Los mismos adoradores del exembajador de EE. UU. Marc Ostfield, que arriaron sus banderas “anti-imperialismo” hoy fingen demencia sobre el escandaloso contubernio del diplomático con el expresidente Mario Abdo Benítez para forzar sanciones económicas por parte del Gobierno de los Estados Unidos.

La filtración de uno de los informes remitidos por Ostfield el año pasado es la confirmación de que este exembajador actuaba de operador del abdismo, vaya uno a saber a cambio de qué, para prestarse al montaje generado por Abdo y sus excolaboradores en contra de Horacio Cartes y sus empresas. Quedaron en evidencia que el contenido de los informes que compartían con Ostfield eran falsos y fraguados desde una oficina en Seprelad, de la mano de Daniel Farías (leal a Giuzzio) hoy acusado y bajo la supervisión de los exfiscales reclutados por Abdo para la tarea de persecución (confesión de Eduardo Petta) también hoy acusados.

Lo de Ostfield no fue solo una intromisión en asuntos políticos de nuestro país, sino una descarada operación para destruir fuentes de trabajo de cientos de paraguayos, solo por su complicidad y alianza con Abdo. El daño que generó al Paraguay es imperdonable.

El tenor del lenguaje del informe de Ostfield revela su lectura sesgada y sus afirmaciones denotan que sus fuentes eran los perifoneros mediáticos abdistas con quienes merendaba en su residencia con frecuencia.

Uno de los puntos más escandalosos del informe de Ostfield fue su férrea defensa al negocio del asfalto de Marito al señalar que el mismo era legal y que solo realizaba operaciones con empresas privadas no con el Estado.

Lo que ignoró el exembajador para defender a su “aliado” fue que esas empresas privadas eran apretadas por el exministro del MOPC Arnoldo Wiens para que compren asfalto de las empresas del presidente si querían seguir ganando licitaciones, lo que significó un ascenso económico de más del 600 % para las empresas del expresidente.

Ese informe también desmontó el falso relato de la prensa abdista de que todas las decisiones provenían desde Washington y que Ostfield solo leía los informes.

Ostfield era el principal acróbata del circo montado y que sus payasos mediáticos hoy quieren desvirtuar lo que se filtró. Obvio, se les cae el relato y se confirma la farsa. Menos mal, el secretario de Estado de los EE. UU., Marco Rubio entendió que “este embajador andaba por su cabeza” y el presidente Trump le metió una patada en primer día que asumió el poder. Ahora queda restablecer el descalabro y los responsables de la operación deben pagar el daño que hicieron en abierto uso abusivo del cargo que ostentaban y eso no es persecución política, es justicia. Puedo estar equivocado, pero es lo que pienso.

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