DESDE MI MUNDO

  • Por Felipe Goroso S.
  • Columnista política

Desde muy pequeños escuchábamos, íntimamente ligado a nuestra cultura tribal y oral, la recomendación en tono de advertencia que había temas de los cuales no se habla en familia, en la mesa de los domingos: política, fútbol y religión. Al menos si es que se quería llevar la fiesta en paz. Sociológicamente, décadas atrás hubo toda una construcción colectiva de la historia paraguaya que aquellos asuntos implicaban pirevai, desunión o incluso que la discusión podría terminar en algún que otro machetazo o balazo. Peligroso.

Con el paso del tiempo y en gran medida gracias a las siguientes generaciones se fue derribando ese tabú y estamos asistiendo a un progresivo y a la vez lento, pero incesante cambio en las costumbres sociales de nuestro pueblo. Ahora los paraguayos estamos en una etapa de optimismo. Los números de nuestra macroeconomía se mantienen en crecimiento desde hace por lo menos quince años, nuestro PIB ha crecido siete veces en cuatro décadas, nuestras necesidades básicas insatisfechas se han visto reducidas.

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La excepción que lo confirma es el área de educación, en todas las demás hemos dado pasos hacia adelante y en positivo. Y esta es una afirmación basada en datos y hechos. Están ahí, para quien quiera verlos. ¿Significa que debemos darnos por satisfechos? La respuesta es tan contundente como aburridamente obvia: no.

Los paraguayos, y a pesar de ser generalmente controlados en nuestros sentimientos, somos en general alegres. En algunos campos o circunstancias más que otras, el fútbol, por ejemplo. Nuestro orgullo no nos permite ser menos que el otro. Sucede lo mismo con el cambio por el cambio, lo presenta ante sus propios ojos en calidad de pobre imbécil. Cambiar o renunciar al partido político o club de fútbol no es de paraguayos de honor. Ni hablar de la Albirroja. Ahí radica la pasión que genera. Por eso lo queremos a Gustavo Alfaro, porque devolvió el orgullo y felicidad al pueblo por su selección.

Benedetti nos pide defender la alegría. Defenderla de los miserables, de los neutrales, de la melancolía, de los canallas. De la gente de mierda. Defenderla de las poses sobreactuadas y de la hipocresía de la opinión políticamente correcta.

La política, esa mala palabra que empieza con p y termina con a, al igual que el fútbol, tiene altas dosis de pasión. El que diga lo contrario, no entiende ni de lo uno ni de lo otro. Habla igual, porque es un país libre. Y está perfecto, lo cual no inhibe que se le apunte que lo suyo es la crítica por la crítica. Solo hay que mirar dos aspectos: de quién o quiénes viene y a quién o quiénes se apunta.

Si los que tienen el gesto de acompañar a la Albirroja o reconocer el trabajo que viene haciendo Alfaro (aún sin haber alcanzado el objetivo) son colorados o de Honor Colorado, olvídate. Les espera arder en el fuego voraz de los pesimistas, pero el nivel de relevancia que hay que darles a los odiadores de siempre es el mismo lugar que les asignará la historia: uno chiquito, muy pequeño.

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