Cuando Santiago Peña asumió la Presidencia de la República, lo hizo por la vía esencialmente democrática del apoyo popular, expresado en una importante mayoría de votos, tanto del Partido Colorado que propiciaba su candidatura, como el de muchos ciudadanos no afiliados, pero entusiasmados con las propuestas expresadas por el candidato durante su campaña y resumidas en la consigna “Vamos a estar mejor” .
Santiago Peña tenía un altísimo nivel de confianza y simpatía popular. Y no puede descuidar ese capital político.
Para estar mejor, era obvio que debía tomarse medidas y hacer cambios trascendentes en el manejo del Estado y esencialmente de la economía. Es un reducido grupo de la población el que puede leer y sentirse afectado por los datos macroeconómicos, la gran mayoría, la que necesita con urgencia “estar mejor” solo puede apreciar su cotidianeidad. Y esta se mide directamente por las respuestas que el Gobierno da a los problemas esenciales de la ciudadanía, y que son directa y constitucionalmente responsabilidad del Estado.
El ciudadano común, lo que pretende es que el Estado lo rescate de la marginalidad que ha venido sufriendo históricamente en lo que hace a servicios de salud, educación y seguridad.
Del mismo modo en que los gremios empresariales pueden apreciar las ventajas a corto y mediano plazo de los viajes, acuerdos, buenas relaciones de las autoridades, en cuanto a aumento de mercados y atracción de capitales. La gran mayoría no puede darse el lujo de esperar.
A la mayoría hay que darle respuestas inmediatas.
La mayoría necesita que los servicios de salud se despojen de sus miserias. La noticia de que se va a inaugurar un hospital en Coronel Oviedo (que ahora resulta que por el momento será simplemente una clínica, porque el equipo que lo imaginó, no tuvo en consideración la necesidad de una Planta de Tratamiento de Deshechos, y eso implica una demora de meses). De cualquier modo, un hospital en Coronel Oviedo no es la respuesta a la falta de medicamentos en los hospitales o en IPS.
Es auspicioso saber que el equipo económico haya tomado la decisión de hacer recortes en otros rubros del presupuesto para redirigirlos a proveer de medicamentos al Incan. La situación de los enfermos de cáncer, condenados por las carencias de sus remedios vitales, es una vergüenza tercermundista que mancha la reputación de cualquier gobierno. Pero no se trata solamente de los enfermos de cáncer, siguen faltando insumos de todo tipo en los hospitales y centros de salud. Sigue muriéndose gente por una simple gripe, porque no reciben antibióticos, y sus cuadros se convierten en neumonías. Siguen muriéndose niños, embarazadas, parturientas, diaforéticos, que solo necesitaban un medicamento o una atención puntual que no recibieron a tiempo.
La salud, en general, debe mejorar radical y rápidamente. Como tienen que mejorar las estructuras del Ministerio de Educación.
Este comienzo de clases no puede significar un reguero de denuncias por el estado desastroso de algunas escuelas, por el negociado que haya hecho alguien con los útiles escolares, o peor aún, por la avivada de algún proveedor de desayunos y almuerzos.
El presidente de la República no solamente tiene que recortar aunque sea el servicio de bocaditos de los parlamentarios, la compra de vehículos nuevos, el café de la Presidencia, la calidad del papel higiénico, las uñas postizas de las asistentes, o la cantidad de miembros de sus delegaciones viajeras. Pero de algún lado tiene que salir el dinero para que no falte un lápiz, ni un grano de arroz. Y advertir a sus ministros de que empezó el tiempo del ROBO CERO.
Cuando la gente perciba esos “pequeños cambios”, ese respeto y esa prioridad, va a sentir que hasta el más humilde accede a la salud pública, va a notar que sus hijos están cuidados, y va a entender que TODOS EMPEZAMOS A ESTAR MEJOR.