El presidente Santi Peña ha tenido como caballito de batalla en su campaña política la promesa de la creación de 500.000 puestos de trabajo en el sector privado. Lo cual implica, lógicamente, una atracción de capitales, tanto locales como extranjeros, para la instalación de empresas que demanden el exceso de mano de obra desocupada que es el ancla del desarrollo económico y social.

Sabemos que el Paraguay tiene un puñado de elementos que resultan atractivos para capitales extranjeros, que no avizoran mayor estabilidad política en la zona, especialmente en la Argentina, donde uno no sabe si el rarísimo personaje que tienen en el sillón de Rivadavia mañana se le va a ocurrir vender la Casa Rosada, con la Plaza de Mayo incluida, o directamente encender un fósforo, y al compás de la una lira incendiar Buenos Aires, tipo Perón. De hecho ya empezó a poner en venta un par de represas hidroeléctricas, y le importa un corno que en pleno proceso de La libertad Avanza, la Policía Antimotines salga a disuadir a una manifestación de jubilados frente al Congreso de la Nación.

Pero volvamos a casa.

Santi Peña anduvo todo este primer año de gestión dando vueltas por el mundo, haciendo gala especialmente de su buena educación. En todo sentido, no solo de sus buenos modales, sino y especialmente de su formación profesional como economista y hombre de Estado.

Y ha acompañado a su presentación personal todo ese puñado de elementos del que siempre hablamos, y no nos decidimos a aprovechar, como la abundancia de energía limpia, ríos, posición estratégica, mano de obra disponible, clima, etc.

El punto de la mano de obra disponible siempre se ha “adornado” con su condición de “barata”. Barata, porque en su mayoría no es calificada. Y a medida que la modernidad galopa por el mundo, su competitividad es cada vez menor.

En fin. Supongamos que al no haber trabajo la gente pobre no tiene posibilidad de capacitarse y viceversa. Y que el interés de los capitalistas podrá quebrantar ese círculo vicioso.

La sorpresa que el presidente ha lanzado esta semana es su intención de una reforma de las leyes laborales, empezando por la estabilidad que el trabajador adquiere al sumar 10 años de trabajo en la misma empresa, y por la cual no puede ser despedido sin motivo justificado.

Conocemos un triste historial de grandes empresarios que acostumbran despedir a sus empleados cuando están por cumplir 9 meses y medio. Les dicen que pasen a retirar su sobre por Tesorería y se encuentran con su liquidación. Así nomás, sin explicación ni un “que te vaya bien”.

Por lo general, ese trabajador no tiene otro entrenamiento además de esos años de labor y tiene ya una edad en la que no es muy fácil conseguir un nuevo empleo. Termina haciéndose microempresario (con suerte) para sobrevivir, y se queda sin seguro médico ni jubilación.

Al empresario le importa un corno. Él lo que no quiere es que adquiera estabilidad.

Eso es cierto y lo sabemos. Pero también es cierto que la estabilidad es una conquista ganada por la clase trabajadora. Y que si el presidente piensa que los capitales extranjeros van a sentirse más atraídos por esa ventaja, solo va a conseguir atraer capitalistas más HDP de los que ya abundan.

En fin, sería como sacarle a las trabajadoras los permisos por maternidad. Y mejor no sigo dando ideas macabras.

Pero va a haber problemas con los sindicatos y la oposición va a aprovechar para meter la cuchara y armar movilizaciones, huelgas, paros, y todas las medidas de fuerza que afectan a la productividad y a la tranquilidad social. Pueden estar seguros de que ya se deben estar preparando.

Y a mí, que ni soy economista ni hablo con los capitalistas extranjeros, me parece que va a ser mayor el costo que el beneficio

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