En su magistral proceso hacia la creación de una secuencia de preguntas que permitan entender la relevancia del pensar, el maestro Jean-François Lyotard (Versalles, 1924 - París, 1998), filósofo, sociólogo y teórico literario, hizo una serie de encuentros con los estudiantes en la Sorbona, en el año 1964. Fueron cuatro conferencias, que se compilaron y quedaron registradas en un libro. En ese instrumento ejemplar, titulado ‘’¿Por qué filosofar?”, su legado trasciende en el tiempo.

En pleno recorrido de su exposición, el profesor Lyotard se preguntó si es lo deseable lo que suscita el deseo o, por el contrario, el deseo el que crea lo deseable, y al hacer este planteamiento, argumentó que el mismo pertenece a la categoría de la causalidad, indicando así que lo deseable sería causa del deseo, o viceversa, a lo que consideró un abordaje dualista de las cosas, y en su decir, eso no permite afrontar seriamente la cuestión.

Emociona imaginar esos encuentros del pensador entre las fervientes intenciones de aprender de los asistentes, allí Lyotard expresó que el deseo no pone en relación una causa y un efecto. Y apeló a la palabra movimiento para dar una orientación concreta sobre el tema. Entonces dijo, el deseo es el movimiento de algo que va hacia lo otro como hacia lo que le falta a sí mismo. Y recurrió a la relación entre lo presente y lo ausente.

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Por consiguiente, lo otro se hace presente en quien desea, y lo está aunque de forma ausente. “Quien desea ya tiene lo que le falta, de otro modo no lo desearía, y no lo tiene, no lo conoce, puesto que de otro modo tampoco lo desearía”, decía Lyotard.

Si el río fluye es por su condición natural, la que enseña que el agua que contiene se mueve, se traslada y circula haciendo su camino, expresando la naturaleza de su deseo. Mirarlo inspira la presencia de lo que se desea, activa los recuerdos, estimula las esperanzas e identifica lo ausente. Además, ayuda a encontrarse, a pensar en ese vínculo entre el ayer y el hoy, en reconocer lo valioso que yace en el tránsito de los instantes.

Si la vida fluye es por su condición natural, su movilidad requiere conciencia plena, lucidez, serenidad y honestidad, así es posible aceptarse y aceptar, entenderse y entender, ayudarse y ayudar, perdonarse y perdonar, quererse y querer, como tantas otras conexiones, que son fundamentales para el deseo de vivir.

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