• Por Felipe Goroso S.
  • Columnista político

“Analizar pormenorizadamente algo y valorarlo según los criterios propios de la materia de que se trate”, así define la Real Academia de la Lengua cuando se revisa la definición del concepto de crítica. En ámbitos como la gastronomía o el arte en sus más diversas formas, la crítica es un asunto del día a día. ¿Quién no leyó una crítica sobre la calidad de la comida o la atención que recibió en un restaurante? O hay que preguntarle a un director, productor o actor que haya participado en alguna película u obra de teatro. Las críticas son durísimas, ácidas. Y muchas veces para el que es objeto de ellas, pueden parecer excesivas o injustas. Eso sí, ninguna exposición de pintura o restaurante dijo que una crítica pone en riesgo la libertad del trabajo ni la expresión artística.

Lo que sí usualmente sucede es que de las críticas se aprende. Y no hablo de la pelotudez esa de etiquetarlas como constructivas o no, vyresa umia. ¿Las formas, el tono, los modos, los tiempos son importantes? Sí, lo son. Definitivamente. Sobre todo, para aquellos que estamos en el ámbito de nuestra vieja amiga la política, eso sí, no se puede esperar que los que son objeto de la crítica la reciban de idéntica manera. Cada uno tiene la libertad (sí, la libertad) de tomarla y responderla como mejor considere a su buen saber y entender.

La crítica es de doble vía. Un día se puede ser el foco y al día siguiente ser el que la lanza. Es un ida y vuelta permanente. La crítica colabora, construye y fortalece procesos. La crítica es la mejor muestra de libertad y democracia. Siempre y cuando se haga con el respeto debido, se puede ser todo lo duro que se quiera y no por eso constituye una “agresión” ni mucho menos un ataque al otro. Después se verá o se juzgará si se mantuvo o no la corrección política tan reclamada por algunos, con una indubitable dosis de hipocresía y sesgo.

Ningún sector puede ni debe asignarse la exclusividad de ejercer la crítica. Y el que la hace debe ser consciente que se expone a una respuesta o réplica. Autoasignarse el monopolio de la crítica es un indicio claro de autoritarismo, de ausencia de autocrítica y encima de debilidad. Si el presidente de la República u otro funcionario decide responder a las críticas de los grupos empresariales propietarios de medios de comunicación y que apelan a los mismos para defender sus intereses corporativos o para tapar la comodidad con la que hacían negocios con el gobierno anterior, está muy lejos de ser suficiente argumento para siquiera proponer que la respuesta pone en riesgo o amenaza libertades. Ser funcionario no transforma a nadie en eunuco social, incapaz de emitir una opinión y estar solo para recibir latigazos. De hecho, es completamente a la inversa. El ejercicio del cuestionamiento es la mejor muestra de la buena salud y de la madurez por la que está pasando nuestro sistema democrático. Ningún sector debería de rehuir de ella. Ni siquiera la Iglesia de la Santa Inquisición de los Iluminados Periodistas.

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