• POR EL HNO. MARIOSVALDO FLORENTINO
  • Capuchino.

También hoy muchas perso­nas aún piensan que las ben­diciones, la atención y el cui­dado de Dios son un derecho reservado solamente a aque­llos que siempre hacen todas las cosas bien. Ciertamente el Señor aún hoy escucha muchas reclamaciones, que cuestionan su actitud, en relación a los pecadores, y que quieren enseñarle a, cómo castigar a los malos. Es para responder a estas críticas que Jesús cuenta la bellísima Parábola del Hijo Prodigo. Y hoy él nos cuenta a nosotros. Conforme sea nuestra vida, cada uno de nosotros podrá identificarse con uno de los dos hijos. Cada uno de ellos tiene un comportamiento muy característico y un modo de relacionarse con el Padre.

El hijo más joven es aquel que agarró toda su heren­cia y dejó al padre. Él enten­día lo que significaba ser un hijo, esto es, tener derecho a la herencia, pero no entendía lo importante que era estar junto con el padre. Malgastó todos sus bienes. Probó la dureza de la vida. Hizo la experiencia de una profunda humillación (que en este evangelio es descrita con el hecho de tornarse un servi­dor de chanchos y no poder ni comer la comida de ellos). Y así, en el sufrimiento él des­cubrió cuanto había perdido. Entendió que estar cerca del padre, aunque ahora sin nin­gún derecho, sería lo mejor. Y decidió empezar el camino de retorno. Ciertamente no era fácil. Tuvo que vencer su orgu­llo. Estaba decidido a humi­llarse. Ya tenía hasta progra­mado decir al padre: “Padre, pequé contra Dios y contra ti, ya no merezco llamarme hijo tuyo, trátame como a uno de tus empleados.”

Es muy importante este gesto del “retornar”. Es ser capaz de revisar la decisión. Es querer reempezar la vida. Es asumir públicamente que se había equivocado. Ciertamente la reacción del padre sería otra si al envés de volver, él hubiese mandado a alguien solamente a pedir dinero, porque estaba muy necesitado, pero que­riendo seguir la misma vida.

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El padre cuando ve al hijo que retorna a su casa, se llena de alegría, y le ofrece a él mucho más de lo que él se merece. El padre entendió que la vida ya le había castigado, y le había dado sus lecciones. Por eso le recibe con un abrazo. Le cubre de besos. Le devuelve la digni­dad colocándole el anillo, vis­tiéndolo y calzándolo. Manda a matar el mejor novillo y hace una fiesta. En su corazón de padre, entiende la justicia a partir de la misericordia.

El hijo mayor, al acercarse a la casa, no entiende lo que pasa. Pero, creo que sospechaba, pues él conocía la tristeza de su padre desde que su hermano había partido, y por eso no fue él mismo a ver lo que suce­día, prefirió preguntar a un empleado. Cuando descubrió que era su hermano que había retornado, se llenó de rabia, porque le parecía muy injusto, después de todo el mal que hizo, premiarlo con una fiesta. Nació en su corazón también el celo. “¿Por qué a él todo esto, y a mí, que soy bueno, nada?”, “Yo siempre obedecí, siempre trabajé, siempre estuve aquí... y nunca recibí nada...”, “¡Yo merezco, pero él no!”.

El padre reconocía todo el valor de este hijo mayor y por eso salió fuera para buscarlo. Pero, él descubrió algo muy triste: el hijo mayor, aunque le haya sido siempre fiel, se sen­tía más bien un empleado y no un hijo, al acusar al padre de no haberle dado nunca ni un cabrito para hacer una fiesta con sus amigos, él estaba reve­lando que no se sentía dueño, que no se sentía heredero. Tal vez todo lo que siempre había hecho, no era por estar conven­cido de que esto era lo mejor, sino por miedo, o solo por obe­decer, sin sentirse realizado. El padre descubrió que el hijo mayor, que siempre le fue “fiel”, también necesitaba cambiar.

¡No basta cumplir todo bien! Es importante tener la moti­vación justa. Pues, si no es así, nos sentiremos defraudados, y pensaremos que no valió la pena ser buenos. No sirve de nada estar siempre con el padre, si no me siento un hijo.

Este es tiempo de Cuaresma. Jesús nos invita a hacer una radiografía de nuestras vidas y descubrir si estamos en las con­diciones del hijo menor, esto es: lejos de Dios, gastando nuestras vidas con cosas inútiles, o expe­rimentando pruebas y dolores por opciones equivocadas que hicimos... o si estamos en las condiciones del hijo mayor, esto es, participando, sirviendo, colaborando, rezando pero con motivaciones equivocadas, pensando que estoy haciendo un comercio con Dios, o sin­tiendo a Dios como un patrón, y lleno de rabia, o envidia, o celos de aquellos que creo que no son tan buenos como yo, pero que me parece que reciben más gra­cias que yo...

¡Ambos necesitan conver­sión! El menor necesita deci­dir retornar a casa y colocarse en el camino, pero también el mayor necesita encontrar la verdadera motivación para ser bueno, sin depender de los demás.

Dios quiere mucho a ambos hijos. Los quiere abrazar y festejar, pero depende de cada uno.

El Señor te bendiga y te guarde, El Señor te haga brillar su ros­tro y tenga misericordia de ti.

El Señor vuelva su mirada cari­ñosa y te dé la PAZ.

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