Pese a que su país estaba envuelto en la Segunda Guerra Mundial, Misaki pensaba que el conflicto acabaría pronto y por eso conservaba sus ilusiones así como muchas de sus amigas adolescentes japonesas. Pero un día fue reclutada a la fuerza y convertida en “mujer consuelo” para satisfacer a los soldados del ejército imperial. Según historiadores, unas 200.000 a 400.000 jovencitas de Corea, China y Filipinas corrieron la misma tragedia.
Durante muchos años Misaki, cuyo nombre significa “bonita flor”, maldijo su juventud y belleza. Logró sobrevivir a miles de violaciones y vejaciones de las que fue objeto y hasta el día de su muerte se preguntó por qué sus propias autoridades no la habían defendido. La “bonita flor” vivió marchita durante muchos años esperando un pedido de perdón que nunca llegó. Llena de vergüenza, cada día volvía a escuchar en su mente las risotadas de los soldados ebrios que se turnaban para usarla. Los gobernantes se excusaron afirmando “que eran cosas de la guerra”.
Félix vive del otro lado del mundo y no conoció la guerra, pero como Misaki también se pregunta por qué sus propias autoridades fueron cómplices de que él sufriera las injusticias de un sistema laboral tejido para brindar impunidad a los empresarios.
En las páginas del diario leyó que la mismísima ministra del Trabajo –quien debía defender con imparcialidad las leyes– favoreció a una empresa que había sido multada con casi 1.500 millones por incumplimiento de normas laborales y que, tras un acuerdo extrajudicial, la firma infractora solo abonó 100 millones.
Este hecho lo indigna. Hace que se remonte a muchos años atrás, cuando trabajaba para un canal par de TV. Era joven aún y como Misaki tenía sus ilusiones. Se esforzaba por cumplir sus labores para tener una oportunidad de ascender. Pero tras algunos años, el encargado de recursos humanos les informó que la situación no era la mejor. Mes tras mes, debían aceptar que les descontaran su aporte social, pero la empresa no pagaba y carecían de seguro médico.
Cuando uno de los colaboradores se quejaba, era despedido sin recibir ninguna liquidación. Solo dejaban de pagarle y lo echaban a la calle. Pero Félix tenía familia que dependía de su ingreso, en tanto que el encargado de los salarios repetía que pronto iba a mejorar la situación y que mientras “debían mojar la camiseta”.
Cierto día, uno de sus compañeros comentó que la deuda por la falta de aportes había alcanzado los 2.500 millones, pero que iban a “solucionar” pagando una coima de 500 millones. Así tendrían sus aportes al día, lo que les otorgaría de nuevo el seguro médico y su merecida jubilación. Sus compañeros se alegraron cuando les informaron que habían pagado la coima. Pero no recibieron ningún seguro ni constancia de aportes. A los pocos meses Félix fue despedido por reclamar las condiciones. Demandó a la empresa y durante muchos años esperó lo que le correspondía y finalmente –agobiado por su situación económica– tuvo que aceptar unas migajas en interminables cuotas.
Ese fue su segundo lugar laboral. En el primero también le habían descontados la mitad de sus aportes y los patrones nunca pagaron.
Llegó a su tercer empleo sin ilusiones y cuando le preguntaron si quería cobrar en negro aceptó por necesidad y porque no tendría opciones de jubilarse, pese a haber trabajado y aportado desde joven.
Con el tiempo, la firma fue vendida y el nuevo propietario exigió que todos los empleados figurasen en la nómina legal. Félix aceptó y comenzaron a descontarle sus aportes, pero no tenía esperanza de jubilarse. Durante muchos años le habían robado sin que nadie lo defendiera. Los sindicalistas eran cómplices y vivían encubriendo a los directores.
Tras años de trabajar en ese sitio, enfermó gravemente y hubiera muerto si no le hubieran obligado a volver a tener el seguro médico. Eso le salvó la vida, aunque la jubilación la tenía perdida y era consciente de que moriría trabajando hasta reventar.
Félix, cuyo nombre paradójicamente significa “el que es dichoso y afortunado”, espera la muerte sin dicha y en la miseria. No es el único, miles de sus compatriotas también aguardan la muerte sin jubilación pese a haber aportado y sido robados durante años. El Ministerio del Trabajo tampoco protegió ni sus derechos ni los de su familia.
Misaki murió esperando un pedido de perdón que nunca llegó; Félix ya no tiene fuerza para seguir. Y mientras, las autoridades debaten sobre la estabilidad laboral, ni mencionan sobre el fraude que durante décadas cometieron los empresarios y que truncaron la vida de miles de Félix. Es hora de que las autoridades reivindiquen el derecho de la jubilación de los trabajadores estafados y que no los dejen morir como a Misaki sin haberle dado al menos el pedido de perdón que esperó toda su vida.