En mi carrera he tenido el privilegio de observar de cerca las transformaciones que ocurren en comunidades indígenas, donde la historia, la cultura y la modernidad se entrelazan de maneras profundas y a menudo inesperadas. Esta semana, mientras la comunidad aché de Chupa Pou celebra su 45.º aniversario, me siento inspirado por la resiliencia y la capacidad de adaptación que han demostrado, y que en muchos sentidos desafían los pronósticos más pesimistas de hace décadas.

Chupa Pou, fundada en 1979 en la cuenca del río Jejuí Guasu, es un testimonio viviente de la supervivencia contra viento y marea. Los aché, como tantas otras comunidades indígenas en América Latina, han enfrentado horrores inimaginables, desde el genocidio hasta el despojo sistemático de sus tierras. Recuerdo haber leído los informes sobre cómo, en la década de 1970, la población aché fue reducida a solo 360 personas, un número que, para muchos, presagiaba la extinción cultural de una comunidad rica y vibrante. Sin embargo, la historia que se cuenta hoy es muy diferente.

La comunidad aché no solo ha sobrevivido, sino que ha prosperado. Su población se ha duplicado y, lo que es aún más importante, ha abrazado la modernidad sin renunciar a su identidad. Encuentro particularmente significativo que la comunidad haya decidido dar un paso audaz hacia la innovación educativa mediante la creación de una universidad tecnológica en la región.

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En una reciente visita a Chupa Pou fui testigo de uno de los avances más emocionantes en la comunidad: la llegada de tablets donadas por Puentia, con la colaboración del Mitic. La escena era conmovedora. Niños, adolescentes y adultos se reunieron en el Colegio Técnico Agropecuario Aché Kreyby y la Escuela 5788 Kreybu para aprender a usar estas herramientas tecnológicas. Marciano Chevugui, un líder juvenil de la comunidad, se dirigió al grupo con palabras que resonaron profundamente en mi corazón: “Sin tecnología, no podemos avanzar”.

Los líderes comunitarios han anunciado ambiciosos planes para establecer una universidad tecnológica sostenible en la región. Los jóvenes aché ya no tendrán que abandonar sus tierras para obtener una educación de calidad. En cambio, esta universidad promete ser un punto de encuentro donde la tecnología y las tradiciones indígenas puedan coexistir y fortalecerse mutuamente. La posibilidad de ofrecer becas a estudiantes indígenas y abrir las puertas a estudiantes no indígenas mediante el pago de cuotas es un modelo que, además de ser inclusivo, refleja una visión madura y estratégica del desarrollo.

Estas tablets no son solo dispositivos; son ventanas al mundo, medios a través de los cuales los jóvenes aché pueden acceder a una educación global sin perder de vista sus raíces. La investigación de su historia, la comunicación con sus ancestros y el aprendizaje sobre el mundo más allá de sus tierras son ahora posibles de maneras que antes solo se podían soñar.

Este movimiento hacia la tecnología, sin embargo, no es un simple abandono de lo tradicional en favor de lo moderno. Es un ejemplo de cómo la cultura aché puede evolucionar y adaptarse, integrando nuevas herramientas mientras preserva su esencia. Eduardo Álvarez, director de Puentia, explicó que la entrega de estas tablets es parte de un compromiso más amplio con la inclusión y la transformación en comunidades indígenas. Su trabajo, al igual que el de muchos otros que han apoyado a Chupa Pou, es un recordatorio de lo que se puede lograr cuando se trabaja en alianza con las comunidades, respetando sus necesidades y aspiraciones.

A medida que celebro junto con la comunidad este 45.º aniversario, me encuentro reflexionando sobre lo que significa el verdadero desarrollo. No se trata solo de infraestructuras o de estadísticas económicas. El desarrollo real es el que permite a las personas vivir de manera plena y significativa, enraizadas en su cultura y al mismo tiempo abiertas al mundo. Los aché de Chupa Pou nos enseñan que la verdadera innovación no es una amenaza a la tradición, sino un medio para hacerla más fuerte, más relevante, y más capaz de sostenerse en el tiempo.

Chupa Pou es hoy un faro de esperanza, no solo para otras comunidades indígenas en Paraguay, sino para todos aquellos que creemos en el poder de la resiliencia humana. Mientras miro hacia el futuro con ellos, veo una comunidad que sigue avanzando, con paso firme y decidido, hacia un mañana lleno de promesas.

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