Un grupo de ciudadanos próximamente haremos presentación de un proyecto de ley para derogar un tributo injusto, violento, inmoral e ineficiente como sin duda es el impuesto a la renta personal (IRP).
Para tal efecto, es preciso que a través de la batalla cultural a la que estamos abocados los que deseamos el orden de la libertad en nuestro país, sigamos insistiendo en los fundamentos morales, económicos y políticos de la sociedad libre. La abolición total de los obstáculos a la libertad y la propiedad deben comprenderse desde su fundamentación más allá del mismo pragmatismo que, por cierto, es también motivo atendible.
El IRP debe ser derogado por una cuestión de principios. Todos los impuestos son un acto de violencia estatal siendo una alevosa forma delincuencial de robo y de involucramiento en los asuntos privados de un individuo para arrebatarle parte de su ahorro. El arrebato a las personas de su ahorro no es un tema menor. No hay diferencia entre la conducta del delincuente de la calle y del funcionario ungido de autoridad.
Los impuestos en general tienen el poder de destruir la producción, el comercio, los servicios y la industria porque afectan los factores de producción como el capital y el trabajo. Este es el modo de restar los incentivos necesarios para la producción y el comercio de más y mejores bienes y servicios.
Todavía más, al destruir el ahorro como base de la inversión, pues la sociedad o mejor dicho los individuos en general no contamos con ese elemento clave para el desarrollo personal como social. Nuestro ahorro no puede seguir siendo confiscado como lo hace el IRP a través de la más poderosa organización coercitiva llamada Estado.
Y a los que todavía confían en el Estado les digo que aceptando al IRP en nuestro ordenamiento tributario están consintiendo el robo a cara descubierta. Y agrego más: no hay forma de hacer pagar un impuesto al que más tiene sin hacer al pobre más pobre.
Por supuesto, eso de los que más tienen es una expresión engañosa de la que los estatistas del socialismo de este siglo siguen inoculando como una mentira en nuestros centros de estudios. Eso del que más tiene es relativo, expuesto a los gastos e inversiones que realiza una persona, pudiendo ocurrir que alguien que gana 10 en realidad tiene menor capacidad de ingreso que aquel que gana la mitad, es decir 5.
El IRP, además de ser una confiscación del ahorro por el cual ese maligno tributo termina por dañar la preferencia temporal de sustituir una situación menos satisfactoria por otra más satisfactoria, acarrea una reducción de nuestros ingresos y, por ende, afecta nuestro nivel de vida.
De igual importancia, el Estado por medio del IRP al confiscar nuestros ingresos viola nuestro derecho de asignar a nuestro consumo e inversión lo que obtenemos con nuestro trabajo diario.