• Por Ricardo Rivas - Periodista
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  • Fotos: AFP/Gentileza

¿Qué pasa en la región? ¿Acaso alguna profecía macabra la atraviesa? Derechas e izquierdas parecen solo turnarse para sojuzgar a nuestros pueblos.

Poco más de una decena de años atrás, los treinta y tres jefes y jefas de Estado y de Gobierno de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) firmaron en La Habana, Cuba, para proclamar a esta –nuestra– región “como zona de paz”. Desde entonces, nuestros países están obligados en forma “permanente (…) con la resolución pacífica de controversias con el objetivo de desterrar el uso o la amenaza de la fuerza”.

Los firmantes –algunos de ellos aún se mantienen en el poder en sus países– se comprometieron, además, a “la promoción en la región de una cultura de paz basada, entre otros, en los principios de la Declaración sobre Cultura de Paz de las Naciones Unidas. Loable por cierto y, mucho más, deseable a la vez como un gran avance y esperanza.

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El 6 de octubre de 1999 –cuando el siglo XX, el de las guerras, expiraba– la Asamblea General de las Naciones Unidas lanzó la “Declaración y programa de acción sobre una cultura de paz”. En aquel contexto, la ONU señala, reconoce y expresa que “la paz no solo es la ausencia de conflictos, sino que también requiere de un proceso positivo, dinámico y participativo en que se promueva el diálogo y se solucionen los conflictos en un espíritu de entendimiento y cooperación mutuos”.

El primero de los artículos de aquella declaración conceptualiza que “una cultura de paz es un conjunto de valores, actitudes, tradiciones, comportamientos y estilos de vida basados en: el respeto a la vida, el fin de la violencia y la promoción y la práctica de la no violencia por medio de la educación, el diálogo y la cooperación; (…) El respeto pleno y la promoción de todos los derechos humanos y las libertades fundamentales (…) El respeto y el fomento de la igualdad de derechos y oportunidades de mujeres y hombres; (…) El respeto y el fomento del derecho de todas las personas a la libertad de expresión, opinión e información; (…) La adhesión a los principios de libertad, justicia, democracia, tolerancia, solidaridad, cooperación, pluralismo, diversidad cultural, diálogo y entendimiento a todos los niveles de la sociedad y entre las naciones”.

SOLUCIÓN PACÍFICA

Con sabiduría, va más allá y exhorta a “la promoción de la democracia, el desarrollo de los derechos humanos y las libertades fundamentales, (a ofrecer) la posibilidad de que todas las personas a todos los niveles desarrollen aptitudes para el diálogo, la negociación, la formación de consenso y la solución pacífica de controversias; (al) fortalecimiento de las instituciones democráticas y la garantía de la participación plena en el proceso del desarrollo, (a) la erradicación de la pobreza y el analfabetismo y la reducción de las desigualdades entre las naciones y dentro de ellas, (al) aumento de la transparencia y la rendición de cuentas en la gestión de los asuntos públicos, (a) la eliminación de todas las formas de racismo, discriminación racial, xenofobia e intolerancia conexas, (a) la promoción de la comprensión, la tolerancia y la solidaridad entre todas las civilizaciones, los pueblos y las culturas, incluso hacia las minorías étnicas, religiosas y lingüísticas”.

Todo está allí en la declaración de la ONU y en la proclama de La Habana. ¿Qué es lo que no se entiende? ¿Qué pasa desde entonces? Violencia y desigualdad. Cuatro años atrás, el PNUD (Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo) consignó en su reporte anual que Latinoamérica es la región del mundo que registra mayor desigualdad de ingresos. El 40 % más pobre recibe la menor parte (13 %) de los ingresos. El 10 % más rico absorbe el 37 %. “Con pobreza no es posible la paz”, afirma la guatemalteca Rigoberta Menchú, Premio Nobel de la Paz 1992.

