses de un grupo empresarial que rechaza las buenas prácticas empresariales, pero da cátedras de moral y honestidad en sus espacios periodísticos con una hipocresía inigualable. Si en su momento dijimos que lo que hizo el presidente Horacio Cartes de enfrentarse a este grupo (lo cual le costó y le cuesta un tendal de tapas en contra hasta ahora), es coherente decir hoy que lo que está haciendo el presidente de la República también es correcto. Algunos autopercibidos analistas (que no pasan de opinadores) lo cuestionan por ser él mismo quien le pone el pecho a las balas por considerarlo un desgaste innecesario.

En lo particular, debo decir que creo que es una enorme oportunidad que le dan a la historia y la coyuntura a Santiago Peña para ratificar carácter y liderazgo. Que así como se recibe también hay que repartir, que la crítica es una calle de doble sentido, de ida y de vuelta. Y que eso no pone en dudas las libertades; al contrario, las intensifica. De todo esto también se trata la política, esa mala palabra que empieza con p y termina con a.

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