- Por Ricardo Rivas
- Corresponsal en Argentina
- X: @RtrivasRivas
El canciller argentino, Gerardo Werthein, estará ausente hoy en el Vaticano para celebrar junto con el jefe de Estado anfitrión, el papa Francisco y el ministro de Relaciones Exteriores de Chile, Alberto van Klaveren, el 40.º aniversario de la firma del Tratado de Paz y Amistad entre los dos países que –con una mediación previa del entonces pontífice, Juan Pablo II, que solicitaron los dictadores argentinos y chilenos– desactivó hasta hoy una guerra entre las dos naciones cuando los ejércitos estaban desplegados y prestos para el combate a un lado y otro de la cordillera de los Andes.
¿Es necesario explicar que el encuentro vaticano del que inexplicablemente se ausentó el señor Milei va en sentido opuesto a una cultura de diálogo, paz y encuentro? ¿No es prioridad dar gracias por aquella intervención papal que devino en el Tratado de Paz y Amistad con Chile que evitó muertes, derramamiento de sangre y tristezas perennes? Penoso, lamentable y, por qué no decirlo, vergonzoso.
La ausencia de Werthein en la Santa Sede –por orden directa del presidente Javier Milei, según trascendió sin que ninguna fuente gubernamental lo desmienta– se debe a las molestias del jefe de Estado argentino por las réplicas que el mandatario chileno, Gabriel Boric, expresara en Río de Janeiro durante la más reciente cumbre del G20 que se desarrolló en aquella ciudad. Incomprensible.
Pese a todo, una delegación de parlamentarios argentinos converge en estas horas con sus homólogos chilenos para celebrar la paz y la vida. Lo que pasó en el G20, debiera quedar en el G20. “Los intereses nacionales y las políticas de estado están por encima de las ideologías”, sostiene Juan Pablo Lohlé, respetado especialista en relaciones Internacionales en @jplohle, su cuenta en la red X. Agregó también que “un poco de grandeza no es incompatible con la libertad”.
Walter C. Parker, profesor emérito de la Universidad de Washington, tiempo atrás dijo a la BBC “que las opiniones de alguien te gusten o no es importante en la vida social, pero no en la pública” porque en ella “tenemos que conectarnos y relacionarnos y hablar y escuchar a otras personas sin importar si coinciden contigo”. Una oportunidad perdida. La convivencia pacífica es un precepto constitucional y, por tanto, una política de Estado.
En el plano interno, algunos logros todavía no se perciben en la economía de bolsillo. La comunicación gubernamental insiste e induce a la ciudadanía en las comparaciones con las administraciones más recientes que precedieron al presidente Milei. Sin embargo, en el plano judicial, las pocas condenas que con cuentagotas se reportan por actos de corrupción verificados son el resultado de denuncias e investigaciones realizadas antes del 10 de diciembre de 2023, cuando se inició el presente mandato.
En lo económico, tres parecen ser los caballitos de batalla más ventilados: 1) la baja de la inflación (nivel general del Índice de Precios al Consumidor) que, si bien en octubre pasado se ubicó en 2,7 %, en los primeros 10 meses de este año marca 107 %; 2) la reducción del déficit fiscal; y 3) el tiempo de bonanza que se verifica en los mercados que incansablemente se reportan tanto en medios tradicionales como en las redes.
La gobernanza parlamentaria para la administración Milei todavía es una asignatura pendiente. El proyecto de ley de presupuesto no consigue dictamen. El bloque oficialista del partido La Libertad Avanza (LLA) no puede avanzar. De hecho, el presidente de la Comisión de Presupuesto de la Cámara de Diputados, José Luis Espert, para evitar una derrota en el Congreso y dejó para otro momento la aprobación en comisión de la iniciativa gubernamental.
De mantenerse esa situación, en 2025 el señor Milei deberá administrar la cosa pública una vez más con el presupuesto de 2023 (tiempos políticos del expresidente Alberto Fernández con la vicepresidenta Cristina Fernández) –totalmente desactualizado– porque no consigue enhebrar voluntades políticas para disponer de esa herramienta imprescindible.
Desde el Fondo Monetario Internacional (FMI) –que continúa sin enviar fondos frescos a la Argentina como lo desea el ministro de Economía Luis Caputo– ese indicio de gobernabilidad que implica la aprobación del presupuesto es altamente valorado, si se alcanza y una enorme duda si no se consigue.
Mar-a-Lago quedó atrás. Donald Trump está ocupado en la transición para volver a la Casa Blanca en venidero 20 de enero. Elon Musk atiende su juego. Sylvester Stallone dejó atrás a Rocky, a Rambo y hoy –en el streaming– reina en Tulsa, un polvoriento pueblo estadounidense. Aquí, en el sur del sur, no consigue todavía superar algunos escollos: salir del cepo cambiario; devaluar o no devaluar; cumplir con la promesa de bajar los impuestos; reactivar el comercio; la construcción; la industria. Hacia esos objetivos incumplidos también mira el FMI.