Desigualdad y violencia. Venezuela se ahoga en llanto. Caracas es un remedo de aquel “Santiago ensangrentada...” al que cantó Pablo Milanés para construir con el llanto de miles las estrofas de un himno a la libertad deseada y a una “hermosa plaza liberada” que hoy es maracucha. Devastación. Pobreza. Exterminio. Represiones. Encarcelamientos. Torturas. Memoria viva de un presente de barbarie.

Nicolás Maduro Moro (61) –firmante de la proclama habanera– solo sabe de fuerza y de más fuerza. De violencia y más violencia. Ahora asegura que triunfó en unas elecciones en las que trampeó a un pueblo ilusionado al que volvió a engañar. ¡Que (sus opositores) no pudieron!, dice.

PROGRESO Y SOLIDARIDAD

Conocí esa bella geografía cuando comenzaban los años 80 en el siglo pasado. Llegar al aeropuerto internacional Simón Bolívar, en la zona de Maiquetía, era como atravesar la puerta de acceso al progreso y a la solidaridad que recibía no solo a quienes arribaban en procura de negocios o turismo, sino –y especialmente– a quienes en procura de salvar sus vidas en el seno de ese pueblo acogedor se exiliaban para escapar de ultramontanos dictadores genocidas ultraderechistas que secuestraban, torturaban, desaparecían u obligaban al silencio. Cuando una buena parte de Latinoamérica era un lodazal ensangrentado, el venezolano era un pueblo acogedor, muy chévere en el que no había mucho espacio para el arrecho.

Nicaragua también hoy se ahoga en el llanto de su gente. Daniel Ortega y Rosario Murillo –pareja dictatorial– ahogan esa tierra tan bendita como sufrida. Aplastan a su pueblo. Amedrentan. Secuestran. Asesinan. Torturan. Encarcelan. Deportan. Destierran. Practicantes de la satrapía nada ni nadie los detiene. Hasta a viejos conmilitones y veteranos excombatientes irregulares les cancelan para siempre los derechos ciudadanos y hasta la nacionalidad si se les oponen. Los condenan a la apatridia. Violencia y pobreza.

“El país es la memoria, los sentimientos, la infancia, mi pueblo natal, los volcanes y eso no me lo pueden quitar”, sostiene Sergio Ramírez –apátrida por decisión de Ortega y Murillo, exiliado resiliente en Madrid - exvicepresidente (1985-1990), escritor, periodista, ganador entre otros galardones relevantes del Premio Cervantes en 2017. “Quitarle el país a alguien es una cosa completamente absurda. Te pueden hasta despellejar, pero tu país no te lo quitan ni aunque te dejen en carne viva. Está bajo la piel, en los huesos, en la sangre. Creo que ni siquiera si te quitan la vida te quitan el país. Los papeles no tienen ninguna importancia. Sigo siendo nicaragüense nacido el 5 de agosto de 1942 en Masatepe, departamento de Masaya, en una familia de músicos pobres”.

Quitarle el país a alguien es una cosa completamente absurda. Sigo siendo nicaragüense. Te pueden despellejar, pero tu país no te lo quita nadie”, sostiene Sergio Ramírez, exvicepresidente (1985-1990), exiliado y condenado a la apatridia

PROFECÍA MACABRA

Nicolás Maduro Moro y Daniel Ortega también proclamaron Latinoamérica y el Caribe como “zona de paz” y sustentaron aquella proclama en la “cultura de paz” de Naciones Unidas. ¿Qué pasa en la región? ¿Acaso alguna profecía macabra la atraviesa? Derechas e izquierdas parecen solo turnarse para sojuzgar a nuestros pueblos.

