DESDE MI MUNDO

  • POR CARLOS MARIANO NIN
  • Columnista

La vida de Matías no es diferente a la de muchos niños sobreviviendo a la sombra de los semáforos. Aunque Matías es un nombre ficticio, podríamos llamarle Juan, Pedro, Carlitos o como quieras.

Ayer estuvo en medio de una redada contra el microtráfico en Lambaré. Estaba allí, pero igual es invisible. Está en todas las esquinas, pero nadie lo ve. Solo abulta las estadísticas y es motivo de foros y conversatorios casi desde que nació.

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No tiene más de 15 años y la ropa rasgada y sucia. Aprendió en la calle que la ley del más fuerte ayuda a sobrellevar el día. No se indigna, no se enoja, no se preocupa.

Matías aprendió a ganarse la vida en un cambio de luces. No tiene expectativas. Tuvo que dejar la escuela para ganarse el pan, aunque a veces tiene hambre y aspira cola de zapatero para engañar al estómago. No es su culpa, no es tu culpa… no es culpa de nadie y, sin embargo, todos tenemos un poco de responsabilidad.

Es un problema que trae de familia. Una familia castigada por la pobreza y destrozada por los vicios y el abandono. Sin tener edad para ganar la calle tuvo que salir a luchar el día.

Sin familia y en estado de vulnerabilidad fue presa fácil de los códigos callejeros. Tampoco hubo una institución que lo rescate, y envuelto en la indiferencia no le quedó otra que sobrevivir.

Sin políticas públicas radicales y proyectos a largo, mediano y corto plazo, está destinado a ser un paria. No tendrá lugar en la sociedad. La vida en ocasiones es así de cruel.

Sé que me van a decir que Carlitos también tuvo una vida miserable y no por eso salió a robar, pero esa, en verdad, es otra historia. ¿La vida nos trata a todos por igual? Si así fuera, sería un mundo perfecto.

Hoy es cierto, te matan por un celular. Por ese celular barato lleno de sangre y angustia que vos mismo comprás en el mercado o la calle.

En los semáforos se multiplican los chicos que piden monedas, esos mismos chicos que las instituciones ignoran y dan clases de supervivencia en las calles. Sin educación y maltratados por todos ya sabemos qué pasará con ellos.

Las instituciones no los ven hasta que se agarran a trompadas con un automovilista o roban una moto para… robar. Sin educación, sus principios se reducen a lo que aprendieron en la calle de la misma gente con la cual conviven.

Son a esos chicos a los que apuntan impunemente las mafias de las drogas. Lo volvimos a ver ayer en Pantanal. Esas víctimas vulnerables que luego van a robar y matar por un celular y a los que vos a su vez vas a querer matar.

Matías camina entre los vehículos evitando insultos, dejando su infancia en cada vidrio y reduciendo su suerte a unas monedas. Ayer corrió como pudo y escapó de la redada que hubo en Pantanal, allá en Lambaré.

Hoy, cuando te detengas en el semáforo, abrí los ojos al problema. No te pido que hagas nada, solo que pienses en qué podés ayudar desde donde estés. Hoy podés ser parte de la solución, solo se necesita comenzar.

Dejá al descubierto al manto de la invisibilidad para que todos veamos y que en vez de vergüenza asumamos compromisos. Siempre es un buen día para comenzar. Pero esa… esa es otra historia.

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