- Por Víctor Pavón
En la sociedad están los que crean y distribuyen riqueza produciendo y comercializando a través de acuerdos voluntarios de libre mercado y están los que apelan a la fuerza para despojar a los primeros de lo que producen y comercian.
No existe una tercera clasificación. Los que producen y comercian lo hacen a través del intercambio voluntario por medio de la propiedad privada; y los que usan la fuerza son parásitos que viven a costa de los demás, cuestión esta última relacionada con el Estado, la organización monopólica y delincuencial más poderosa creada sobre la faz de la tierra.
El Estado no fue el resultado de un contrato, fue el resultado de una imposición donde los liberales clásicos hicieron lo posible para mantenerlo limitado por medio de documentos como la Constitución y otros, pero todo fue infructuoso.
El Estado por medio de sus gobiernos no ha hecho más que crecer de modo exponencial. Históricamente los sucesos en Inglaterra con la Gloriosa Revolución (1688) y luego en Estados Unidos con su Independencia (1776) dejaron en claro la imposibilidad de limitarlo. Aquellas dos gestas históricas fueron un elogiable esfuerzo de valientes y patriotas.
Hasta hoy resuenan las ideas de John Locke, de los Padres Fundadores y otros que hicieron posible el más notable progreso económico, político y educativo en los países que se abocaron a poner en prácticas las ideas de la libertad.
El objetivo de limitar al Estado era noble y sigue siéndolo, pero en los hechos va sucediendo lo contrario. El Estado es como el Leviatán, ese monstruo que se apodera de todo en su camino, tal como lo advirtió Thomas Hobbes en su memorable obra.
El Estado como organización política y jurídica no solo es el más poderoso monopolio que se haya creado sino el más delincuencial que existe.
La Justicia, los impuestos, la educación, la salud, la seguridad, el empleo, las leyes, etcétera, todo está a cargo del Estado o a su supervisión y en todos está aplazado.
Los que todavía creen en el Estado deberían percatarse cuanto antes que esa organización monopólica delincuencial está conformada por saqueadores, un grupo de personas a los que se les dice gobernantes.
Al resto se les llama gobernados o lo que es lo mismo los que frente a sus ojos observan a diario, algunos atónitos y otros no tanto, el desfile de privilegios, riqueza mal habida, injusticias y robos de los que dicen ser sus representantes.
(*) Presidente del Centro de Estudios Sociales (CES). Miembro del Foro de Madrid. Miembro del Consejo Internacional de la Fundación Faro. Autor de los libros “Gobierno, justicia y libre mercado”: “Cartas sobre el liberalismo”; “La acreditación universitaria en Paraguay, sus defectos y virtudes” y otros como el recientemente publicado “Ensayos sobre la Libertad y la República”.