• Ricardo Rivas
  • Periodista
  • Twitter: @RtrivasRivas
  • Fotos: Gentileza

Quien entrevista construye sus preguntas con lo que “el pueblo quiere saber”. Quien es entrevistado construye sus respuestas solo con lo que cree que el pueblo tiene que saber y lo que personalmente quiere que se sepa en defensa propia.

El subte quedó atrás. La estación Cate­dral, también. Ya en la superficie, la recova del Cabildo, a lo largo de 133 metros –lo que miden las cua­dras en Buenos Aires, unos 1.300 kilómetros al sur de mi querida Asunción– me cubre del sol instalado justo encima de la Casa Rosada.

El verano aprieta. La note­book pesa. Elijo la vereda de la izquierda de la calle Bolívar. Sé que disfrutaré de la sombra hasta la esquina de Alsina. En el veredón del Colegio Nacio­nal de Buenos Aires, algunos pibes y pibas dan vueltas con pocas ganas de que pronto se retome el ciclo lectivo. Es casi el mediodía. En el campana­rio de la iglesia de San Ignacio –allí desde 1675– las campa­nas dejaron de tañer un par de minutos atrás.

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Viro a la izquierda. Entrecie­rro los ojos. La calzada bri­lla. Los rayos frontales del sol lastiman mis pupilas. Apuro el paso. Cruzo. Entrar en el café La Puerto Rico –conde­corado como “bar notable” en esta ciudad– en el 416 de Alsina desde 1925 aunque en 1887 el español Gumersindo Cabedo lo fundara sobre la calle Perú, no muy lejos– se valora como salvífico.

E. Ballester (70) y Carlos Q. (66), periodistas, escritores, académicos, cineasta el pri­mero, poeta el segundo, ambos profesores de periodismo de gran nivel pero, por sobre todo, entrañables amigos-herma­nos desde varias décadas, ya están allí.

LA ENTREVISTA

Café con leche, medialunas, teléfonos inteligentes, bote­llitas con agua y una tablet se amontonan sobre la mesa. Agrego mi notebook entre abrazos y regaños porque llegué demorado. “Para no desperdiciar un minuto – dice Carlos– queremos que sepas que el tema de hoy es ‘la entrevista’”. Pienso en silen­cio. Ordeno “lo mismo” que toman mis amigos.

“¿La entrevista?”, pregunto y añado: “¡Más que tema, pala­bra clave en la Argentina por estos días…!”. Risas. En cada inicio de año académico nos reunimos aquí para actuali­zarnos y preparar los conte­nidos que compartiremos con las y los estudiantes de perio­dismo en pocos días más.

Carlos Q. –en tono de adver­tencia– “por si acaso quieren grabar o tomar nota”, explica que “la entrevista se halla en la base de todo el quehacer perio­dístico y dialógico”. Lo escu­chamos con atención.

“La inmensa mayoría de las historias que obtenemos y contamos tienen, han tenido y, seguramente, tendrán como base el encuentro, el diálogo en estado puro entre el perio­dista y el entrevistado. En ella el periodista se hace y debe hacerse a un lado para dejar que ese otro u otra tome la palabra en su lugar (porque) no se trata de una mera tras­lación mecánica y lineal de lo conversado, sino de un encuen­tro pactado que tiene sus cli­mas, sus clímax y su dramatur­gia... Para que quede claro. Se suele entrevistar y dar la pala­bra a alguien relevante por la razón que fuere –transitoria, casual o permanente– y por su experiencia sentimos o sabe­mos que tiene algo para decir y en ese contexto es el tiempo de escuchar. La entrevista – insiste– es la posible solución de un gran rompecabezas que emergerá del diálogo entre el periodista y su fuente”.

UN GRANDIOSO

El inicio de la tarde avanza. Dejo caer entre nosotros el nombre de Jesús Quintero (1940-2022). Era andaluz. Recuerdo, en tono de evoca­ción que nació en San Juan del Puerto, Huelva, y murió a los 82 en Ubrique, Cádiz, cuando se quedó sin aire y, segura­mente, partió cargado de pre­guntas que no pudo hacer.

