• Por Diego Marconatto
  • Profesor de la maestría y del doctorado profesional en la Fun­dação Dom Cabral, Brasil

La pregunta es: ¿cuál es la finalidad de las empresas?

En las últimas tres décadas, ha surgido en las escuelas de negocios una avalancha de nuevas visiones que desta­can la función social de los negocios y complementan, cuando no contradicen direc­tamente, la respuesta clásica de Milton Friedman: “El objetivo último de las empre­sas es maximizar la riqueza del accionista”.

Perspectivas relacionadas como la responsabilidad social corporativa (RSC), triple resultado (sostenibi­lidad), empresas B, negocios sociales y negocios basados en la comunidad, entre muchas otras, se encuentran hoy en el centro del debate académico y en las agendas de los conse­jos de empresas de todos los sectores. Todas convergen en un mismo punto: los negocios existen para generar bienes­tar social y ambiental.

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Es claro que estas perspecti­vas recientes tienen muchos méritos. Al fin y al cabo, Friedman, en un esfuerzo honesto y necesario por defender el sistema de libre mercado, sin el cual solo existen la miseria y la tira­nía, parece haber fallado en comprender el objetivo más amplio. Su definición coloca al ser humano al servicio del lucro y no al lucro –que, nunca me cansaré de enfati­zar, es absolutamente desea­ble y necesario– al servicio del ser humano.

Sin embargo, las visiones de desarrollo sostenible y jus­ticia social que han tomado por asalto las aulas y los con­sejos directivos solo rozan el núcleo de nuestra pregunta inicial y no ofrecen una res­puesta suficientemente satisfactoria para la realidad empresarial. Prácticamente todas las rutas que se ofrecen actualmente a los emprende­dores vienen matizadas por una suposición –a veces más explícita que implícita– de que el lucro y los negocios llevan consigo una especie de defecto original que debe ser compensado con acciones virtuosas.

Resulta curioso que esta visión de los negocios recuerde a una cosmovisión religiosa: los negocios son intrínsecamente malos y sus ganancias son el pecado ori­ginal que debe ser expiado mediante acciones benévo­las. Deben pagar su “justa parte”, como dice el refrán. Creo que este no es el mejor camino. La literatura acadé­mica, así como las revistas y sitios web de negocios, están llenos de ejemplos donde las acciones de RSC y sostenibi­lidad, a menudo desvincula­das del núcleo de las empre­sas, no son más que ejercicios de señalización de virtu­des o, en casos peores, puro greenwashing. Por supuesto, junto a estos ejemplos tam­bién coexisten empresas que realmente hacen el bien con sinceridad y eficacia.

Sin embargo, todas estas rea­lidades subyacen a una pro­funda desconfianza respecto a la intención original de los negocios. Sus defensores olvi­dan que las empresas existen, en primer lugar, para generar valor a sus clientes y, con ello, mejorar sus vidas. La omni­presencia de bienes y servi­cios básicos, y el mundo de confort en el que vivimos, nos hacen olvidar rápidamente con demasiada facilidad e irresponsabilidad, ¡cómo la vida era un esfuerzo doloroso por sobrevivir para la mayor parte de la población mundial hace poco más de 100 años! El lucro honesto no es más que una señal material de que la empresa es capaz de articular diversos recursos para pro­ducir valor que supera con creces las contribuciones individuales. Si quisiéramos retomar la connotación reli­giosa, los negocios rentables y honestos hacen “fructificar los talentos”.

SIN EMBARGO, ESO NO ES SUFICIENTE

Las empresas existen para generar valor a sus clien­tes y, tan importante como esto, ser un espacio de desa­rrollo humano. Los nego­cios son realizados por per­sonas y para personas. Ellas deben estar en su centro. No obstante, el verdadero bien no puede ser relegado a un departamento de RSC o sos­tenibilidad. Toda la empresa debe estar orientada a la bús­queda y promoción de la vir­tud humana. Y esta es la gran diferencia respecto a los enfo­ques anteriormente mencio­nados.

Estas empresas –llamémos­las negocios basados en virtu­des– están realmente enfoca­das en promover el desarrollo del espíritu, las capacidades y el bienestar humano. Ejem­plos contundentes de esta realidad pueden verse en obras como “Liderazgo por virtudes” de Alex Havard, y “Emprendimiento por prin­cipios” de Andreas Widmer.

Esta es una visión respal­dada por abundantes evi­dencias científicas que mues­tran que el respeto por el ser humano, el liderazgo basado en principios y la acción cor­porativa intrínsecamente vir­tuosa promueven, de diversas maneras, una mayor longe­vidad, rentabilidad y creci­miento. Ese es el camino.

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