Gregoria apenas pudo atajar su impulso para no apretarle el cuello a su paciente, luego de escuchar el comentario: “¡Qué payasos son!”, mientras las imágenes del televisor mostraban la procesión de la Virgen de Caacupé durante el novenario. Contuvo sus manos, pero su afilada lengua llena de indignación contestó un recatado: “Tendrías que respetar la creencia de los demás”. De nada valdrían las explicaciones ya que la ofensa estaba consumada. No entendería que lo que intentó hacerle ver era que la sociedad no había cambiado nada en al menos 5.000 años. Esa era la payasada, no la Virgen.
Haciendo una comparación entre la sociedad actual y la de los antiguos mesopotámicos, era fácil notar las similitudes y eso era lo que el paciente quiso resaltar. Siglos de evolución y la organización social era la misma: por entonces estaban los reyes y su corte, que hoy serían los políticos y gobernantes; los comerciantes, que se transformaron en los modernos empresarios; estaban los alfareros y orfebres, que hoy serían industriales; los músicos, hoy convertidos en artistas y actores; los guerreros que se dedicaban a proteger la ciudad y abusar de su poder, que hoy serían las fuerzas armadas, y finalmente estaban los sacerdotes que, aunque por aquella época incluso sus dioses exigían sacrificios humanos, en la actualidad solo piden la buena voluntad de los fieles.
Fueron 50 siglos desperdiciados ya que la maldad sigue presente, así como la avaricia, el robo, el engaño, la mentira, las conspiraciones o el cinismo. Ese tiempo hubiera sido suficiente para entender la necesidad de trascender hacia una sociedad con más empatía.
Este 8 de diciembre, día de la Virgen de Caacupé, habría que recordar que el paso por la vida debe ser un acto egoísta en el que el único objetivo es encontrar la salvación y eso se logra con obras de amor y no acumulando riquezas ni presumiendo lujos ni sembrando injusticias ni yendo de peregrinación solo para comentárselo a los vecinos.
Es innegable que el dinero y el poder son elementos que hacen que el ser humano olvide el miedo a la muerte, pero la duda llega al final del camino y no hay una sola persona que no esté dispuesta a dar todo lo que tiene para seguir, aunque sea un día más y postergar ser encerrado en el olvido del implacable ataúd.
Posiblemente vivimos en el momento más convulsionado de la humanidad, recordando que las más grandes batallas de antaño con flechas y espadas son nada comparando con la posibilidad destructiva de los misiles balísticos hipersónicos con capacidad nuclear que hoy amenazan con hacer desaparecer la vida en el planeta.
Como ejemplo vemos con resignación que un solo hombre, el más poderoso del mundo, un octogenario que ya está al final de su vida hace todo lo posible para no ser él el único que deba rendir cuentas a la incorruptible Parca. De nada le sirven todos sus millones, todo su ejército, todas sus influencias, todas sus amistades y alianzas, la muerte le respira en la nuca y tiene miedo.
Los medios publican que “quiere incendiar el mundo antes de irse”, por eso autoriza el uso de misiles de largo alcance. No es para defender la democracia, es un manotazo de ahogado, una señal de que se da cuenta de que le llega la hora.
Movió todas sus influencias para condenar a su rival, recurso que riñe con la Justicia al indultar a su propio hijo sobre quien pesaban condenas por tres graves delitos cometidos y que tenían una expectativa de cárcel de 25 años.
Que el fenómeno de la Virgen de Caacupé nos haga reflexionar hoy sobre nuestras acciones y que el futuro no nos sorprenda con arrepentimientos que nos acompañen a la eternidad.