- Pepa Kostianovsky
Para muchos ha sido una sorpresa muy desagradable el desenlace de la visita del presidente ucraniano a Washington, probablemente en busca de reforzar el apoyo que ha estado recibiendo en los últimos tres años, en que ha estado resistiendo, a enorme costo, la guerra de defensa ante la invasión rusa.
Contra todo pronóstico, Trump centró en acusar a Zelensky de no ser agradecido con el pueblo norteamericano, ya que ha sido el producto de sus impuestos el que generó los 350 billones de dólares que EE. UU. le ha dado en armas y recursos (recordemos que cuando se habla de dólares 350 billones son 350 mil millones) y que además, lo que está haciendo Zelensky estaría conduciendo a una guerra mundial.
El presidente Trump es un estadista de gran visión de futuro. Y conoce perfectamente su condición. Es, guste o no, el hombre más poderoso de Occidente. Quizás del mundo. Y tiene perfecta conciencia de lo poderoso y empecinado que es su rival, Putin.
Sabe que así como él puede lograr el apoyo de la OTAN y de algunos otros pichirulos como Milei (que le puede mandar un regimiento de granaderos y cuatro aviones), para apoyar a Ucrania. Aun si dispusiera para el objetivo, todo el aparato militar de los EE. UU., lo que conseguiría sería la adhesión de China continental y probablemente Norcorea, al contingente ruso. Y que a esa altura, ya no habría freno para el uso de armas nucleares. En fin, el Apocalipsis sería una historieta para niños.
Agreguemos a todo esto que Putin, los chinos, y el gordito norcoreano, no se manejan con esas preocupaciones por las muertes, hambrunas, bombardeos y otros horrores a los que exponen a sus propios ciudadanos. Ni hablar de derechos humanos. Ellos tienen otra “cultura” (por así llamarla) y ninguna intención de cambiarla.
Vale decir que Occidente juega con la “desventaja” de que además de vencer al enemigo, tiene que cuidar el mediano bienestar de su gente.
Zelensky está en su rol de prócer, y se niega a admitir que a menos que se produzca un milagro, esta patriada va a terminar tan trágicamente como Cerro Corá. Y que Putin los va a borrar del mapa.
Trump sabe que sería un capítulo muy largo y doloroso, y con un final difícil siquiera de imaginar. Y no está dispuesto a entrar en ese juego. Además sabe que lo que quiere Putin no es simplemente el petroleo de Ucrania. Que se trata de algo mucho más importante para Rusia que es la salida al mar por el mar Negro.
La economía rusa reclama esa salida al mar Negro. Y Putin está decidido.
Lo que intenta Trump, cuando habla de llevar un acuerdo a los rusos y a los ucranianos (lease a Putin y Zelensky, porque por allí, son ellos los que deciden), está hablando de convencer a Putin de que se conforme con una franja y a Zelensky que acepte a cambio algunos espejitos que le den los rusos. Que se den dos sendos besos y termine este capítulo tenebroso de su historia. Que ya está costando demasiado.
Me parece.