La serenidad es maravillosa. Desde su estadía puede vislumbrarse lo que importa, lo que es trascendente para vivir. Por eso, en ella la salud encuentra el cobijo necesario para ser valorada, dado que estimula la conciencia de su grandeza. Es que, con calma, el valor de la salud se admira en la sencillez de lo íntimo, en lo grandioso que representa estar vivo.

La serenidad es el valor de mantener la calma en medio de una dificultad, así esboza una de sus acepciones. Además, se la conceptualiza como una actitud para responder ante las situaciones de la vida. Por otra parte, se la define como una fortaleza emocional para evitar que las viscisitudes no deterioren la salud mental y física de las personas. La denominan como tranquildiad de ánimo y la consideran una habilidad emocional.

Lucio Anneo Séneca (4 a.C. – 65 d.C.), filósoso y dramaturgo romano, realizó un escrito que tituló “Sobre la serenidad”, donde cita que para los griegos representaba estabilidad espiritual, y la que llamaban euthymia, e indica que hay una obra notable de Demócrito; y acota: “… yo la llamo serenidad, pues no es preciso imitar y transcribir las palabras siguiendo una forma; el concepto en sí del que se trata ha de ser marcado con algún nombre, que debe tener la fuerza del término griego, no el aspecto. Por tanto, la cuestión es cómo el espíritu puede avanzar siempre equilibrada y sosegadamente, mostrarse favorable a sí mismo, contemplar satisfecho su actitud y no interrumplir su goce, sino mantenerse en una situación de placidez, no exaltándose nunca ni deprimiéndose…”

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Es vital estar tranquilo para poder entender lo que sucede. Este es el momento para estar en calma, para escucharse a uno mismo, observarse a sí mismo, entenderse, aceptarse, tranquilizarse, para vivir un encuentro constante consigo mismo; también lo es, a los efectos de dimensionar el presente, procesar posibles proyecciones, decidir y hacer lo que es necesario realizar.

La capacidad de apreciar lo bello encuentra en la serenidad un pilar que la sostiene, que le permite darse cuenta de lo valioso que abunda en lo simple y que habita en lo cotidiano. Es el despertar el reloj que indica la gracia de vivir; por lo tanto, en ese momento la vida inicia un nuevo tiempo, una posibilidad de crecer.

Es fundamental una actitud serena para escuchar al otro, observarlo, entenderlo, aceptarlo, tranquilizarlo y acompañarlo. Siempre existirán maneras que permitan poder convivir. Somos seres afectivos, somos esencialmente seres sociables. Por ello, al socializar es relevente actuar con respeto, de forma serena, para no dañar emocionalmente a nadie, comprendiendo que ira, miedo, ansiedad y otras emociones pueden afectar nuestra humanidad.

Es el tiempo del auge de lo sereno. En él se manifiesta lo que realmente se es. Ese que ríe, quiere, sufre, vascila, duda, cree, se pregunta, sueña, proyecta, se entristece, se alegra, necesita hablar, calla, alienta, pide ayuda, y… vive con serenidad.

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