• Por Aníbal Saucedo Rodas

Este comentario es absolutamente atemporal. Su lectura escapa a la sucesión de los tiempos. Porque los gobiernos pasan, pero los entornos permanecen. Algunos de sus empalagosos militantes mutan radicalmente de posición con más frecuencia que el cambio de sus camisas. Como las escamas del camaleón, para ponerse a tono con el poder vigente. En ambos casos, hombre y lagarto, con la consigna de la supervivencia, aunque el primero carezca de la dignidad del noble saurio. Esta situación pareciera una mala réplica de la conocida frase de Tupac Amaru Shakur: “Las guerras van y vienen, pero mis soldados son eternos”. Digo mala réplica porque en las circunstancias descritas la lealtad no es a la causa, sino al zoquete. El generoso “pucheroducto”, en la genial cita del siempre recordado Helio Vera. Aunque, en este caso, el cuerno de la abundancia se rellena de refinadas bebidas y exquisitas viandas, acompañadas con algún puro caribeño. Nada que ver con nuestro popular garrón.

El entorno es un círculo constrictor que pulveriza la crítica. Al que gobierna, sea quien fuere, tampoco le interesa escuchar sobre los puntos débiles o errores en su gestión, porque llega al final de la jornada agobiado por problemas y extenuado por el trajinar cotidiano de las funciones que demanda el cargo. Pero el activismo nunca es sinónimo de productividad. Es obligatorio dejar un espacio para la reflexión. Es la única manera de otear el horizonte con la lucidez de los vigías de largo alcance (Federico Mayor). De los líderes que dibujan el futuro sin descuidar el presente. De hecho, sin los cimientos del hoy no se podrá construir el mañana. Los fenómenos sociales no nacen por generación espontánea. Por tanto, el pensamiento debe preceder a la acción. Y es ahí donde el entorno juega un papel crucial, pero para entorpecer el trabajo de los que verdaderamente saben, de aquellos que no se dejan intimidar por la autoridad, evitando así caer en la lisonjería y la aprobación fácil. Del “estuvo espectacular” –cuántas veces lo habré presenciado– al “todo el mundo aplaudió sus declaraciones”. Así van construyendo una burbuja dentro de la cual algunos mandatarios se sienten a gusto y los buhoneros asumen poses de reyes pintando un mundo que solo existe en su imaginación. La realidad se evade por un instante, mientras los reclamos se multiplican.

En este juego siniestro aparece una línea finísima entre los asesores que aspiran a cerrar el círculo sobre ellos mismos y el tradicional entorno que también sueña con representar el papel de asesor. Dura puja. Y en última posición se inscriben los indeseables, los negativos, los que –a criterio de los interesados– ven solo el aspecto negativo, los que incomodan, inquietan, desafían el statu quo y son capaces de cerrar las páginas de los manuales importados y crear sus propios fundamentos teóricos que se ejecutan en la práctica a partir de realidades concretas. Con espacial énfasis en el campo de la comunicación, donde todos los gobiernos de la transición han rengueado o fueron lisa y llanamente cojos. La mala señal suele ser el origen de graves conflictos o crisis. Generalmente, también me tocó presenciar, cuando el experto calificado se retira, el murmullo es unánime: “Este no entiende nada de política”.

De los políticos con los que me tocó estar de cerca –algunos llegaron a la presidencia, otros se atascaron en el intento–, el único, según mi particular percepción, que no tuvo entorno fue Luis María Argaña. Se rodeó de buena gente, cada uno especialista en su propia área. Por alguna razón le caí en gracia y era testigo privilegiado –y silencioso– de grandes debates y encendidas discusiones, primero, en su domicilio particular y, luego, en la Vicepresidencia de la República entre 1988 y su asesinato en marzo de 1999. Recuerdo un acalorado intercambio de pareceres sobre neoliberalismo entre el dueño de casa y Washington Ashwell. Bajaron ante el reducido auditorio escuelas clásicas y sus derivaciones contemporáneas, hubo citas de premios Nobel y referencias a lugares históricos en la doctrina del Partido Nacional Republicano. Pero nadie agravió ni insultó. Era una batalla de inteligencias. Hasta que intervino Julio César Frutos (Papuchín) para que los argumentos y sus refutaciones se diluyeran mansamente. Argaña, repito, no tuvo entorno, sino asesores que rotaban de acuerdo con los asuntos a tratarse. Tenía opinión propia, mas no era terco. Hasta recibía colaboraciones de opositores en el tema energético. No obstante, había que estar atento a su inesperada pregunta: “¿Usted qué opina?”. Finalmente, con el cúmulo de informaciones y recomendaciones, asumía la decisión que le parecía la correcta.

El entorno tiene consecuencias perniciosas para la buena gestión al frente del Estado. Nefastas, si se quiere, porque suele terminar en ruidoso fracaso. Sus miembros tienen la habilidad de ubicarse pegados al poder. Estuvieron y estarán. Es por ello la aclaración inicial: este comentario es atemporal. Ya escribí algo similar en el pasado. No importa el tiempo en que lo leas, siempre tendrá el aroma del pan recién horneado. Buen provecho.

Etiquetas: #los tiempos

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