DESDE MI MUNDO

  • Por Mariano Nin
  • Columnista

Dicen que en algún momento de nuestras vidas todos tenemos que enfrentar nuestros miedos.

El Instituto de Previsión Social recauda millones y gasta millones... y nosotros pagamos las consecuencias de malas administraciones.

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En esos momentos difíciles, que a todos nos tocan, basta con no tener otro lugar donde ir para descubrir el infierno. Un infierno que al trabajador común le sale caro, demasiado caro.

Miles de pacientes deben armarse de paciencia para conseguir un turno. Si es difícil para los de la capital imaginate al enfermo que viene de zonas remotas del Chaco u algún lugar un poco alejado. Si consiguen un turno, deberán afrontar un sistema deshumanizado y criminal.

Juan Pueblo vino del Chaco a buscar turno para una cirugía. Pero nada es urgente. Con suerte conseguirá turno para agosto del año que viene. Solo deberá aguantar… y llegar, después de todo: no hay mal que dure 100 años… y mamá decía: ni cuerpo que los aguante.

En el Hospital Central la mayoría de las salas de espera no tiene ventiladores. Es bueno si hace frío, pero con más de 40 grados es criminal. Y la gente soporta resignada. Es como esa frase que dice “la necesidad tiene cara de hereje”.

Ir al baño es para aventureros. Las instalaciones dan lástima, pese a que se gastan millones en mantenimiento. Piletas sin canillas, inodoros sin cadena y a media luz. Los ascensores son trampas mortales y las escaleras un hormiguero.

En las habitaciones cucarachas y arañas juegan a las escondidas.

Luego está el trato. Ese que debe ser amable de parte de aquellos a quienes nosotros les pagamos el sueldo. La amabilidad es un lujo en un barco parecido al Titanic.

Médicos y enfermeras apurados que se contradicen en cada turno carentes de tacto para tratar con el que pasa momentos difíciles.

Los dueños ocasionales deberían dejar sus oficinas y recorrer pasillos e internados. Deberían ponerse en la piel del que aporta y sufre. Deberían entender que el dinero que les permite un buen vivir es el mismo que sale del bolsillo del sacrificado trabajador.

Después de todo, la vida es una rueda y no saben cuándo van a estar del otro lado.

La vida me obligó a enfrentarme al sistema. Mis miedos. Un sistema que te tira un salvavidas pinchado. Si podés nadar sobrevivís. Y si no, que otro cuente la historia.

A mí nadie me la contó. Yo la viví en carne propia. Pero esa… esa es otra historia.

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