La llegada del papa Juan Pablo II a Paraguay hace 36 años fue sin duda uno de los acontecimientos más impactantes para el Paraguay, teniendo en cuenta la gran cantidad de fieles que hay dentro de sus fronteras y que nunca antes habían imaginado posible que un Santo Padre pudiera pisar tierra guaraní.

Para 2014, un ranking colocaba a nuestro país –para orgullo de nuestros compatriotas– como el país más católico de Latinoamérica, situación corroborada un año después con el caluroso recibimiento dado al papa Francisco, quien apenas en su tercer año de pontificado decidió distinguir con su presencia al Paraguay en su noveno viaje apostólico. Si la visita del primer papa fue alucinante, la llegada de otro papa 27 años después hasta parecía un milagro. Más aún si consideramos que el representante de Dios no era un ser de otro mundo, lejano, sino que estaba empapado de la historia del Paraguay, de sus sufrimientos y de su grandeza, expresada a través de sus elogiosas palabras hacia las mujeres paraguayas.

La honra sigue intacta y se acrecienta a un año de cumplirse una década, si googleamos y buscamos la posición de los países más católicos de Latinoamérica. En el primer lugar, por encima de todas las demás naciones, en el TopTen 2023 aparece nada menos que Paraguay, con el 85,7 % de su población católica, seguido por México (73,4), tercero Ecuador (68,2), cuarto Argentina (67,8), quinto Perú (67,2), sexto Bolivia (65,9), séptimo Colombia (64,8), octavo Chile (57,4), noveno Brasil (53,6) y décimo Honduras (48,0).

Estos hechos estábamos recordando con mucho deleite con un grupo de amigos cuando llegó uno de los pseudofilósofos del barrio e introdujo sus apreciaciones para cuajar la conversación como leche para hacer queso.

Según su teoría, ese ranking era falso, así como muchos datos encontrados en internet. Y claro, todos los Caballeros Cruzados desenvainaron sus nobles espadas para defender la nobleza y alcurnia de nuestra religión tradicional.

Así comenzó la discusión. Unos aplicaban una profunda estocada en el vacío, que era fácilmente esquivada por “el ateo”. Este, ágil, contrarrestaba con frases y datos tan contundentes como aplicados por un mandoble.

Sin quererlo ni saber cómo, el duelo verbal se tornó despiadado y peligroso, incluso vil si tenemos en cuenta los ejemplos que se daban unos a otros tratando de ganar el pleito.

Llegó un momento en que el oponente mencionó al pequeño Milan, quien luchó como un verdadero héroe atado a su corazón artificial durante más de un año, con sus padres acompañándolo y sin dejarse vencer jamás, dándole esperanzas al niño, confiando en que se recuperaría y que en el futuro recordaría esa época de enfermedad como una prueba divina.

“Muy católicos serán todos los católicos del país, pero solamente una familia, en medio de su dolor, fue capaz de otorgarle a Milan la oportunidad para poder vivir”, espetó con rabia el filósofo, con más filo que nunca. Los defensores de la cruz se quedaron callados reconociendo esa verdad. Uno masculló y esbozó una excusa como que tal vez no encontraron un corazón compatible, que era un niño y que era difícil…

“¿Difícil?” –preguntó, y sin esperar respuesta siguió– “En más de un año una sola familia le dijo que sí. Estuvo 374 días esperando. Todo el país sabía, pero que yo sepa ninguna otra familia fue capaz de luchar por la vida de Milan. Todos prefirieron enterrar los órganos para que se pudrieran en lugar de amar al prójimo, como ordena las escrituras”.

“Tampoco supe que la Iglesia católica en las misas del 85,7 % de los paraguayos un domingo hiciera campaña para concienciar sobre el acto de amor más sublime que un fiel puede dar donando un órgano. No les costaba nada. Tampoco me enteré de que los políticos propiciaran leyes para que los ciudadanos donadores reciban algún tipo de compensaciones. Están más ocupados en juntar plata que ni siquiera podrán llevarse al cajón”, dijo con desilusión. Antes de retirarse preguntó: “¿Saben ustedes cuántas personas necesitan hoy mismo de donantes para seguir viviendo? Les sorprendería saber cuántos son y cuál es su sufrimiento diario. Pero sigan hablando de catolicismo, pero en el fondo lo que cuenta son las obras. Y ustedes solo hablan”.

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