• Ricardo Rivas
  • Periodista
  • X: @RtrivasRivas

Suenan las alarmas. El miedo crece. Encontrar respuestas es complejo. Tal vez sea el momento de dar más espacio a la voz a las víctimas que a la de los victimarios.

Es el fin de un día agi­tado en Buenos Aires, unos 1.300 kilóme­tros al sur de mi querida Asunción. Los pubs cercanos al downtown estallan. Por unas tres horas, es el tiempo del after office. Las y los tra­bajadores remotos se lo pier­den. O, tal vez, aplican para los happy hours barriales.

Las familias en situación de calle hurgan en las bolsas con residuos. Mantas raídas, col­chones y colchonetas gastadas emergen desde curiosos escon­dites citadinos. Con ellas, hom­bres, mujeres, niños, niñas, ancianos y ancianas comien­zan el dramático ritual coti­diano para improvisar sus callejeras alcobas y descan­sar unas cuatro horas.

Luego, vendrá otro grupo para ocupar las mismas posiciones en los acotados espacios donde los bancos extienden sus redes de ATM (cajeros automáti­cos); o en las entradas de los edificios con oficinas a las que nadie llegará hasta la mañana siguiente; o en los accesos resi­denciales donde cerrarán sus ojos para –tal vez– transito­riamente olvidar la pesadilla mendicante de sus vidas para comer algo.

AVENIDA DEL DESAHUCIO

Quizás, en esa tregua inevita­ble consigan soñar lo que sue­ñen y, por un rato, olvidar que mañana será también un ama­necer que marcará el inicio de otro día para trajinar la cada día más congestionada Ave­nida del Desahucio.

“¡¿Tené (sic) una moneda, loco?!”, me dicen un par de pibes que juntan el índice y el pulgar en un circulito casi perfecto. Siguen su marcha. Hablan, pero no entre ellos ni con nadie en particular. Las y los recicladores urba­nos transitan incansables en procura de residuos que, “si Dios quiere”, podrán ven­der después a alguien que les pagará casi nada. Estrate­gias de supervivencia urba­nas.

Cruzándose con ellas y ellos, trashuman otros y otras que –sin verlos ni sentir cercanía– se vinculan con esa projimi­dad remota que facilitan los teléfonos inteligentes. Media docena de personas orienta­les dialogan en voz alta mien­tras caminan, sonríen, sacan fotos y beben lo que tienen en sus termos. Ríen. Hacen más fotos con los celus. Una vein­tena de lusoparlantes com­pulsivamente compran, hacen cuentas y vuelven a comprar. Una casa de alta moda ase­gura que lo que en esa vidriera se ofrece se puede encontrar ahora mismo en Londres, París, Roma, Madrid y NYC.

POBREZA MULTIDIMENSIONAL

Coincidencias. Como esas prendas, pobrezas e indigen­cias similares a las nuestras también son posibles de encon­trar en esas megalópolis. Miro el Obelisco. Entrecierro los ojos. Escucho la ciudad. Atur­den quienes venden baratijas para comer. Siento que todo lo que interesa y me interesa está allí. En ese ecosistema de pertenencia que me explica de qué se trata la “pobreza multi­dimensional” sin necesidad de interrogar a la teoría.

Enormes pensadores de la economía como Stiglitz, Sen, Yunus o Fitoussi, por solo men­cionar algunos académicos relevantes, trabajan con ese concepto desde algunas déca­das. “El estornudo, el amor y la pobreza son tan evidentes que nunca se pueden ocultar”, escuché decir alguna vez a un diplomático coreano que vivió varios años en la Argentina. Lo que veo y percibo van en sen­tido opuesto al discurso del poder que cree construir una realidad inobservable.

“Pobreza multidimensional”. Con esa conceptualización es posible verificar que nadie es esencialmente pobre ni, mucho menos, esencialmente rico porque todos y todas tene­mos algunas riquezas y algunas pobrezas. Es imprescindible entenderlo. Incomprender o, más grave, ignorar las pobrezas son actos concretos de las vio­lencias que nos afectan y ale­jan de la paz aquí, allá y acullá.

