• Por Aníbal Saucedo Rodas
  • Periodista, docente y político

Todavía con el calor de los Juegos Olímpicos de París 2024, que habían finalizado el 11 de agosto, el presidente de la República, Santiago Peña, el día 23 del mismo mes, recurrió a la metáfora del testigo para señalar que va a trabajar con toda su fuerza para que un pilarense tome la posta en el Palacio de López, refiriéndose al vicepresidente Pedro Alliana, quien es oriundo de la capital del departamento de Ñeembucú. Quienes alguna vez hemos practicado atletismo (100 metros llanos) sabemos que testigo es el objeto que los corredores de un mismo equipo se pasan entre sí, en el lugar indicado, en las pruebas de relevo (4 x 100 y 4 x 400), y añade la Real Academia: “…para dar fe de que la sustitución ha sido correctamente ejecutada”. Las eufóricas declaraciones del mandatario provocaron temblores de indignación en algunos sectores de la oposición incoherente y de cierto periodismo hipócrita que criticaron ácidamente el anuncio “por prematuro”, mientras, paralelamente, ya están promoviendo candidaturas y alianzas de cara a las próximas elecciones generales con el único objetivo de derrotar al Partido Nacional Republicano.

Algunos, entre ellos el diputado marioabdista Mauricio Espínola, calificaron de “irresponsable” y otros, como la diputada del Partido País Solidario, Johanna Ortega, de “grave” el deseo político divulgado con dos años y medio de anticipación por el jefe de Estado. Ajustemos los tiempos: para los comicios presidenciales falta un poco menos de cuatro años, no así para las disputas partidarias que empezarán a finales de 2026. Y con mayor intensidad en 2027. Sin olvidar las municipales que ya están a un paso en sus dos facetas: internas y generales, ambas en 2026, que servirán de indirecta plataforma para los aspirantes al sillón de López. De hecho, vivimos una época de electoralismos interminables, en su única acepción: “Actitud y conducta motivada por razones puramente electorales”.

Para Espínola, a partir de ahora, Alliana se vería obligado a realizar un proselitismo prematuro, olvidándose que, dentro de su movimiento, el domingo 23 de mayo de 2021, el entonces vicepresidente Hugo Velázquez, durante un programa de televisión, adelantaba que será candidato presidencial para el 2023, proyecto que consideró “innegociable” porque “no dependo absolutamente de nadie”. El 13 de agosto del mismo año (2021), el propio Mario Abdo Benítez aseguraba que “muchas obras de nuestro gobierno serán inauguradas por el vicepresidente”. No se precisa explicación alguna. Con el tiempo, sin embargo, honrando su zigzagueante estilo, cambió de opinión (hasta coqueteó con Luis Pettengill), pero tuvo que tragar bilis ante la realidad del hecho consumado (ya lo escribimos en varias oportunidades). Para la diputada Johanna Ortega es “grave y raro” y un disparo del presidente a su propio pie, puesto que ahora los dirigentes internos del coloradismo buscarían hablar directamente con el vicepresidente, debilitando el liderazgo y, por ende, la gestión del Poder Ejecutivo. Una opinión relativa, dado que el poseedor de la lapicera seguirá siendo Peña. Y que Alliana continuará manteniendo un protagonismo bien específico y limitado.

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El presidente de la Cámara de Senadores, Basilio Núñez, en parte tiene razón cuando asevera que “si vamos a mirar la historia (es) natural que Pedro Alliana sea el candidato”. Atendiendo a la relación armónica que en estos momentos existe entre el titular de la Junta de Gobierno, Horacio Cartes, el presidente de la República, Santiago Peña, y el eventual representante de Honor Colorado para el 2028, es natural que así sea. Pero no es así como cuenta la historia. Juan Carlos Wasmosy no eligió al doctor Ángel Roberto Seifart, sino al ingeniero Carlos Facetti; Luis María Argaña, vicepresidente de Raúl Cubas Grau, fue asesinado ante la inminencia de un juicio político que lo llevaría al Palacio de López; juicio político que, finalmente, prosperó y convirtió en presidente al senador Luis Ángel González Macchi. Se convocó a elecciones para la vicepresidencia y ganó Julio César “Yoyito” Franco, del Partido Liberal Radical Auténtico. Nicanor Duarte Frutos dejó de lado a su compañero de fórmula, Luis Alberto Castiglioni, y apostó por Blanca Ovelar; Horacio Cartes no vio potencial en su vicepresidente Juan Afara, así que optó por Santiago Peña; Mario Abdo Benítez aceptó a regañadientes la figura de Hugo Velázquez (por aquello del “hecho consumado”), quien, sin embargo, se vio obligado a renunciar por las declaraciones del Departamento de Estado de los Estados Unidos y lo reemplazó el que siempre fue el preferido de Marito: Arnoldo Wiens.

Mirando los antecedentes reseñados, será la primera vez, superando repetidas crispaciones del pasado, que un presidente de la República se encargará de promocionar y apoyar a su vicepresidente para entregarle el testigo de relevo en 2028. Lo que vendría a constituir un hecho inédito en nuestra corta vida democrática. Buen provecho.

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