En estos días, la situación en la conflictiva Franja de Gaza ha sido noticia, pero de una manera diferente. No se trata del acostumbrado conflicto con Israel, que lleva tiempo desarrollándose y que se ha agudizado tras el ataque del grupo terrorista Hamás, que controla de facto el territorio y a los casi 1,8 millones de personas que viven allí.

La reanudación de las hostilidades entre el ejército israelí y Hamás, que gobierna Gaza desde 2007, ha generado una creciente crispación entre algunos gazatíes, especialmente en la zona norte, donde se han concentrado la mayoría de los ataques de represalia por parte de Israel.

De manera inaudita y casi increíble (para algunos, incluso sospechosa), una gran cantidad de habitantes del norte de Gaza salió a protestar contra Hamás. La intransigencia del grupo en las negociaciones –en las que participan EE. UU., Egipto, Qatar y sus propios representantes– ha forzado a Israel a reanudar las operaciones militares.

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La crisis humanitaria generada por este último conflicto, con el aumento de víctimas mortales, heridos y desplazados, ha exacerbado el descontento de muchos residentes, quienes probablemente han perdido todo o gran parte de sus pertenencias.

Pero un grupo terrorista no tiene la capacidad de analizar en frío nada que no sea negociar con su enemigo, pero listo para clavar el puñal por la espalda. Para Hamás, la posibilidad de que su propia gente se rebele no estaba en los planes, por lo que ha adoptado posturas extremas y salvajes para contener la revuelta de un grupo significativo de civiles.

La respuesta de Hamás ha sido violenta y represiva. Se tiene conocimiento de al menos seis manifestantes gazatíes ejecutados en las calles de Gaza City, epicentro de las protestas.

Esta inusual manifestación amenaza con salirse de control. No falta quien sospeche que estas acciones podrían ser obra del propio Hamás, con la intención de forzar otro alto al fuego que le permita reorganizarse y prepararse para una nueva embestida contra Israel.

Nadie en su sano juicio espera que Hamás adopte una postura pacífica o que busque un futuro mejor para los habitantes de Gaza. Hace 18 años que ya lo hubiesen hecho, pero prefirieron tirar miles de millones de dólares recibidos, en prepararse para una guerra que es más suicidio que guerra. Quienes viven en Gaza tienen dos opciones: unirse a la lucha en la yihad islámica contra Israel y, posteriormente, contra Occidente, o servir como carne de cañón, sin importar si son niños o mujeres.

Quizás muchos de los que celebraron la masacre del 7 de octubre de 2023 hoy le exigen a Hamás que se detenga, que libere a los secuestrados y que renuncie al control de Gaza.

Perdón por mi escepticismo, pero eso no va a ocurrir. Los integrantes de Hamás aprovecharán todas las oportunidades a su alcance, ya sea mediante la fuerza o con el respaldo de ciertos sectores de la prensa occidental que los apoyan por diversos motivos: algunos incomprensibles, otros por ignorancia y otros, simplemente, por antisemitismo.

Las protestas continuarán, el conflicto también, y la única manera de detenerlo será extinguiendo a Hamás, tanto en la Franja de Gaza como en la mal llamada Cisjordania.

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