Los que usualmente leen este humilde espacio de opinión saben que soy un militante declarado de la apelación al optimismo en lo que hace a la política, la estrategia y la comunicación. Me ha tocado trabajar asesorando campañas y candidatos en otros países y debo decir que a los paraguayos nos cuesta bastante, con pena debo decir que en el extranjero saben valorar el derecho que tenemos los seres humanos de buscar la felicidad. El viernes, el presidente de la República, Santiago Peña, nos contaba a todos los paraguayos que teníamos motivos para celebrar, para ser felices.
Comunicaba en un video que el Paraguay alcanzó el tan ansiado grado de inversión. No pienso escribir sobre las implicancias económicas propiamente dichas de este enorme paso, a estas alturas eso ya lo habrán leído en otros espacios de entendidos (y otros que guitarrean) en la materia.
Haber llegado al grado de inversión no es un acto de magia, ni mucho menos de fe. Es una consecuencia de un proceso que arrancó hace por lo menos dos décadas con el gobierno de Duarte Frutos quien tomó un Estado fundido a las puertas del default luego del orgiástico periodo de González Macchi y casi toda la década de los noventa marcada a fuego por una pobreza que no paraba de subir, desmadres en el sistema financiero, debilidad en los liderazgos, intentonas golpistas y mil quilombos más.
Luego de Nicanor, vino Lugo quien a pesar de su ideología supo tener cuidado con no interrumpir el camino iniciado, luego vino Federico un periodo breve pero negativo en lo que hace a los altos niveles de corrupción. Y el Partido Colorado volvió al poder de la mano de Horacio Cartes, que encontró las arcas tan vacías que el Estado tenía para funcionar apenas unos días, así y todo, logró ponernos como país en condiciones competitivas gracias a una serie de medidas y reformas.
El tumultuoso periodo de Abdo Benítez tuvo zonas grises, en lo que hace al proceso que nos ocupa se dio una politización de los órganos económicos que históricamente habían estado aislados de la politiquería como la Seprelad, el BCP y otros. Ahora le toca a la administración de Peña y Alliana coronar este proceso con el anuncio, en gran medida gracias a contar con una agenda propia que no se deja influenciar por los agoreros del pesimismo y la mala leche. Mención especial para las Cámaras del Congreso donde se han sabido construir mayorías gracias al diálogo y el arribo de consensos que han facilitado la aprobación de diversas iniciativas legislativas que han allanado este camino. ¿Se dieron cuenta que no hablé de economía ni finanzas, ni cuestiones técnicas que a Doña Juana le cuesta asimilar? Lo hice porque en el fondo haber llegado al grado de inversión se trata de política. Como siempre en este espacio.
El siguiente desafío es mantener y sostener el grado de inversión. Fortalecer y optimizar el proceso para asegurar que vengan las inversiones en el menor tiempo posible. Con las inversiones vendrá el desarrollo y con el desarrollo llegará el bienestar de la población. Y cuando hablo de bienestar, hablo de defender la alegría como un derecho, como suelo escribir cada tanto.
Apelar al optimismo, las sonrisas, los abrazos, un buen apretón de manos, el amor, la familia unida. El grado de inversión (también) se trata de esto: más oportunidades para que las familias paraguayas vivan mejor que fue la principal bandera en el periodo electoral; con trabajo, seguridad, salud e infraestructura. Y que el acceso a estas oportunidades sea lo más amplio/// posible, con una macroeconomía que llegue y se sienta en todos los niveles sociales, con énfasis en los de mayor pobreza. Esa es la hoja de ruta de la política, esa mala palabra que empieza con p y termina con a.