• Por Víctor Pavón (*)

No es posible una economía vigorosa que eleve el nivel del empleo, los ingresos y los salarios reales sin seguridad jurídica, garantías a la propiedad privada y los contratos. El modo en que se ha venido procediendo en estos años no es suficiente. Paraguay es como un vehículo que va en caja tercera y debe ir en cuarta, quinta y más.

Al respecto, el grado de inversión conseguido hace hace poco es una oportunidad y no la debemos desaprovechar. Estamos haciendo cambios y lo hicimos con estabilidad monetaria y sostenibilidad fiscal, pero hay que ir más a fondo.

Si hay una lección de la que no podemos sustraernos ni dejar que los estatistas de antaño y del presente sigan con sus viejas prácticas, esa lección consiste en que el papel del Estado mediante su gobierno no debe entorpecer ni molestar la iniciativa de las personas que en carácter de emprendedores. Los individuos, familias y empresas buscando sus propios beneficios hacen mejor por ellos mismos y sus prójimos que lo que hacen las políticas sociales gubernamentales.

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De manera que en ningún modo por ejemplo debemos elevar la presión tributaria como algunos sugieren. Esto nos llevaría a un círculo peligroso por el cual se dejará intacto el despilfarro del dinero y la corrupción, desincentivando la creación del ahorro privado, por cierto, el único capaz de crear inversiones de capital para elevar los salarios reales.

Algunos sesudos analistas vienen diciendo que cuanto más dinero el político y el burócrata cuente a su disposición, la vida de la gente mejorará y ¡esto no es cierto! La menor manera de descapitalizar a una sociedad es impidiendo el libre mercado para dar lugar a la concentración del poder.

Nada puede ser más perjudicial para la prosperidad de un país que sus dirigentes tengan el propósito de elevar la participación del Estado mediante más impuestos, más gasto público, más deudas, inflación y más burocracia, disponiendo de más dinero para que el sector gubernamental se encargue de dirigir la economía.

Esta es una noción populista que termina por destruir cualquier intento de crecimiento económico, siendo además profundamente inmoral sacar a alguien parte de su trabajo en dinero para dárselo a los demás. Excepto para aquellos sectores realmente vulnerables, la política social hace que una persona termine rindiéndose ante la seducción del subsidio fácil y se vuelve un irresponsable; un camino peligroso que la historia testimonia en más populismo, miseria y desempleo, menos ahorro e irresponsabilidad por los propios actos.

Nada puede ser más dañino que más Estado en la economía porque solo la libertad económica hace que las personas buscando sus propios beneficios también hagan lo mejor para sus prójimos, tal como dijo Adam Smith el filósofo moral que se convirtió en el padre de la economía moderna.

(*) Presidente del Centro de Estudios Sociales (CES). Miembro del Foro de Madrid. Autor de los libros “Gobierno, justicia y libre mercado”: “Cartas sobre el liberalismo”; “La acreditación universitaria en Paraguay, sus defectos y virtudes” y otros como el recientemente publicado “Ensayos sobre la Libertad y la República”.

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