• Por Felipe Goroso S.
  • Columnista político

“El sistema de gobierno más perfecto es aquel que produce mayor suma de felicidad posible, mayor suma de seguridad individual y social y mayor suma de estabilidad política”, Simón Bolívar. Hay que agregarle que será difícil acercarse a este cuadro ideal sin una estructura adecuada del Estado. Lo primero son las ideas; lo segundo, las herramientas y materiales con las cuales se construyen, solidifican y amplían.

Lo que en la terminología del derecho constitucional reciben el nombre de poderes del Estado, son en realidad estructuras que traducen en actos precisos, útiles al bien general, los designios justos y equitativos del poder que reside en el pueblo. Las tres patas del Estado cumplen funciones específicas y complementarias con facultades limitadas y con la intervención de ciudadanos idóneos, cuya selección la efectúa, según el cargo, de manera directa e indirectamente, la voluntad popular expresada en elecciones libres, transparentes y legítimas.

La soberanía nacional y popular no constituiría un hecho real, latente y viviente, sin la vigencia irrestricta del doble derecho fundamental de elegir y ser elegido. La democracia es consustancial con la función electiva. El pueblo paraguayo es inmemorialmente democrático porque desde que hay memoria de su existencia ha intervenido con su voto en la designación de sus autoridades. Los pueblos guaraníes, allí donde hayan puesto los pies, se organizaban en democracias de primer grado.

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La Real Cédula del Emperador Carlos V, dada en Valladolid en setiembre de 1537, sentó las bases de la representación del Estado y del derecho electoral paraguayo. “… habiendo jurado de elegir persona cual convenga a nuestro servicio y bien de dicha tierra, elijan por nuestro nombre por gobernador y capitán general de aquella provincia la persona que según Dios y sus conciencias pareciere más conveniente y el que así eligiesen todos en conformidad, o la mayor parte de ellos, use y tenga el dicho cargo, al cual por la presente damos poder cumplido para que lo ejecute cuanto merced y voluntad fuere…”, la claridad de las palabras y frases encadenadas del español antiguo. Maravillosa definición de un concepto simple que algunos prefieren complejizar, como el de la voluntad popular.

La política, esa mala palabra que empiece con p y termina con a, nos llama a defender nuestra democracia ante las corporaciones que prefieren sistemas que restringen la libertad. Una democracia viva, activa, ardiente, celosa de sus ciudadanos y por el presente. Así como el Estado y la correspondiente, necesaria y oportuna estructura.

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