- Por el Dr. Juan Carlos Zárate Lázaro
- MBA
- jzaratelazaro@gmail.com
Se dan en cualquier ámbito de nuestras vidas. Para poder llegar a buen término que nos permitan lograr el mejor punto de inflexión, entre las partes superando las divergencias se hace necesario ciertas habilidades para ponerlos en práctica durante el proceso de negociación.
No se limita solo al ámbito empresarial, siendo también extensivo a nuestro núcleo familiar, donde a menudo se dan coyunturas que precisan ser negociadas.
Ser un buen negociador no es tarea fácil, pues precisa de determinadas habilidades, que son las que contribuyen a que puedan darnos los resultados positivos que esperamos.
Una buena negociación se da a través de la conjunción de varios factores, que nos permiten poder actuar en forma coordinada, permitiéndonos mejores chances de éxito.
Es de relevante importancia poder entablar una buena comunicación con las demás personas que participan de la misma, que nos permitan poder expresar nuestras ideas con coherencia, además de propuestas claras, expresadas en términos sencillos pero que permitan contundencia y valor agregado.
El lenguaje no verbal dentro de un proceso de negociación también ocupa un sitio importante permitiendo que la emisión de nuestros mensajes puedan crear un ambiente de mayor confianza entre los integrantes.
Se hace necesario antes de encararlo que tengamos estructurado nuestras ideas, lo cual nos podrían permitir mejores perspectivas de obtener los resultados cuali/cuantitativos que estamos esperando.
La capacidad de persuasión que podamos transmitir a nuestros interlocutores también reviste importancia primaria, ya que coadyuvarán a poder convencer a la otra parte, a través de propuestas claras y fundamentadas.
No menos importante resulta nuestra capacidad de poder empatizar con los demás, constituyéndose en una de las principales habilidades de un buen negociador, permitiendo comprender el punto de vista de los demás, dándonos el basamento necesario para realizar propuestas que resulten conveniente a todas las partes participantes.
Ser empático no significa que estemos de acuerdo en todo con los otros y que cedamos ante sus demandas, sino que se traduce en tener la capacidad de comprender y respetar la posición de los demás, a pesar de que podamos pensar diferente.
Dentro de cualquier proceso de negociación suelen darse diferencias de intereses y perspectivas, por lo que se torna necesario poner en práctica nuestras habilidades y experiencia para superar los conflictos que pudieran presentarse.
Se dan diversos estilos de gestión de conflictos, pero a través de la búsqueda de un punto intermedio para ambas partes muchas veces resulta mejor ceder permitiéndonos llegar a compromisos que si bien podrían no ser del todo satisfactorios, constituyen en contrapartida una mejor alternativa de solución a los impases que pudieran presentarse y que nunca están ausentes.
Una de las características del buen negociador es contar con el pragmatismo necesario para adaptarse a determinadas situaciones que permitan desarrollar planes de contingencias en función a diversos escenarios.
Ser flexible se convierte en una virtud del ser humano, puesto que nos permiten poder ajustarnos a las condiciones que se nos presentan y a través de ellas poder encontrar mejor las soluciones que sean más convenientes para ambas partes negociadoras.
No menos importante es que podamos manejar adecuadamente nuestra inteligencia emocional, dado que dentro de un proceso de negociación la ira o el temor podrán ser contrarrestadas a través de la calma en situaciones estresantes, evitando crear un clima hostil y poco receptivo a las propuestas, recomendaciones o sugerencias que podamos dar.
Se trata de un proceso de aprendizaje preventivo y educativo, que invita al reconocimiento de los sentimientos propios y ajenos, que genera la necesidad de aprender nuevas formas de comunicación, y de autorregular las emociones.