• Por Felipe Goroso S.
  • Columnista Político

Los sistemas de pensamiento no conciernen exclusivamente al análisis del discurso político. Hay diversas ciencias que contribuyen a ello: filosofía, sociología, contribuyen cada una por su parte. En la medida en que esas ciencias, en cuanto a representaciones sociales, construyen la realidad como universo de significación, según un principio de coherencia, debemos hablar de imaginarios. Este es el aporte que se quiere hacer. En la medida en que esos imaginarios son identificables por enunciados lingüísticos que son producidos de diferentes formas, pero semánticamente se los llama imaginarios discursivos.

Lo imaginario es una imagen de la realidad, pero en tanto que esa imagen interpreta la realidad, la introduce en un universo de significaciones. Al describir el mecanismo de las representaciones sociales, efectuamos con otros la hipótesis de que la realidad no podía ser cooptada en sí misma: la realidad en sí existe, pero no significa. La significación de la realidad se deriva de una doble relación: la relación que el hombre lleva con la realidad a través de su propia experiencia, de historia de vida, y la relación que establece con los otros para arribar a un consenso de significación. La realidad, entonces, necesita ser percibida por el hombre para significar; y es esta actividad de percepción significante la que produce los imaginarios, los cuales a su vez le dan sentido a esa realidad.

Dado que refleja la visión que el hombre tiene sobre el mundo social, el imaginario fuese del orden de lo verosímil, es decir, de lo que es siempre posiblemente verdadero. Y esa es una de las paradojas de lo imaginario: ¿se puede construir percepciones significantes sin que sean verdaderas? El imaginario no puede no aspirar a poner de manifiesto una verdad; y que, en consecuencia, todo imaginario es un imaginario de verdad que esencializa la percepción del mundo en un saber absoluto. El imaginario deriva de una doble interacción: del hombre con el mundo e interacción del hombre con el hombre.

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La variedad de propósitos de los que se trata el discurso político debe referirse a valores de la vida en comunidad. Los mismos deben ser presentados de manera positiva, dado que atañen al bienestar del individuo. Estos valores se encuentran en competencia con los también positivos que defienden los adversarios. El punto ya no es la existencia de esos valores, ni siquiera la de su credibilidad, sino la de su fuerza de verdad. Una fuerza de verdad que debe ser superior a la del adversario, e incluso superior a la de cualquier otro que pudiese oponerse alguna vez. Y esto no tiene que ver precisamente con la evidencia (o al menos no con exclusividad), sino con la convicción de los sujetos que se ven interpelados a ella. También hay que agregar que con la opinión no alcanza, también se precisa de la acción. Implica a veces una ruptura con las opiniones circulantes y dominantes. Al final del día, de eso se trata la política, esa mala palabra que empieza con p y termina con a.

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