EL PODER DE LA CONCIENCIA

Para este lunes, o sea en apenas dos días más, el Ministerio de Desarrollo Social tiene previsto comenzar a implementar la primera etapa del ansiado programa Hambre Cero con el que, en principio, unos 450.000 niños y adolescentes recibirán alimentos en sus instituciones educativas.

Para el Gobierno esta iniciativa tiene un significado relevante desde el punto de vista que demuestra su deseo en contribuir en la construcción de un mejor futuro para la gente del Paraguay.

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Muestra de la magnitud de este interés se observa en el ministro Tadeo Rojas y en todos sus colaboradores, quienes desde hace días realizan un trabajo titánico para ajustar todos los detalles para que todo salga como fue planeado. Es decir que, en 90 distritos, alumnos de 2.627 escuelas y colegios van a poder estudiar felices con la panza llena, olvidando la urgencia de tener que pedir cada día dinero a los padres para engañar al hambre en el recreo y al mismo tiempo, el alivio de los progenitores en tener que hacer magia para inventar cada día ese billete para que sus hijos coman algo, aunque sea golosinas, y no verdaderos alimentos como es costumbre hasta ahora.

Es que el hambre, aunque invisible, siempre es un enemigo poderoso al que de ser posible hay que tenerla lejos.

Esta palabra –hambre– me recuerda uno de los miles de programas del periodista Víctor Benítez, quien en cierta ocasión ensayó lecciones del idioma guaraní a uno de sus oyentes de la radio, quien le dijo “che vare’a”, expresándole que sentía hambre.

El locutor lo corrigió y le contestó que él lo que tenía era “ñembyahyi” y no “vare’a”, término que usualmente el paraguayo utiliza erróneamente para definir el estómago vacío.

Ambas palabras aparentemente son sinónimos, pero, sin embargo, la diferencia es enorme porque “ñembyahyi” revela hambre; sin embargo, “vare’a” indica angurria. Es la persona que aunque no sienta hambre come generalmente pasa que su semejante no coma. Es el que todo lo ve y todo lo quiere.

El angurriento no solo come lo que no necesita, sino que su deseo se extiende a las cosas materiales. O sea, si ve que su vecino tiene una moto, él quiere un auto; y si su vecino tiene un autazo, él necesita un avión. Nada le es suficiente.

No sé si Víctor Benítez tenía o no razón, pero ese programa al menos sirvió para diferenciar esos conceptos parecidos, pero muy diferentes.

Ahora que va a comenzar el programa Hambre Cero en las Escuelas, me pregunto cuántos estudiantes comerían con los 45 millones de dólares que el expresidente supuestamente “ganó” en época de pandemia, mientras sus ciudadanos morían de a miles sin vacunas, sin oxígeno, sin insumos.

Supongo que a eso se refería Víctor Benítez cuando hablaba de angurria. Mientras que el gobernante –quien se supone que debería buscar el bien de su pueblo– priorizaba su negocio de asfaltar todo el país y ver la forma de esconder sus ganancias para que los ciudadanos no se enterasen, la gente moría como moscas, los negocios quebraban y el país iba camino a la ruina.

Un ejemplo más actual de gobernante angurriento es el de Venezuela, quien luego de años y años de estar en la presidencia y llenarse los bolsillos a costa del hambre y la miseria de su pueblo, hoy saca a las calles a sus esbirros asesinos para acallar la voz de miles de venezolanos que protestan por haber sido robado su voluntad y mandato expresados en las urnas el domingo último.

En este caso la angurria de Maduro no solo se limita a sus fronteras, sino que tiene alcance internacional ya que todos los países del mundo están expectantes de la siguiente jugada del dictador.

Sin embargo, más que lo que ocurre a miles de kilómetros de distancia, deberíamos ocuparnos en reconocer la importancia del programa en las escuelas que comienza este lunes. Un paso vital es combatir el hambre, y así tal vez alguna vez con mayor educación y conciencia podamos llegar a luchar contra la angurria.

Etiquetas: #Hambre#angurria

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