“La paz no supone solo la ausen­cia de la guerra”, sostiene el Premio Nobel de la Paz (1980) Adolfo Pérez Esquivel. “La paz es mucho más que la ausencia de guerra o el desarme. Se cons­truye y consigue con agendas amplias, multidimensionales, que demandan esfuerzos no solo a favor del desarme, sino también en pro del desarro­llo social”, dice María Cristina Rosas, académica de la Univer­sidad Nacional Autónoma de México (UNAM), quien ade­más enfatiza para explicar que el concepto paz, desde una perspectiva positiva, “es miti­gar o lidiar con diversas causas que subyacen o pueden dar pie a la violencia, como los proble­mas del desarrollo: acceso a la educación, a la salud, al empleo, a un medio ambiente digno...”.

EQUIDAD E IGUALDAD

El profesor de economía de la Universidad de Georgetown Marcelo Giugale –exfuncio­nario del más alto nivel en el Banco Mundial– destaca por su parte que “el hecho de que te haya ido mejor que a otros no significa que te haya ido bien”. ¡Valiosa reflexión! Paz tam­bién es promover la equidad y la igualdad.

Tengo la convicción profunda de que todos y todas tenemos derecho al bienestar y al pro­greso social que van de la mano si deseamos construir socie­dades pacíficas y pacifistas. A las casi 60 guerras activas en la tan maltratada aldea global que habitamos, en los últimos tiempos se le añaden nuevas tensiones.

“Guerra comercial”, es el título al que más recurren los medios tradicionales que siguen tam­bién las consecuencias del nuevo conflicto y comunican incansables cómo se esfu­man miles de millones; cómo se derrumban los mercados bursátiles y hasta cómo pier­den fortunas los afortunados; cómo se destruyen puestos de trabajo; cómo se expanden las miserias y los miserables.

ESPECTACULARIZACIÓN

¡Espectacularización de la noticia! Todo puede ser un arma. Las políticas arance­larias, también. Más tensio­nes. Algunas de ellas siento que emergen de esa especie de inframundo en el que sos­pecho se cuece la crueldad, la insensatez, el mal común y habitan las y los peores.

¡Lastimoso! No están lejanos los tiempos en los que pienso que, cuando los historiado­res aborden el primer cuarto del siglo XXI y, en especial, la segunda década de este período que transitamos, es muy probable que encuen­tren en sus fuentes la palabra guerra con más frecuencia de la que sus colegas en las últi­mas tres décadas de la centu­ria pasada hayan imaginado. No debiera sorprender que así fuera.

Los líderes de entonces crea­ron organizaciones mundia­les multilaterales en Bretton Woods de tanta eficiencia que hicieron posible algún grado aceptable de equilibrio, desa­rrollo y crecimiento. Aunque también –aunque se nieguen a reconocerlo– colmó de posi­bilidades a los megarricos de hoy para que construyeran sus fortunas.

Tengo claro que las y los his­toriadores, donde se encuen­tren, en sus trabajos “tratan siempre del presente o de las formas en que la historia ha marcado el presente”, como tantas veces me advirtió con docente paciencia la querida profe Beatriz Sarlo con magis­tral certeza. Siempre es así y los hombres y mujeres del poder lo saben.

De hecho, hacia ayer y hacia mañana, las y los observado­res miraron, miran y habrán de mirar siempre desde el hoy y, desde ese punto, construirán los relatos con los que política y socialmente se enculturiza o aculturiza. Inevitable.

ESTÁNDARES

Los medios tradicionales y, en particular los diarios, desde largo tiempo son categoriza­dos como “la primera versión de la historia”. Quizás sea así, aunque suene presuntuoso. Las redes y sus contenidos reti­culares todavía no alcanzan ese rango. Carecen de la serie­dad, de las normas de modera­ción y de estándares adecua­dos para la verificación de los hechos que, como soportes, vehiculizan y distribuyen. Las redes no son medios de comu­nicación. Son medios con fines de comunicación.

