- Por Pepa Kostianovsky
Señor presidente Santi:
Usted, que es economista, debe saber mejor que yo que tomar un préstamo bancario, con buenas condiciones de intereses y plazos, es lo que habitualmente se hace para financiar cualquier empresa. La palabra endeudarse puede sonar a disparate cuando sabemos perfectamente que no tenemos posibilidades de obtener ganancias con el uso de ese dinero; que lo único que conseguiremos es acumular intereses, engordar la deuda y terminar con la casa hipotecada o empeñando la licuadora.
Pero de ninguna manera es temerario o irresponsable cuando nos sentimos capaces de sacar adelante, aunque más no sea, una pequeña producción de pastelitos para vender en el vecindario. Siempre, lógicamente, que tengamos aunque sea un rudimentario conocimiento de mercado, costos y beneficios.
Por algún milagro –que nunca voy a entender, dado todo lo que en este generoso país ya se ha venido robando–, resulta que tenemos no solo una deuda externa mínima, sino también prestigio de buenos pagadores. De modo que, usted lo sabe mejor que nadie, somos prácticamente acosados por ofertas de créditos cómodos y prudentes.
Me pregunto, entonces: ¿por qué no se decide de una vez, pide todo lo que hace falta y mejora las condiciones de vida, salud y educación de todos los paraguayos, de una buena vez?
Presumo que, así como usted sabrá que apelar a un financiamiento internacional y ponerlo a mejorar los recursos del país es lo lógico, también sabe que uno de los recursos esenciales es la gente. Capacitar, alimentar, educar, sanear y fortalecer al trabajador (y más aún al que aún no consigue trabajo, porque vive en tal miseria que le faltan desde la camisa hasta los dientes, y desde el idioma hasta la posibilidad de salir del confín de la pobreza en que está metido por generaciones para poder ir a buscar una changa) es, definitivamente, la mejor inversión que podríamos hacer.
Aunque tengamos que pedir prestado para lo elemental, apenas ese ciudadano pueda alimentarse, darse un baño y ponerse una remera, saldrá a ganar unos guaraníes para comprar su pan, y de esa manera ingresará inmediatamente al mercado de producción y consumo. Es decir, dejaríamos de ser un país con una inmensa carga de gente improductiva, para ser una sociedad en la que cada cual genera, aunque más no sea, un mínimo producto.
Seguirían vigentes las necesidades propias del Estado (como reza nuestra Constitución Nacional): salud, educación, seguridad, protección a la niñez, a los ancianos y a los discapacitados. Pero tendríamos un sector que, de mera carga, pasaría a producir.
Le pregunto entonces, señor presidente: ¿por qué nos quedamos en el “a poquito”? ¿Por qué poner plazos de dos o tres años para empezar obras públicas que ya son necesarias? ¿Por qué dejar proyectos (como caminos para que el productor pueda llevar su cosecha al mercado) para el año que viene? ¿Por qué no dar excelencia a los servicios de salud? ¿Por qué no proveer los medicamentos?
Si la plata ya está ahí, si la gente ya está ahí, si el Paraguay está esperando… ¿Por qué vamos a engrosar la deuda pública? ¿Y qué nos importa, si vamos a producir para pagarla?
¿Qué es lo que nos frena, señor presidente Santi? ¿Le tiene miedo a los titulares de periódicos que nadie lee? ¿A discursos sin fundamento de políticos malintencionados? ¿A que lo acusen de hacer negociados cada vez que compra una carretilla?
¿Usted no presupuestó los sapos que iba a tragar cada vez que viera la cara de alguna amarga en su televisor, o se pichaba cuando leía los interminables artículos de supuestos “especialistas”, que ni siquiera son capaces de hacer una síntesis legible?
Tengo años y generaciones de experiencia en esto de comunicar, señor presidente. Y le cuento que, hace mucho, cuando no usábamos computadoras, los periodistas escribíamos en hojas “pautadas”, con medidas exactas. ¿Sabe por qué? Porque más de 32 líneas no lee nadie. Espero que este dato le sirva para aliviar sus preocupaciones.
Y que lo apuren.