Siempre existen oportunidades para honrar la vida. La apreciación de lo finito embellece ese caudaloso e incesante proceso de ocasiones para valorar la existencia. Son los tiempos del dolor aquellos que enseñan lo impensado, lo inimaginable hasta su llegada. Es desde ese sentir que el ser se detiene, reflexiona, sufre, cuestiona, manifiesta su pesar, duda, acepta, asume y se transforma.

Arthur Schopenhauer (1788-1860), filósofo alemán, escribe en el capítulo cuarto, del libro “El mundo como voluntad y representación”: “Cuando llegamos a conocer de una vez para siempre no solo nuestras buenas cualidades y nuestras fuerzas, sino también nuestras faltas y debilidades, y podemos señalar el objetivo de nuestra vida de acuerdo con ellas, resignándonos ante lo inalcanzable, nos libramos con la mayor seguridad, hasta donde nuestra individualidad nos lo permite, del más amargo de todos los sufrimientos: la insatisfacción con nosotros mismos, consecuencia inevitable del desconocimiento de nuestra propia individualidad, de la falsa opinión sobre nosotros mismos y de la presunción que de ella nace”.

Continuamente fluyen las posibilidades de crecer. Sus manifestaciones, a veces, en un principio, no se exponen claramente; en otras ocasiones, son distinguibles desde un primer momento, como también hay instancias en donde impactan inesperadamente, durante la sucesión de experiencias que se transitan. Hay, entre el dolor y el crecimiento, un contexto interno que vivir. Es este el que genera desafíos constantes, es allí donde se expresa el conjunto de emociones que repercute en el día a día. Una a una hacen lo suyo, generando sentimientos y estados emotivos que libran sus propias lecciones.

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En las adversidades, son las cualidades las que se disponen a actuar. Conocerlas requiere decisión, atención y compromiso. En esas etapas no deseadas hay espacio para conocerse, para responderse muchas preguntas, para indagarse sin pesar, para comprenderse frágil y débil, para animarse a parar, para respetar lo que se vive, para simplemente respirar. Para tomar dimensión de lo que pasa, para valorar que se está vivo, para respetar los procesos de los acontecimientos que cada ser vive. Somos un mundo de vivencias.

El objetivo de cuidarse a uno mismo es un eslabón determinante para afrontar la vida, que fluye sin cesar. No hay que resignarse ante el dolor, hay que aceptarlo y abordarlo como una enseñanza de vida que fortalece, que alienta a dar un testimonio de superación que alimenta el devenir del crecimiento personal, y de esa manera comprenderse sólido y fuerte. Hay que interpretar la vida como un milagro.

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