“No hemos tenido un instante de sosiego”, sostuvo el maestro Gabo García Márquez el 10 de diciembre del 82 cuando recibió el Premio Nobel de Literatura y reseña nuestra historia hasta allí. Luego de “5 guerras y 17 golpes de Estado (…), un dictador luciferino en el nombre de Dios lleva a cabo el primer etnocidio de América Latina en nuestro tiempo”. Revela a quien quisiera escucharlo en la Europa lejana luego que “los desaparecidos por motivos de la represión son casi los 120 mil (que) numerosas mujeres arrestadas encintas dieron a luz en cárceles argentinas, pero aún se ignora el paradero y la identidad de sus hijos, que fueron dados en adopción clandestina o internados en orfanatos por las autoridades militares” y destaca que “por no querer que las cosas siguieran así han muerto cerca de 200.000 mujeres y hombres en todo el continente, (…) más de 100.000 perecieron en tres pequeños y voluntariosos países de la América Central, Nicaragua, El Salvador y Guatemala”.

Da cuenta también que “de Chile, país de tradiciones hospitalarias, han huido un millón de personas (y que el) Uruguay, una nación minúscula de dos y medio millones de habitantes que se consideraba como el país más civilizado del continente, ha perdido en el destierro a uno de cada cinco ciudadanos, (que) la guerra civil en El Salvador ha causado desde 1979 casi un refugiado cada 20 minutos” y afirma que, hasta ese minuto, “el país que se pudiera hacer con todos los exiliados y emigrados forzosos de América Latina tendría una población más numerosa que Noruega”, en cuya capital, Oslo, se encontraba. No mencionó a Venezuela, por aquellos años un vergel de libertades amplias.

“Era otro país. No se llamaba República Bolivariana”, escribió unos pocos días atrás Rodolfo Terragno, periodista argentino, político y diplomático que allí se exilió cuando lo perseguían los dictadores genocidas argentos para matarlo, desaparecerlo o encarcelarlo. “En el país donde yo viví no había políticos en prisión. No se vedaban candidaturas. No se mataba a manifestantes críticos. No se quebrantaban, en fin, los derechos humanos. No había emigraciones masivas”, recuerda.

En aquella Venezuela todo era posible. El propio Terragno con los colegas Tomás Eloy Martínez, Miguel Ángel Díez y Diego Arria en mayo de 1979 crearon y lanzaron el Diario de Caracas, que llegó a vender unos 30.000 ejemplares. Eran tiempos para abrir diarios, no para clausurarlos. La libertad de expresión –un derecho humano– también es una herramienta esencial para construir nuevos derechos, aprender de qué se trata la libertad y, por qué no, animarnos a ser más libres para vivir en paz y sin violencias.

PAÍS DE ACOGIDA Y COBIJO

Aquella Venezuela era país de acogida y cobijo. A quien llegara no se le preguntaba por su ideología. Solo importaba saber cuál era el peligro que acechaba al refugiado. Rodolfo Terragno cuenta que Arria –que además de periodista era ministro en Venezuela cuando el presidente era Carlos Andrés Pérez (1922-2010)– lo convocó para que se hiciera cargo de “una comisión para asesorar (al mandatario) sobre asuntos internacionales”.

Le indicó que para integrarla contratara “gente de talento, pero con una condición: tienen que ser todos exilados (entre) los que pudieron salvarse de (Jorge) Videla, como tú, o de (Augusto) Pinochet, o de (Alfredo) Stroessner, o de (Hugo) Banzer, o de (Anastasio) Somoza, o de (Fidel) Castro”. Arria no etiquetaba políticamente. Se negaba rotundamente a hacerlo. Aseguraba ser “políticamente daltónico”. Vivir en diversidad es parte de la libertad. Visionario militante.

“El todo es más que las partes y también es más que la mera suma de ellas”, sostiene 35 años más tarde el papa Francisco. También recomienda “no obsesionarse demasiado por cuestiones limitadas y particulares” –como lo proponía el daltónico político– porque “siempre hay que ampliar la mirada para reconocer un bien mayor que nos beneficiará a todos”. Didácticamente explica que “el modelo no es la esfera, que no es superior a las partes, porque cada punto es equidistante del centro y no hay diferencias entre unos y otros”, y recomienda el modelo del poliedro, que refleja la confluencia de todas las parcialidades que en él conservan su originalidad”.

