- Por Juan Carlos Dos Santos G.
- Columnista
- juancarlos.dossantos@nacionmedia.com
Tras el fracaso del materialismo dialéctico, aquella doctrina que enfrenta al “capitalista explotador” con el obrero “explotado”, por culpa del advenimiento de la clase media, que no tiene interés en uno u otro extremo de la lucha de clases, el marxismo cultural tuvo que reinventarse y el pensamiento “woke” le cae como anillo al dedo. Este término utilizado desde hace algo así como 15 años, con mayor fuerza en los Estados Unidos y sobre todo tras la llegada de Barack Obama al poder, intenta representar a una clase de personas supuestamente “conscientes” de los desequilibrios que hay en el mundo. El mismo tipo de desequilibrio que denunciaba el marxismo entre la clase trabajadora y patronal.
A partir del mencionado fracaso, sobre todo en Europa, se buscaron otras aristas y variables para generar esos enfrentamientos y mantener la dinámica de la lucha de clases. Dicho de otra manera, simplemente se cambió el rubro sobre el cual poner énfasis. De ahí surgen enfrentamientos entre la ciudad y el campo, los hombres y las mujeres, las personas con diversos tipos de preferencias sexuales, desde donde se enfocan en el concepto de género.
Con Joe Biden la agenda woke se intensificó por medio del apoyo financiero desde el mismo Gobierno de Estados Unidos a organizaciones globales repartidas en todo el mundo, que pusieron todas sus fichas en generar esa división y enfrentamientos por temas sensibles como los raciales, políticos, sexuales y varios tipos de aristas que de alguna manera enfrentan a sectores sociales. Ni pensar en el impulso que hubiese tomado con una victoria de Kamala Harris.
Sin dudas que no todo lo que sea vinculado a una agenda woke es mala, se podría filtrar algunos, todos muy subjetivos. La intolerancia racial podría ser uno de sus principales factores contra el que luchan los wokes, así como la igualdad entre hombres y mujeres. El problema es que en vez de llegar a un punto medio para equilibrar a la sociedad, la agenda woke no tuvo un freno y terminó desnivelando hacia el lado que otrora era más débil. También salió de su lugar natural e ingresó a la educación escolar y eso hasta repercutió dentro de las familias.
La agenda woke finalmente tiene esa necesidad de dictar órdenes, y sin lugar a dudas atacar a la libertad social y económica de las personas, en un ejemplo exacto como lo hizo el marxismo en la Unión Soviética hasta 1989 y lo viene haciendo en países donde se ha implementado de manera agresiva este sistema político, cultural, social y económico como Cuba o Corea del Norte. De manera más suave en Venezuela y Nicaragua.
El pensamiento woke se ha adueñado de las producciones culturales, televisivas y del cine. También ha hecho irrupción en campañas publicitarias con importantes marcas que la sostienen. Todo esto ha llegado quizás a un techo y es por eso que se ven reacciones políticas en contra del “wokismo”, en Europa, en Estados Unidos y en parte de Sudamérica.
El nacionalismo ha salido a enfrentar a la agenda woke, desde el epicentro de su mundo creador, Estados Unidos, y se siente que Europa se despierta, pero el proceso es mucho más lento. Ron De Santis, líder conservador de Estados Unidos, ha hecho suya la lucha ante esta agenda, acusando al sistema educativo de promover ideologías progresistas sobre raza y género, por ejemplo.
En cualquiera de los casos, los extremos son malos y mientras para algunos lo woke es sinónimo de avance y progreso, para otros representa una imposición ideológica, y esto último pareciera que está más cerca de la realidad. Las próximas grandes batallas entre el woke ideológico y el nacionalismo conservador las vamos a ver en las elecciones generales en Francia y España. En la región las tendremos en Chile y en Brasil.