“Encontramos que la false­dad se difunde significativa­mente más lejos, más rápido, más profundamente y más ampliamente que la verdad, en todas las categorías de infor­mación, y en muchos casos en un orden de magnitud”, dice el 8 de marzo de 2018 Sinan Aral, profesor de la Escuela de Administración Sloan del MIT y coautor –junto con Soroush Vosoughi, investigador pos­doctoral en el Laboratorio de Máquinas Sociales del Media Lab y Deb Roy, profesora aso­ciada de artes y ciencias de los medios en el MIT Media Lab, del Instituto Tecnológico de Massachussets (MIT)– de una investigación sobre la circula­ción de noticias falsas en Twi­tter, hoy X, entre los años 2013 y 2017.

El campo que constituyeron al igual que el diseño muestral fueron amplios. Pesquisaron alrededor de 126.000 cascadas de noticias que circularon por aquella red porque unos 3 millones de personas las tuitearon poco más de 4,5 millones de veces entre los años 2006 y 2017.

Mentir, especial­mente en asun­tos públicos, es un acto de violencia que afecta a millones. Grave. La idea –y la práctica– de amenazar y luego empren­der cualquier tipo de “guerra comercial” suma violencia en la tiroteada aldea global. Agrega víctimas. Añade des­empleo, angustia, desespera­ción e incertidumbre. Pulve­riza infraestructuras. Aplicar al comercio categorías bélicas no es una buena práctica. Hay quienes sostienen que es una forma de naturalización de la violencia a través del lenguaje específico que utilizan empre­sarios e inversores.

TENSIONES

Desde varias décadas, “El arte de la guerra”, la máxima obra del estratega chino Zun Tsu, suele ser bibliografía de refe­rencia en los cursos de capa­citación para quienes quieren especializarse en comerciali­zación o en liderazgo. En las periferias se conocen a fondo las tensiones que devienen de las violencias económicas de todo tipo.

La llamada guerra del Guano y el Salitre o guerra del Pací­fico, que enfrentó a Chile con­tra Bolivia y Perú entre el 14 de febrero de 1879 y el 20 de octu­bre de 1883, en la que ingresa­ron luego Francia y Gran Bre­taña, es un recomendable ejercicio de memoria regio­nal para saber de qué se trata un conflicto bélico con raíces comerciales que se ocultan detrás del biombo de la segu­ridad nacional o la necesidad del espacio vital.

El guano y el salitre –dos materiales estratégicos en los ini­cios de la llamada Revolución Industrial–, imprescindibles por entonces para producir fertilizantes y pólvora, estra­garon a esos tres Estados andi­nos y a sus pueblos.

Hoy, en Ucrania, se habla de “tierras raras” –minerales escasos– que Rusia, China, Europa y los Estados Unidos se disputan. El sector ener­gético –la industria hidro­carburífera– disputa poder en Oriente Medio. Tensiones a las que es necesario añadir el terrorismo, las organiza­ciones delictivas complejas transnacionales y la corrup­ción estructural como parte del problema.

Europa se rearma. Suenan las alarmas. El miedo crece. Mark Rutte, secretario general de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), reflexionó públicamente que, como resultado de la más reciente tecnolo­gía misilística de la que dispone Rusia, “la diferencia entre un ataque a Var­sovia (Polonia) o un ataque a Madrid (España) son 10 minu­tos” hasta el momento en que el proyectil autopropulsado llegue a esos eventuales obje­tivos, maten y destruyan.

Ante esas palabras, la Unión Europea (UE) anunció que habrá de movilizar 800.000 millones de euros para el rearme y recomendó a la población “comenzar a pre­pararse” para soportar gue­rras, ataques cibernéticos y otras catástrofes. Más tensio­nes. Más angustias. ¿Quién exhorta a vivir la paz?

“TODOS PIERDEN”

“Hay que liberar a los 59 secuestrados y terminar la guerra. Nada bueno sale con guerras. En las guerras nadie gana, todos pierden, así que lo único que es importante para mí y para todos es que los 59 rehenes sean liberados y que esta guerra se acabe”, dice Karina Engelbert (53), argentina nacida en la pro­vincia de Córdoba, residente en Israel desde 1989, cuando su familia migró. Tenía 17 años.

