- Víctor Pavón (*)
El individuo contra el Estado compuesto por personas con poder que se entrometen en la vida de su prójimo es el signo de los tiempos.
Esta confrontación entre el individuo y el poder se inició en Grecia, en Esparta y Atenas (700 a. C). El poderoso ejército espartano, por un lado, conformado de soldados para la guerra pero esclavos a la orden de lo que después sería el Estado. Por otra parte, hacia aquella época sucedía algo diferente. En la esplendorosa Atenas, el arte, las letras, la ley y la cultura florecían como en un péndulo que se movía hacia la libertad.
En Esparta, la influencia del primer legislador de la historia fue gravitante. Licurgo estableció la subordinación del interés privado a lo público y la estructura social modelada por la vida militar. Los jóvenes eran educados a obedecer, a menospreciar la riqueza y amar la patria sobre sus familias.
De manera diferente se dio en Atenas. Solón, el legislador ateniense, se opuso a las leyes sanguinarias de Dracón, el de los castigos crueles. Solón, Pericles, Demóstenes y otros, consideraron que “la libertad no nos hace hombres sin ley”. Que las leyes a exigirse debían ser previamente establecidas para que el pueblo las conozca y que no era justo que la legislación recaiga sobre uno o unos cuantos, sino sobre todos por igual sin menoscabar la libertad y las posesiones. Se iniciaba la civilización occidental.
Pero apenas era el comienzo. A Roma le cupo la labor de establecer las bases para que la libertad se sostenga con el orden. En Roma se consolidó el derecho natural surgiendo el derecho privado y de gentes. Los aportes de Livio, Tácito, Julius Paulus y Cicerón fueron fundamentales, hasta que luego el ocaso de la gloria romana se consumiría en el Imperio. El Estado había destruido el avance civilizador.
Sin embargo, continúo la confusión entre Estado e individuo. Ni el gran Aristóteles pudo comprender esa diferencia. Luego se inició la era del obscurantismo. En la era medieval se bloqueó la difusión del conocimiento y la cultura al pueblo. El Estado secuestró la libertad. Recién en el siglo XVIII con Hutcheson, Hume, Ferguson, Smith, Locke y luego Menger y otros, se inició un corpus filosófico, económico y de derecho como nunca antes se había logrado.
El liberalismo había nacido. El mensaje para rescatar al hombre de las hambrunas y de las tiranías que también surgen en las democracias sigue siendo el mismo de ayer y hoy: El individuo está dotado de derechos naturales e inalienables superiores al Estado.
(*) Presidente del Centro de Estudios Sociales (CES). Miembro del Foro de Madrid. Miembro del Consejo Internacional de la Fundación Faro. Autor de los libros “Gobierno, justicia y libre mercado”: “Cartas sobre el liberalismo”; “La acreditación universitaria en Paraguay, sus defectos y virtudes” y otros como el recientemente publicado “Ensayos sobre la Libertad y la República”.