• Por Aníbal Saucedo Rodas
  • Periodista

Lo que no se publica no existe. Menos información, más desinformación. La realidad es una construcción social de los medios. Estas consignas, con aspiraciones de paradigmas, configuran el paisaje de una sociedad asediada por la tecnología que abonó el camino de la manipulación de la verdad a través de sus diversificados canales. De una tecnología que se apoderó de nuestras vidas, nuestro tiempo y nuestra mente. Y que, en afirmación de Giovanni Sartori, ha empobrecido nuestra capacidad de entender. Se puede estar informadísimo en muchas cuestiones –insiste– y, a pesar de ello, no comprenderlas. Y citando a Baudrillard (Jean), remata: “La información, en lugar de transformar la masa en energía, produce todavía más masa”. Se ha reducido al mínimo la competencia de abstracción y de razonamiento.

El enjambre digital superó rápidamente las predicciones de Sartori, quien había centrado su “Homo videns: la sociedad teledirigida” en la agobiante influencia de la televisión, tal como lo había anticipado en la década de los 60 del siglo pasado el canadiense Marshall McLuhan en su “Aldea global”. No obstante, advertía en 1997 (en su primera edición): “Sé perfectamente que en un periodo de tiempo no demasiado largo una mayoría de la población de los países opulentos tendrá en su casa, además de la televisión, un miniordenador conectado a Internet (…). Este desarrollo es inevitable y, en último extremo, útil; pero es útil siempre que no desemboquemos en la vida inútil, en un modo de vivir que consista solo en matar el tiempo”. Casi tres décadas después, y sin necesidad de opulencia, no solo los hogares han sido invadidos y vaciados, sino que dispositivos móviles vulneraron nuestra propia intimidad, con sus infinitas posibilidades –parafraseando al autor– “para bien o para mal”. En secuencias de minutos recibimos decenas de informaciones que, convertidos en horas, se multiplican en centenares, haciéndose, muchas veces, imposible determinar la autenticidad de la fuente. Y en esa selva sin identidad nominal, se pretende conceder entidad a los supuestos y ocultar lo real para que no obtenga certificado de existencia. Sin embargo, esa realidad existe, sin importar que no la percibamos. Y con impacto en la vida de las personas, aunque desconozcamos su origen.

En parte, y solo en parte, la expresión “lo que no se publica no existe” tiene algún fundamento de razón en términos prácticos. Para el gran público –digámoslo así–, Eulalio “Lalo” Gomes (con s) era un desconocido antes de su muerte, cuyas circunstancias todavía tendrán que esclarecerse. Previo ingreso a la política ya manejaba los hilos o, al menos, tenía influyentes contactos en los tres poderes del Estado: ministros del Ejecutivo, diputados, senadores, jueces, fiscales, militares, policías y hasta el mismísimo presidente de la República de entonces Mario Abdo Benítez. Y con una confesión grave: que habría aportado más de un millón de dólares para la campaña del movimiento Fuerza Republicana de cara a las elecciones internas del Partido Colorado del 18 de diciembre de 2022. Más allá de todo, hay una realidad objetiva que nos trasciende, aunque tarde en ser develada. Pero está ahí.

Si uno analiza con sosiego los chats divulgados, primero, mediante una filtración a algunas cadenas periodísticas, y posteriormente, entregados a todos los medios interesados con ayuda del abogado de la familia del fallecido parlamentario, es impresionante cómo tenía los números telefónicos de autoridades de alta jerarquía, incluyendo al mandatario de ese tiempo. Hasta que se le ocurrió jugar a la política y llegó a la Cámara de Diputados. Incluso, en ese espacio no gozaba de notoriedad, porque ni la publicación de su millonario patrimonio había logrado captar la atención ciudadana. Era, en todo caso, uno más. Hasta el confuso episodio de su muerte en un allanamiento. Valga la paradoja, antes de su muerte, él no existía. Salvo para su entorno y sus conexiones. Y este hecho provoca la segunda afirmación del inicio: informar menos, es decir, de manera selectiva, para desinformar. Ocultando convenientemente lo que podría perjudicar a los aliados y magnificando aquello que dañaría a sus enemigos. Se llega, por tanto, a la última etapa: la ambición de construir la realidad desde los medios. Y en ese tranvía cabemos todos. Pero la verdad es tan poderosa que siempre encuentra la manera de expresarse con el brillo de su fuerza cegadora, pese a quien pese y golpee a quien golpee. “Porque no hay nada oculto que no haya de ser manifestado; ni escondido, que no haya de salir a la luz” (La sabiduría de Marcos). Buen provecho.

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