• Por Aníbal Saucedo Rodas
  • Periodista, docente y político

No existe prótesis para los espíritus amputados por la traición. Con esta paráfrasis del discurso del teniente coronel Frank Slade (Al Pacino) en el apoteósico cuadro final de “Perfume de mujer” iniciaba mi alegato en contra de aquellos que habían contribuido, desde adentro, a la derrota de la Asociación Nacional Republicana aquel 20 de abril de 2008. El principal de todos ellos fue el precandidato presidencial Luis Alberto Castiglioni, quien argumentó fraude en las elecciones del 16 de diciembre de 2007. Erosionó las bases de su propia asociación política con un discurso de constante descalificación hacia Blanca Ovelar, proclamada ganadora por el Tribunal Electoral Partidario para enfrentar a Fernando Lugo, de la Alianza Patriótica para el Cambio. El que también fuera vicepresidente de la República desplegó una campaña de abierta hostilidad hacia sus adversarios internos.

El entonces mandatario, Nicanor Duarte Frutos, tampoco colaboró para tranquilizar los ánimos turbulentos, pues, como encarnación de la soberbia, empezó a denigrar, ridiculizar y menospreciar a su antiguo compañero de fórmula, llevando la crisis a extremos irreconciliables. Creyéndose propietario de un poder prestado por cinco años asumió el papel de un dios y destronó al verdadero para sentarse en su lugar. La caída fue tremenda, ruidosa y sin escalas. En su delirio de irredento mitómano empezó a llamar a sus aliados políticos para preguntarles si querían continuar en sus cargos, porque “Lugo es mi amigo”.

Castiglioni nunca pudo recuperarse políticamente de aquel gesto de traición al Partido Colorado. Convencido de que sobre la catástrofe electoral iba a construir un nuevo liderazgo, el día de la votación, seguro ya de la derrota de Blanca Ovelar (las bocas de urna marcaban una tendencia irreversible), eufórico declara a los medios de comunicación tras su acto del sufragio: “A partir de hoy, a la medianoche, Vanguardia Colorada vuelve a tomar su lugar y se convierte en el auténtico Partido Colorado”. Era obvio que daba por descontado el triunfo de Fernando Lugo, porque una eventual victoria de la ANR opacaría todas sus pretensiones futuras.

En materia de traiciones a su propio partido, Mario Abdo Benítez no se queda atrás ni por un milímetro. Con Duarte Frutos, director de la Entidad Binacional Yacyretá (EBY), y Mauricio Espínola, pasillero del Palacio de López, articularon un discurso “con un lenguaje cargado de iracundia que quiere ser fulminante. De aniquilación total”, escribía en este mismo espacio el viernes 21 de enero de 2022. Una semana después, el 28, advertía que, con estas palabras inflamadas de agresión despiadada y sistemático descrédito del oponente, en caso de triunfar Santiago Peña en las internas del 18 de diciembre, la oposición ya iba a tener el discurso servido en bandeja. Como la cabeza de Juan el Bautista que Herodes Antipas obsequió como ofrenda a Salomé. E igual que Castiglioni, el hijo del exsecretario privado del dictador Alfredo Stroessner, el 29 de abril de 2023, vísperas de las elecciones generales, entrevistado por el medio internacional France24, respondió que “el Partido Colorado está viviendo un momento trágico” y que “su reconstrucción será una tarea compleja”, pero que “nosotros vamos a marcar una diferencia con la actual conducción (de la Junta de Gobierno) y proponer un coloradismo donde el centro de nuestra fuerza y de nuestra corriente de pensamiento sea justamente recuperar la credibilidad”(sic). Solo faltó decir que no voten a los candidatos del partido. Inmediatamente después le preguntan: “¿Quién ganará las próximas elecciones?”, y su respuesta fue: “La democracia paraguaya”. Ni una insinuación siquiera de que “me gustaría que gane el Partido Colorado, pero el que decide es el pueblo” o algo por el estilo. Sobre Paraguayo Cubas confesó que será una gran “sorpresa” porque su candidatura es “sana”.

Pero vayamos más atrás. El 10 de febrero de 2023, durante un acto de gobierno, desplegó todo su resentimiento e inocultable afán de que Santiago Peña no se convierta en su sucesor. Repitió una conocida frese de Blas N. Riquelme: “Ndaiporái la jaguerekóva, pero ivaive la ndajaguerekóiro” (no es bueno nuestro candidato, pero es peor no tener uno”. Seguidamente pidió a los asistentes a “cerrar los ojos” y “votar por la lista 1″. Con correligionarios así, uno no precisa de la oposición. No es necesario ser un genio para evaluar el contexto en el cual Abdo Benítez realizaba estos exabruptos. Basta con estudiar detenidamente el hilo de sus discursos. El 7 de marzo declaró que “la alternancia política no tiene por qué asustar a nuestro país”. Y tiene razón. Es lo más común en una democracia. Solo que sabemos las razones que motivaron sus afirmaciones. Y, repito, para ello no hace falta ser adivino. Es suficiente con rastrear su pasado traducido verbalmente en odios, amarguras, resquemores y estronismo. Ahora ambiciona presentarse como el “salvador” del coloradismo. Ya debería aprender, como ocurrió con Castiglioni, que de la traición no se vuelve. Buen provecho.

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