Una de las porciones más maravillosas de toda la Biblia está ubicada en el libro de 1 Corintios 13.1-13 y está dedicada al amor. Fue escrita por el apóstol Pablo inspirado por el Espíritu Santo. En el contexto de este párrafo, titulado en la Versión Reina Valera 1960 como la “Preeminencia del amor”, el apóstol habla de los dones que Dios puso en el ser humano para edificación de los creyentes y la ayuda mutua, entre los cuales están el don de ayuda, el don de sanidad, de ciencia, de profecía, el don de enseñar, el don de hacer milagros, el de liderar, etc. Resalta la importancia de cada uno de esos dones, pero al final destaca el don más importante de todos y que sobrepasa por lejos a todas las demás: el don del amor.

Dice que Dios da dones según su voluntad a quien Él quiera dar y, por eso, algunos tienen un don, pero no todos tienen el mismo don, y así funcionan todos como un cuerpo humano, donde muchos miembros trabajan coordinadamente para beneficio de todos. Pero ese don tan grande y sublime sí podrían, y deberían, tenerlo todos. Arranca diciendo en el verso uno que, si alguien logra todo en la vida, todo tipo de éxito, relevancia, ciencia y conocimiento, pero no tiene amor, no es nadie. Dice que una persona podría hacer todo tipo de caridad, al punto de donar todos sus bienes e inmolarse por otros, pero que, si no tiene amor, no le sirve de nada. Dice que podría ser la persona con más fe del mundo y la más espiritual, pero sin amor no tendría nada.

Luego, en el verso cuatro, empieza a definir el amor. No empieza con algo así como: “el amor es romántico” o “el amor es placentero” o “el amor es felicidad”. Todo lo contrario. Dice: “El amor es sufrido”, y es verdad, quien ama está aceptando también el sufrimiento; el sufrimiento solo aflora cuando uno ama de verdad y su entrega es sincera y total. Dice también que “el amor es benigno”, “no tiene envidia” (no compite con la persona amada). En el verso cinco continua: “no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza en la injusticia, mas se goza en la verdad”.

Si tan solo nos entregásemos a un amor tan sincero como este, creo que casi la totalidad de todos los problemas que tenemos como parejas, familia, amistad o en cualquier relacionamiento humano desaparecería. Pablo dice, en otras palabras, que el amor es “renuncia en bien del otro”. El verso siete dice que el amor “todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta”. Sufrir, creer, esperar y soportar para ver lo mejor de la persona amada, para ser formado en un carácter maduro y responsable, leal y sincero.

El camino hacia un amor sólido y maduro está empedrado de pruebas y desafíos que, de sortearlos correctamente, nos llevarán a experimentar un amor mucho más sublime, profundo, sincero, y sólido que el “enamoramiento” o esa primera etapa tan intensa, emocional y “química” que tanto busca el mundo.

Ese no es el verdadero amor, ese es apenas el detonante que ve todo lo mejor del otro pero no de manera objetiva sino de manera apasionada e irracional. Hasta que baja ese “cocktail” cerebral formado, según la ciencia, por dopamina, adrenalina y norepinefrina, empezamos a ver esa realidad, y es ahí donde entra la madurez, el amor sincero que ama no solo lo bueno del otro sino que está dispuesto a aceptar también lo malo y sufrir por servir y seguir perseverando en la construcción del verdadero amor.

Termina este “himno a la entrega” diciendo que ahora, en esta vida tan incierta y cambiante, donde estamos de viaje hacia la eternidad, “permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor” (13). Según Dios, que es amor (1 Juan 4.8), nada está por encima del amor.

El camino hacia un amor sólido y maduro está empedrado de pruebas y desafíos que, de sortearlos correctamente, nos llevarán a experimentar un amor mucho más sublime, profundo, sincero, y sólido que el “enamoramiento” o esa primera etapa tan intensa, emocional y “química” que tanto busca el mundo.

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