• Por Aníbal Saucedo Rodas
  • Periodista

La tragedia que acosa y se ensaña con la ciudad de Pilar tiene rostro de rutas. Desde tiempos inmemoriales. Hasta hoy. Nuestro terrorífico fantasma era la temida ruta IV que une San Ignacio con Paso de Patria, pero que tenía su punto central en la capital del departamento de Ñeembucú. Durante las aciagas décadas de “paz y progreso” (1954-1989), la región no contaba con un metro –sí, un metro– de asfaltado. En épocas de facultad (porque la universidad era privativa de Asunción), nuestro peregrinaje al terruño durante la Semana Santa y las fiestas de fin de año se inundaba de incertidumbre y zozobra ante las primeras gotas de lluvia. El enorme cinturón de metal en la compañía San Pablo, Misiones, anunciaba lo peor: clausurada. La cola de ómnibus y autos particulares aguardaba impaciente el milagro. El riesgoso milagro. Desde la precaria caseta policial se torna incesante la comunicación con los responsables de la antigua Policía Caminera. Hasta que después de una larga espera llega la ansiada orden: “Los que se animan, adelante…”. Uno detrás de otro era la consigna entre gente que apenas se conocía, pero consciente de un mismo destino. La arcilla negra empieza a hamacar a los vehículos. El colectivo que guía al vía crucis se atraviesa en medio del camino. La oscuridad, ayudada por un cielo encapotado, se cierra sobre nosotros. Las ranas, desde los charcos, acompañan el rítmico jadeo de los hombres tratando de reencauzar el bus. Los mosquitos disfrutan de un festín. El hombre derrota a la naturaleza y el temible Garros Kue queda atrás. Las pálidas luces de Mburika animan al canto. El sudor se transforma en lágrimas. Son las diez de la noche de cualquier 24 de diciembre en la vieja y pequeña terminal, ya desaparecida. Una angustiada multitud de familiares celebra el reencuentro. El cantautor Rigoberto Manzur, en su “Soy pilarense”, nos describe: “Soy excombatiente de la IV / de esos que bajaron a empujar / para que el lodo no me impida / llegar a mi amada ciudad”.

Cada fin de año el dictador Alfredo Stroessner recorría las cabeceras departamentales para entregar títulos a bachilleres. Pilar no fue la excepción. Ninguna autoridad local –delegado de gobierno o intendente– se animaba a incomodar al déspota con algún reclamo. El padre Federico Schiavon (el popular Pa’i Alcancía) era el único que epilogaba su discurso con el infaltable: “Y la ruta IV, señor presidente…”, ante el eufórico aplauso del público. Una sarcástica sonrisa traslucía su eterna negativa. Después del golpe de Estado del 2 y 3 de febrero de 1989 aumentó la expectativa de convertir en realidad el postergado sueño. Pero no fue sino hasta el 2000, durante el gobierno de Luis Ángel González Macchi, cuando una brillante capa asfáltica es recibida con honores por los pilarenses. Pero apenas dos años después ya estaba minada de baches. Hostigada por el infortunio, tuvo que ser reinaugurada en noviembre de 2011, bajo la presidencia de Fernando Lugo. El resultado fue idéntico al anterior. Hasta que, finalmente, con una cirugía profunda que incluyó desmontar, cavar y volver a montar, en diciembre de 2017, con la administración de Horacio Cartes, se tuvo una ruta de calidad, con una estrategia sencilla, pero efectiva: la empresa constructora tenía la responsabilidad de mantenerla impecable durante los siguientes cinco años.

Los inicios de la ruta PY19 Héroes del 1870 producen una sensación similar a la experimentada cuando empezaron los primeros tramos de asfalto de la ruta IV General José Eduvigis Díaz. Y otra vez la ilusión: Villeta-desvío de Alberdi-Pilar. Con ánimos de exploradores, una vez concluidos los puentes, cruzamos tranqueras y estancias para acortar tiempo y kilometrajes. Terminadas las obras, el gozo fue mayor. Inaugurada con pomposidad por el entonces presidente Mario Abdo Benítez en 2021 nuestra alegría duró poco. Porque la adversidad y la corrupción de lo precariamente hecho volvieron a golpearnos. Con la inestimable “colaboración” de los camiones de gran peso que nadie controla. El deterioro no solo fue rápido, sino de proporciones. Con depresiones provocadas por las ruedas de los transportes de cargas y pocetas que abarcan prácticamente toda la calzada; por tanto, imposible de evadirlas. Son, valga la expresión común, una trampa mortal. El martes 4 de marzo, de madrugada, en el cruce con otro vehículo que iba hacia Villeta –yo volvía a Asunción–, ya no puede evitar un enorme bache que me costó un neumático. Impotencia, rabia, imprecaciones. Gracias a Dios, solo fue eso. Otros, en iguales circunstancias, perdieron la vida.

Invitación al canal de WhatsApp de La Nación PY

Durante la firma del Tratado del Mercosur en Asunción, en 1991, el presidente de la República, Andrés Rodríguez, acompañó a su homólogo boliviano Jaime Paz Zamora para inspeccionar en Villeta, si mal no recuerdo, un posible puerto franco. El camino era tan desastroso, aparte de angosto que, a su regreso al Palacio de López, ordenó el inmediato mejoramiento de aquel trayecto. Orden que se cumplió sin más trámites. Fue el primer paso para la construcción del Acceso Sur o ruta Emiliano R. Fernández, que forma parte de la actual PY1. Siempre es recomendable emular las buenas prácticas. El joven vicepresidente de la República, Pedro Alliana, oriundo de Pilar, podría invitar a la ministra de Obras Públicas y Comunicaciones, Claudia Centurión, a realizar el recorrido Villeta-Alberdi, desde el kilómetro 40, entrada al departamento de Ñeembucú. Una vez comprobado el estado en que se encuentra, quizás se reproduzca en ellos la reacción del general Rodríguez. Aplaudimos las históricas obras de infraestructura proyectadas dentro de la ciudad donde nació el poeta Carlos Miguel Jiménez. Mas, para poder disfrutarlas, se precisarán de caminos que nos inviten a transitarlos. Es mi propuesta como ciudadano que, a diferencia de otros, tiene a mano un medio de comunicación para opinar libre y responsablemente. Buen provecho.

Déjanos tus comentarios en Voiz