Desde el 7 de octubre de 2023, junto con sus hijas Mika y Yuval fue secues­trada por la orga­nización terro­rista Hamás de su casa en el kibutz Nir Oz. Desde las ventanas de su casa veía una buena parte de la zona sur de la franja de Gaza, a 17 cuadras. Tenía unos 400 vecinos.

Su marido, Ronen Engel, fue asesinado. Intentó desesperada­mente proteger a su fami­lia. Un cuarto de esa pobla­ción también fue afectado. La sangre de muchos de sus habitantes se derramó en esa tierra donde hasta las mascotas fueron blanco del odio. Catorce de las y los integrantes de esa comu­nidad aún son rehenes de los terroristas de Hamás. El cadáver de Ronen sigue en poder de quienes lo ase­sinaron. Karina, Mika (11) y Yuval (19) fueron libera­das por sus captores el 26 de noviembre del mismo año después de 52 días cautivas.

“Hay que liberar a los 59 secuestrados y terminar la guerra”, le dice reiterada­mente al periodista Alejan­dro Alfie, del diario Clarín de Buenos Aires. “Nada bueno sale con guerras (porque) en las guerras nadie gana, todos pierden”, reflexiona. Sabe de qué habla, sufre, pide por los rehenes y pide una y otra vez “que esta guerra se acabe”. Testimonio lacerante de una familia victimizada por la guerra terrorista y que es conciente de que Gaza y su población también son víc­timas.

Karina Engelberg, quien fuera rehén de Hamás y liberada luego de 52 días de cautiverio, en noviembre de 2023, da una entrevista en Buenos Aires, el 1 de abril de 2025. Foto: Mariana Nedelcu

UN ABSURDO

El papa Francisco, pocos días antes de su internación, sos­tuvo que “la guerra es siem­pre un absurdo, un horror, un desperdicio y una derrota” para la humanidad. Desde esa convicción exhorta a que “no permitamos que los vien­tos de la guerra soplen cada vez más fuertes”.

El líder del catolicismo uni­versal y jefe del Estado Vati­cano se preocupa por Europa, pero también por la situación en el Mediterráneo, en África, en Asia, en el Oriente Medio y ruega a líderes y lideresas “que no se ceda a la lógica de las armas y del rearme”.

Declarado pacifista desde muchas décadas –cuando aún no era pontífice–, predica que “la guerra es innoble (por­que) es el triunfo de la men­tira y del propio interés”. No ahorra palabras. “Las armas no construyen el futuro, sino que lo destruyen”, dice con precisión. “¡Basta, por favor!”, implora y enfatiza que “la vio­lencia nunca trae la paz”.

DESARMAR LAS PALABRAS

A través de una carta, Fran­cisco propuso al director del diario italiano Corriere della Sera, Luciano Fontana, a periodistas y comunicadores que “sientan la importancia de las palabras” para trabajar por la paz.

Con simpleza exhortó “a todos aquellos que dedi­can su trabajo e inteligencia a informar a través de las herramientas de comunica­ción que ahora unen nuestro mundo en tiempo real (para que) sientan la importancia de las palabras. (Que) Nunca son solo palabras (porque) son hechos que construyen entornos humanos”.

De hecho, toda operación comunicacional produce sentido y, justamente por ello, los vocablos “pueden conectar o dividir, servir a la verdad o servirse de ella”, advierte y va más allá: “Debe­mos desarmar las palabras, para desarmar las mentes y desarmar la Tierra” porque en estos tiempos que corren “hay una gran necesidad de reflexión, de calma, de sen­tido de la complejidad”.

¿Qué es lo que no se entiende? ¿Quiénes son los que no entienden o no quieren enten­der? Encontrar respuestas es complejo. Tal vez sea el momento de dar más espacio a la voz a las víctimas que a la de los victimarios. “Give peace a chance” (dale una oportu­nidad a la paz), como nos pro­puso John Lennon.

“Debemos desarmar las palabras para desarmar las mentes y desarmar la Tierra”, predica el papa Francisco

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