• Por Felipe Goroso S.
  • Columnista político

El globalismo, el wokismo y los grupos corporativos de medios de comunicación con sus agentes infiltrados apuntan a bombardear la legitimidad tradicional. Constituye el hito más característico de nuestra modernidad política, en la medida en que se instituye de manera definitiva la soberanía del pueblo. De ahí en adelante, la legitimidad, es decir, la creencia en la validez de las instituciones y se vinculará a la capacidad que tengan para representar a los electores.

A diferencia de lo que ocurría en las sociedades antiguas, en las que la democracia significaba de manera efectiva el gobierno del pueblo, en la actualidad resulta excesivamente complejo y con demasiados componentes. Para subsanar este asunto que afecta al cimiento fundamental de la legitimidad de nuestros sistemas políticos modernos, y que nos deja al borde de un cortocircuito respecto de nuestras creencias políticas más hondas, se recurre al principio de la representación.

Representar significa hacer presente aquello que está ausente. La representación es un artilugio, un conjuro por medio del cual se trae a escena aquello que no se encuentra allí. El pueblo encarnado por sus representantes avalados por las condiciones políticas y legales para representarlo. Dicho en sencillo: para lograr que el pueblo se encuentre allí, solo que, en sus representantes. En ese contexto, la política se vuelve una lucha de representaciones, una batalla de narrativas. Las disputas giran en torno a la tradición y las antiquísimas costumbres culturales, los conflictos en torno a las interpretaciones y a los designios que enmarcan la política en sociedades tradicionales.

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Por eso y en consecuencia surge el fenómeno llamado como partidos políticos. Una porción del pueblo que lucha por representar la mayor cantidad posible de componentes del pueblo. Por eso, y volviendo al principio, el globalismo aborrece a los partidos políticos y a los políticos. Son el frontón, el obstáculo para que el wokismo pueda asumir una supuesta representación a la que aspiran llegar sin pasar por las elecciones y la voluntad popular.

Debe entonces crearse su representación del pueblo mismo, y debe como abanderado o líder político iniciar la batalla con total amplitud para la conquista de los hombres. De esto se trata el poder (y la política), esa mala palabra que empieza con p y termina con a.

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