- Por Felipe Goroso S.
- Columnista político
Un pasado común, historias, mitos y epopeyas que los nacionales sienten como propias; un presente también común, marcado por los intereses que unen a los hombres y los desafíos que han de afrontar juntos; un futuro común en el que se resuelve la voluntad de mantenerse unidos.
Símbolos, ritos, imágenes, representaciones, usos, costumbres, tradiciones, historias, héroes, villanos, creencias, danzas, música, gastronomía, acentos, lenguaje, cultura llena de vida a la nación paraguaya y distinguen la especificidad del “nosotros” nacional frente al “ellos” extranjero. La paraguayidad es homogeneidad hacia adentro y diferencia respecto a lo de afuera.
La nación paraguaya fue, es y debe seguir siendo ante todo una unidad cultural con profundas implicancias con el ámbito natural con el que se identifica. La voluntad de quienes la integran de vivir en común y proteger su identidad hace que se active políticamente. La paraguayidad se da a sí misma un Estado que funciona como su unidad política sobre su territorio. A la par, y en la aspiración permanente de la felicidad y libertad de sus miembros, debe ser capaz de su propia autodeterminación, de vivir de acuerdo a su propia voluntad.
La Constitución Nacional y todo nuestro ordenamiento son y deben seguir siendo (incluso con los ajustes o modificaciones sobre los cuales no hay que temer debatir) una homogeneidad jurídica que mantienen unido a los distintos segmentos o grupos, más allá de las diferencias puntuales. Las leyes deben ser ante todo un efecto más que una causa, la expresión jurídica de nuestra manera de ser y estar en el mundo bien particular y nuestra. Esa manera de estar y de ser es la sustancia misma de nuestra nación que debe representar y latir paraguayidad.
La nación paraguaya es lengua y cultura, espíritu y genio particular. Debemos abandonar las abstracciones o banderas que no tienen que ver con nosotros, apartarnos de ellas y la frialdad que son más propias del globalismo y wokismo que están acogotando a tantas sociedades que se presentan como más evolucionadas, pero se encuentran en la oscuridad de la confusión y que han olvidado sus raíces y pasado que han sabido ser de gloria.
La política, esa mala palabra que empieza con p y termina con a, se trata del ser nacional. De conjugar aquellos elementos que son tan propios y tan nuestros. De reatar el hilo de la historia, nuestras antiguas tradiciones y lealtades, de volver a adherir a nuestros grupos de identificación. Para eso necesitamos de políticas y políticos conservadores y de derechas. Que sean frontales en sus convicciones y un Estado presente que vele por quienes más necesitan.