“Creo que nació periodista”, me atrevo a decir. Descolló en la radio, pero fue también grandioso en la tele. Deta­llista, reflexivo, estudioso de todo y de sí mismo, construyó con sus convicciones y estilo de trabajo un verdadero para­digma periodístico y profesio­nal imposible de obviar para aquellos y aquellas que en este oficio de contar historias – esencia del periodismo– quie­ren (queremos) entrevistar y deciden (decidimos) hacerlo.

Jesús –quien bien se había apropiado y ganado los apodos de el Loco de la Colina primero y, el Perro Verde, después– encuadraba perfectamente en esas dos cuasi bastardas categorizaciones creadas por quienes incomprendían que para hacer la radio y/o hacer la tele, por decirlo de alguna forma comprensible, él poten­ciaba esos silencios que creaba cuando entrevistaba y que (lo sabía) angustiaban –o acojo­naban, como se suele decir en España– a quienes se sentían gente experta en esos medios en los que muchos y muchas profesionales creen que todo en ellos debe ser ruido, vértigo y movimiento permanente.

Me escuchan con atención. Leo en un apunte: “El silencio siempre ha sido el mejor aliado de quien nada sería sin su voz”, describió alguna vez Jesús Melgar, biógrafo de Quintero y su productor por años. Pro­funda definición, aunque insu­ficiente, tal vez.

Por ello quiero quedarme con un decir de Andrea Quintero, su hija periodista que junto con su hermana Lola, el 3 de octu­bre de 2023, homenajearon a su padre en el primer aniver­sario de su partida con la publi­cación de “Memoria del silen­cio. El mundo desde la colina”, un libro imperdible que, con el tiempo, será de lectura obliga­toria para periodistas o para quienes quieran serlo.

AXIOMA

“Hay un viejo axioma en la comunicación que dice que, si un grifo está continuamente corriendo, solo reparamos en él cuando deja de echar agua”. Asegura Andrea que es palabra de Jesús. Carlos Q. y E. Balles­ter asienten.

Gestualmente, descubro que coinciden con la joven que va más allá y revela que aquel grande decía: “Yo vengo a parar el grifo para empezar desde el silencio y reclamo su compli­cidad para descubrir de nuevo el valor de la palabra (porque) a través del silencio, busco el sonido natural, la respiración del mundo”.

José Saramago, Paulo Coelho, Jorge Luis Borges, Mario Vargas Llosa, Antonio Gala, Arturo Pérez-Reverte, el sub­comandante Marcos, el exjefe de Gobierno de España (1982- 1996) Felipe González, Diego Armando Maradona, Dolo­res Ibáurruri –La Pasionaria– Joaquín Sabina, Baltasar Gar­zón Real… y hasta a una pareja cuando emparejada hacía el amor fueron algunas de sus más de 6.000 entrevistas.

Pido más café. “¡Jesús vivió y trabajó por algunos años en la Argentina desde 1989!”, apuntó Ballester. “Aquí entrevistó en la cárcel de Sie­rra Chica a Carlos Eduardo Robledo Puch (73), el Ángel de la Muerte, asesino serial, con­denado a perpetua desde el 27 de noviembre de 1980″, pre­cisó. “¡Lo conocí y traté, aun­que por poco tiempo, a Jesús!”, enfatizó. “Era un grande del periodismo… y un maestro que cultivaba la amistad, la humil­dad y la ironía como valores”.

PALABRAS FUERTES

Hacemos un descanso. Lee­mos los diarios digitales. Compartimos pareceres. Digo para todos. “El que salva a su patria no viola ninguna ley”, dicen que dijo Napoleón Bonaparte. Así lo consigna un tal J.L. Gaudy jeune en “Maxi­més et pensées de Napoléon”, en 1838. ¿Lo habrá dicho real­mente? No faltan quienes ase­guran que Gaudy jeunes era un seudónimo de Honoré de Bal­zac (1799-1850), enorme nove­lista francés.

Alberto Cañas de Pablos, doc­tor en historia cum laude por la Universidad Complutense de Madrid (UCM), es uno de ellos. Pero… ¿habrá dicho aquello Napoleón? ¿Por qué no? Era un hombre de pen­samientos que expresaba con palabras fuertes.

De hecho, debo decirlo, en junio de 2024, a bordo de un vuelo de Air France con el que dejé atrás París, vi y oí a “Le petit caporal” –interpretado por Joaquin Phoenix– pronun­ciar esas diez palabras en un fragmento de la película que pretende ser su biografía. Inte­resante, por cierto.