Los déspotas no acuerdan e ignoran esas ideas. Las rechazan. Pavura ante la diversidad. ¿Quién aplasta Venezuela? ¿Quién es este Maduro Moro? Miguel Henrique Otero (77), venezolano, asilado en España desde hace seis años para salvar su vida, es el director del diario El Nacional en Venezuela. Lo perseguía y hostigaba incansablemente el régimen que comanda Maduro Moro, un dictador de escaso vuelo intelectual que se ha enquistado definitivamente en el despacho principal del Palacio de Miraflores, sede del gobierno venezolano desde 1900.

Era el 5 de marzo de 2013 cuando, a las 17:20, anunció en la tele el fallecimiento de Hugo Chávez Frías (58) y desde entonces inició las prácticas dictatoriales que a sangre y fuego lo mantienen hasta hoy allí atrincherado con sueños de impunidad. Vicepresidente a partir del 10 de octubre de 2012, asumió con el título de “presidente encargado de Venezuela”, unas pocas horas después que su predecesor, el Comandante o el Arañero de Sabaneta, como se lo apodaba, expirara en Caracas enfermo de cáncer.

UNGIDO

Era el 8 de diciembre de 2012 cuando el fallecido lo ungió. Convencido de que la muerte más temprano que tarde habría de capturarlo, entregó el mando a su despiadado delfín. Pero… ¿por qué entregó el poder a Maduro? ¿Por qué fuiste tú, Verde –como te nombrara en clave el propio Chávez Frías el 16 de diciembre de 1993 en el interior de la cárcel de Yare donde era prisionero– y no otro el heredero del autócrata muerto?

Otero en el transcurso de una entrevista con el diario Clarín de Buenos Aires le dice al colega periodista y académico Marcelo Cantelmi que el de Maduro es un caso “curioso”, “extraño” porque “este hombre no tiene infancia, es un misterio” (...) No existen en la prensa datos de sus primeros años, de esa parte de su vida, ni en las redes (…) Se supone que nació en Colombia, pero (que) pasó toda su juventud en Cuba formándose en la isla”. Destaca que “cuando muere Chávez (para evitar una especie de vacío de poder) aparece bendecido por el castrismo por encima de los otros candidatos más potables (para el proceso venezolano como) el halcón Diosdado Cabello o incluso (Adán) el hermano mayor de Chávez”.

¿Cuáles fueron tus méritos, Verde, para que el Arañero de Sabaneta en ti confiara y te ungiera? El poder suele esconder misterios o guardarlos bajo siete llaves. A Maduro Moro se lo investiga en la Corte Penal Internacional (CPI) por crímenes contra la humanidad. La exalta comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos Michelle Bachelet en 2019 denunciaba “la ejecución extrajudicial de 6.800 personas por parte de las fuerzas del Estado en Venezuela” en 17 meses.

Asegura también que desde 2016 Maduro y las instituciones del Estado desarrollan una estrategia “orientada a neutralizar, reprimir y criminalizar a la oposición política y a quienes critican al Gobierno”. Bachelet precisa también que “las autoridades (de Venezuela) sabían de los asesinatos, torturas y tratos crueles, violencia sexual, ejecuciones extrajudiciales y desapariciones forzadas que ocurrían desde 2014″.

Enfatiza luego que “las FAES (Fuerzas de Acciones Especiales) son la institución policial más letal (…), responsable del 64,5 % de las muertes” denunciadas. ¿Quién no entiende estas tragedias? “El sujeto ideal del gobierno totalitario es la gente para la cual la distinción entre realidad y ficción y entre verdad y falsedad ya no existen”, sostiene Hannah Arendt.

Daniel Ortega, Rosario Murillo, Nicolás Maduro Moro, dictadores que incumplen el compromiso que asumieron para promover la “cultura de paz”






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