• Por Víctor Pavón (*)

La revolución keynesiana de los años treinta del siglo pasado terminó por dominar las discusiones de política económica. Fueron pocos los verdaderos liberales que la enfrentaron, entre ellos Mises y Hayek. La distinción entre micro y macroeconomía, por ejemplo, es un invento del estatismo keynesiano que a la fecha sigue acarreando daños a la sociedad.

El avance del estatismo se adueñó, primero, de la academia para luego seducir a los gobernantes para que la macroeconomía sea relevante. Subieron a un pedestal al Estado, inmerecido por cierto.

A diferencia, sin embargo, de lo que algunos creen la economía es una sola. Es la que llevan a cabo las personas, empresas y familias en libertad. Es la acción humana, dice el maestro Ludwig Von Mises cuando propuso la metodología y praxeología correcta.

Si usamos la distinción actual, la microeconomía se refiere a los individuos y empresas con relación a los precios y a sus decisiones en general. Por tanto, y a modo de introducción, la macroeconomía tiene como eje al Estado y la micro al individuo. Y como el individuo es el hacedor de la riqueza y del progreso, entonces la acción estatal es un efecto del primero.

Cito el libro “El nacimiento del mundo occidental”, escrito por Douglas North y Robert Paul Thomas, autores que recibieron numerosos premios por sus trabajos.

En esta obra se expone sobre el progreso logrado en Europa comparado con otros lugares. Un cambio de ensayo y error. Los primeros pasos hacia el progreso se dieron en el siglo XVIII cuando se garantizaron los derechos de propiedad, la libertad, el libre mercado, los contratos y la administración de justicia: la fórmula de las ideas de la libertad.

Fue de ese modo que se logró en la historia de la humanidad a las masas de pobres lograr mejores condiciones de vida. Fue la libertad económica lo que llevó a esa transformación nunca antes vista. Las instituciones desde luego son claves. El individuo asociado con su prójimo se percató que el orden institucional se volvió imprescindible. La creación de cada vez más riquezas y empleos necesitaba de firmes garantías para su protección y continuidad.

La noción de predecibilidad mediante reglas de juego funcionan como incentivos. El ahorro y el capital junto con el trabajo duro, la disciplina, el mérito por hacer más y mejor, la división del trabajo, la producción y la productividad dieron de comer a un mundo que antes se debatía entre la hambruna y la miseria. El libre mercado funciona, sinónimo de capitalismo liberal.

Cuando se deje de sobrevalorar a la macroeconomía o lo que es lo mismo al Estado sobre el individuo, la riqueza se incrementará y su distribución llegará más y mejor a los pobres y necesitados.

(*) Presidente del Centro de Estudios Sociales (CES). Miembro del Foro de Madrid. Miembro del Consejo Internacional de la Fundación Faro. Autor de los libros “Gobierno, justicia y libre mercado”: “Cartas sobre el liberalismo”; “La acreditación universitaria en Paraguay, sus defectos y virtudes” y otros como el recientemente publicado “Ensayos sobre la Libertad y la República”

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