Especialmente, porque aque­lla frase también se asegura que fue dicha por Anders Behring Breivik, un terrorista noruego que en 2011 asesinó en Oslo a 77 personas y por ello fue condenado a cumplir 21 años de prisión desde el 24 de agosto de 2012. La infor­mación oficial de entonces dice que se trata de un “terro­rista noruego de extrema dere­cha” que hizo circular a través de medios electrónicos una “Declaración europea de inde­pendencia” en la que se opone al islam, al “feminismo” por inducir al “suicidio cultural europeo”, al “marxismo cul­tural” y propone “expulsar a todos los musulmanes” del territorio de la UE.

¡Joder! La sorpresa invadió el triálogo. “¿Napoleón… Brei­vik?”, preguntó Carlos. Balles­ter interrumpe. Lee la pantalla de su móvil. “Quien salva a su país no viola ninguna ley”, dijo esta misma mañana Donald Trump –47.º presidente de los Estados Unidos– en la red Truth Social, de su propiedad.

Poets’ Corner, en la Abadía de Westminster. Allí descansan los restos de David Frost desde 2013

DESAFÍO

“Nada nuevo”, apunto. En “El desafío: Frost – Nixon”, queda claro que una frase (¿deseo?) muy parecida dijo Richard Milhous Nixon (1913-1994), 37.º ocupante de la Casa Blanca entre el 20 de enero de 1969 y el 9 de agosto de 1974, cuando renunció para evitar un jui­cio político con el que sería destituido, durante una entrevista

televisiva que tres años des­pués Nixon –quien había sido representante (1947-1950), senador (1950-1953) y vice­presidente (1953-1961)– con­cedió al periodista británico David Paradine Frost (1939- 2013) para explicar su abor­tada presidencia.

Se reunieron en treinta opor­tunidades. La entrevista, como formato periodístico inevita­ble y enriquecedor, vuelve a nuestra reunión de trabajo. “Fue en 1977″, apunto. Hoy comprendo que Frost, en diá­logo sin concesiones, fue por “la solución de un gran rom­pecabezas” que desplegó entre él y Nixon porque era necesa­rio saber qué pasó. Y se supo. Quedó muy claro.

En esa ins­tancia dialógica el exmanda­tario admitió sin admitir, pero lamentó “haber decepcionado al pueblo norteamericano”. Pese a ello, se mantuvo firme. “When the president does it, that means that it is not illegal” (Cuando lo hace el presidente, eso significa que no es ilegal), dijo visiblemente abrumado ante las cámaras. Tensión y dramatismo.

¡Ese es el valor de la entrevista como herramienta periodís­tica! Todo lo que intenten sus protagonistas fuera de ese espacio dialógico será parte de otro momento. Es inalterable. Para quienes en su momento observamos, tanto las histó­ricas grabaciones del 77 como las imágenes recreadas por y para el cine de aquel suceso en 2008, Richard Nixon, quien cuando asumió juró “solem­nemente” que habría de ejer­cer “fielmente el cargo de pre­sidente de Estados Unidos” y que pondría “toda mi capaci­dad para preservar, proteger y defender la Constitución” de ese país, incumplió.

TESTIMONIOS

Enriquece al observador de aquellos testimonios –reales y recreados– ver una y otra vez aquellas imágenes y compa­rarlas. En la vida real, inme­diatamente después que Nixon enfatizara en que “…it is not illegal”, Frost –el verdadero– pregunta: “… by definition?”. Derrumbado, sin mirar a su entrevistador, Nixon solo dice “really”. En la ficción cinema­tográfica, Frost –como quien desea abrir una opción para que su interlocutor se corrija– pregunta: “I’m sorry?”. La réplica es la misma.

Entrevistar no es sencillo. Ser entrevistado, tampoco. No son solo dos personas que con­versan sobre la nada misma. Quien entrevista, algunas veces, construye sus preguntas con lo que, como se decía antes –muy atrás en la historia– “el pueblo quiere saber”. Quien es entrevistado construye sus respuestas solo con lo que cree que el pueblo tiene que saber y lo que personalmente quiere que se sepa en defensa propia.

