- Por Juan Carlos dos Santos
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Quien mejor que los países de Europa del Este para comprender sobre los peligros que representa cualquier tipo de totalitarismo luego de vivir gran parte del siglo XX detrás de la “cortina de hierro” y bajo las órdenes emanadas por el mandamás de turno del Partido Comunista de la extinta Unión Soviética.
Un ejemplo lo podemos encontrar en Hungría, un país miembro de la Unión Europea (UE), pero con una relación marcada por tensiones y con una postura desafiante ante las tendencias globalistas del bloque continental.
La conciencia nacional de los húngaros es muy fuerte, quizás porque el país en algún momento de su larga y rica historia fue el centro cultural y económico de Europa o también porque su fundación se remonta al siglo IX, de la era cristiana.
Formó parte de un imperio y por tanto fue de las potencias mundiales involucradas en la I Guerra Mundial. Luego de la II Guerra Mundial se convirtió en uno de los países satélites del socialismo soviético, a pesar de que en el otoño boreal de 1956 trató de liberarse de él, en un fallido intento revolucionario. Las actitudes y acciones de los húngaros en 1989 aceleraron el colapso del socialismo de la Unión Soviética, lo que coloca a este país en uno de los mejores exponentes de la lucha contra las ideas totalitarias y en la actualidad es la nación que se enfrenta al globalismo progresista.
Hungría no se opone a los planes migratorios mientras estos no sean parte de algún plan de reemplazo cultural, como se nota que está en proceso de desarrollo en varios países de Europa Occidental.
Es justamente este proceso de suplantación cultural que puede parecer exagerado, pero que avanza en silencio y a paso firme, es lo que buscan detener o al menos retrasar el máximo tiempo posible.
Este país se ha destacado por defender una política de “soberanía nacional” y, en muchos casos, se ha opuesto a las directrices de Bruselas, especialmente en temas de migración indiscriminada o el modelo económico de libre mercado de la UE y defienden su derecho a adoptar políticas que prioricen los valores y las necesidades húngaras.
Apuestan por la preservación de su cultura, religión y valores tradicionales, y ve al globalismo progresista como una amenaza a estos elementos fundamentales de su identidad, rechazando políticas que creen que intentan igualar los valores y las políticas de los países miembros.
Por esta razón, un miembro de la OTAN y de la UE como Hungría vive en constante fricción con Bruselas (sede de la UE) al no aceptar el papel centralizador del bloque.
Desde el punto de vista de sus propios valores, y que están sostenidos en la premisa Dios, patria y familia, los húngaros creen que Europa Occidental aún “podría ser rescatada”, y para ello tratan de salvaguardar su estilo de vida, siempre basado en valores democráticos, para evitar regresar a un pasado gris y doloroso que vivió bajo dominación soviética, días que se mantienen frescos en la memoria colectiva de esta nación de Europa del Este.