La reforma constitucional parcial que ha sido aprobada por el Congreso de Nicaragua, con una clara mayoría del oficialismo sandinista sumada a sus aliados, logrará desmantelar lo poco que le quedaba de institucionalidad al Estado de ese país.

La pareja presidencial compuesta por Daniel Ortega y Rosario Murillo se convertirá, tras la sanción de estas reformas, en poco menos que reyes sin corona en el castigado país cen­troamericano.

Es un regreso a prácticas similares a los siglos del absolutismo real, coinciden los pocos opositores que aún lo siguen siendo y permanecen en un país que no solo ha expul­sado a todo aquel que ose levantar peligrosa­mente la voz, sino que también los ha privado de su nacionalidad para evitar que, legal­mente, no puedan tener opciones políticas más tarde y mucho menos ahora.

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Pero la reforma no solo otorga más poder a Ortega ni tampoco se destaca por poner en línea de sucesión a su esposa Rosario Muri­llo, sino que garantiza la sucesión dinástica y ya asoma el hijo de ambos, Laureano Ortega Murillo, quien asumiría el control del país en caso que falten sus padres.

Daniel Ortega, de 78 años, con cuatro man­datos sucesivos más un quinto alternado, ha destruido la institucionalidad y ha quebran­tado uno de los principios fundamentales de una república democrática: la separación de poderes. La reforma ha puesto al Poder Judicial y al Legislativo bajo las órdenes del Ejecutivo, es decir, bajo las órdenes de Ortega y Murillo.

Incluso, la reforma ha hecho uso de la semán­tica para horadar más al sistema democrá­tico, pues tanto el Poder Judicial como el Legislativo han sido degradados a “organis­mos”, lo que deja en claro el camino dicta­torial y absolutista que ha tomado Nicara­gua que ahora dependerá (oficialmente) de como ha amanecido la pareja presidencial.

La reforma, ya aprobada de manera gene­ral, deberá ser estudiada en carácter parti­cular, en una farsa congresista en enero de 2025. Se da por descontado que estos cam­bios serán aprobados a gusto y paladar de Daniel Ortega.

A partir de esa sesión, todos los poderes públicos ya estarán de derecho en manos de Daniel Ortega y Rosario Murillo, algo de hecho en la actualidad. Entre los casi cien cambios al que será sometida la Constitución Nacional en Nicaragua se destaca el aumento de la extensión del periodo de gobierno de 5 a 6 años, la creación de una “policía volun­taria”, que no es más que la oficialización de grupos paramilitares como en Venezuela son los “motorizados” del chavismo.

La bandera con los colores rojo y negro del partido de gobierno, el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), se sumará a los símbolos nacionales de Nicaragua, ponién­dola al mismo nivel que la bandera azul y blanca del país. Todos los derechos funda­mentales podrán ser suspendidos por cual­quier motivo que el Poder Ejecutivo con­sidere necesario, además de suprimirse la censura a la prensa expuesta en la Consti­tución hasta ahora.

Los militares podrán ser llamados a interve­nir siempre que sea necesario, es decir, cada vez que Ortega o Murillo así lo consideren. Nicaragua será una muestra del cuasifeu­dalismo medieval, cuando a comienzos de 2025 estas reformas se pongan en marcha.

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