La información –como necesi­dad y como carencia– es lo que consolida el derecho humano que asegura el acceso a ella. Quien entrevista –de buena fe– sabe que es portavoz de los que no tienen voz ni forma posible y segura de llegar hasta quien quieren que responda. Enorme compromiso ético para el periodismo. Las y los entrevistados lo saben.

Quizás por esa razón y con ese fundamento decía Jesús Quin­tero: “Quiero que el entrevis­tado me cuente sus cosas. No voy a acosarlo, ni chuparlo, ni vencerlo. Nunca uso la esto­cada. Si ha de morir se matará solo y con sus propias palabras. No me creo nada esa moda del reportaje agresivo. Si te pones contra el entrevistado, lo pier­des. Si llegas arrogante, tam­bién. Si llegas muy humilde, te derrota. Hay que decirle sin palabras ‘tú eres quien eres… pero yo no soy un tonto”.

“Quiero que el entrevistado me cuente sus cosas. No voy a acosarlo, ni chuparlo, ni vencerlo (...) Si ha de morir se matará solo y con sus propias palabras”, sostiene Jesús Quintero

RECREACIÓN

Cuarenta y ocho años pasaron desde el Frost – Nixon, la his­toria real en 1977. Diecisiete, desde la recreación para el cine y la tele. David Paradine Frost –el conductor de “Hello, good evening and welcome” (“Hola, buenas noches y bien­venido”)– continuó con sus entrevistas. También se supo que pagó a Richard Nixon el 20 % de los ingresos que tuvo por aquella producción más que devino en histórica.

Entre 1993 y 2005, para la BBC condujo “Breakfast with Frost”, en la mañana de los domingos. “Frost over the world”, entre 2006 y 2012, en All Jazeera English, donde ese mismo año dirigió y condujo “The Frost interview”.

Nunca dejó de preguntar lo que creyó que tenía que pregun­tar. Cuando tuvo en frente a William Jefferson “Bill” Clin­ton (79), 42.º presidente nor­teamericano, quien en 1998 fue absuelto por el Senado que lo sometió a juicio político acu­sado de cometer “perjurio” y “obstrucción de la justicia” para ocultar una relación con la pasante Monica Lewinsky, entonces de 24 años, entre noviembre de 1995 y marzo de 1997, con encuentros en el propio Salón Oval de la Casa Blanca, también fue a fondo.

Mirándolo fijamente le pre­guntó si acaso alguna vez la había amado. ¿Lo habrá sor­prendido? “No, and I don’t think that was it, or that she felt that way. But I appreciated her very much” (“No y no creo que se tratara de eso, ni que ella sintiera eso. Pero la apreciaba mucho”), respondió Bill.

Richard Nixon está sepultado junto con Pat –su esposa– en la Biblioteca y Museo Presi­dencial que lleva su nombre, en California. Frost descansa en Poets’ Corner (Rincón de los poetas), como se denomina tradicionalmente a una sec­ción de la nave transversal sur de la abadía de Westmins­ter, junto con otros grandes dramaturgos, escritores, periodistas y poetas.

CRUELDAD SOCIAL

Dejamos La Puerto Rico. Pasaron muchas horas de tra­bajo, recuerdos, acuerdos y desacuerdos. También com­partimos un desayuno tar­dío, algunos bocadillos y una picada con cerveza a modo de after office. Anochece. La nocturnidad avanza. La des­esperanza y la crueldad socia­les quedan al descubierto.

Niños, niñas, hombres, muje­res, personas jóvenes, ancia­nas –con sus vidas al hom­bro– buscan y rebuscan en las bolsas de residuos algo para comer. Otros con el pulgar y el índice tocándose imploran por “¡una moneda, loco!”. Varios parecen zom­bies. Algunas esquinas solita­rias de la otrora elegante ave­nida de Mayo se tensionan.

Veo que una pequeña manada muy urbana de roedores espantados porque descu­bren que humanas y huma­nos compiten con ellos en cada pote de basura corren y buscan refugiarse en las alcantarillas. Vi lo mismo en París, Londres, Nueva York, Madrid y Roma. Nos alejamos del bien común.

“Las distancias apartan las ciudades / Las ciudades des­truyen las costumbres…”, me dice Concha Buika desde el interior de una muy oscura whiskería prostibularia.

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